(ValeursActuelles/InfoCatólica) Joseph se convirtió en 1987. Durante el servicio militar en Basora, compartía dormitorio con un cristiano. Para él, es una situación humillante: “Para mí, los cristianos eran personas impuras y marginadas. Desde muy pequeño rezaba el Corán cada día, y en él se afirma que los cristianos son herejes que adoran a tres dioses”. Massoud, su compañero de habitación, simplemente le anima a leer de nuevo el Corán. Esta lectura cambiará su vida por completo. Esta vez no reconoce en el libro al Dios de amor en el que quiere creer. “El texto sagrado del Islam perdió credibilidad para mí, hasta el punto que dudé que fuera palabra de Alá”.
El verdadero cambio llegó cuando su compañero le ofrece una Biblia. A partir de ese momento, se quedó fascinado «por el Jesucristo del que hablan los Evangelios». Descubre una pasión que vivirá en carne propia. Durante diez largos años, Mohammed evita la muerte ocultando su conversión a sus familiares. Junto con su padre y sus hermanos, reza cinco veces al día en dirección de La Meca, pero él reza a Jesús en lugar de decir Al-Fatiha, el prólogo del Corán recitado cada día por millones de musulmanes.
Sorprendentemente, es la Iglesia la que le rechaza en primer lugar. Los cristianos iraquíes vivían con miedo. Eran más de un millón en los años 80, ahora se calcula que son menos de la mitad. Para los cristianos iraquíes, cada musulmán que llama a la puerta es un riesgo, porque el proselitismo se castiga con la pena de muerte. “Al pedir el bautismo, arriesgas no sólo tu propia vida sino también la de los cristianos que te ayudan a recibirlo”, le explica un sacerdote. Otros son aún más francos: “No tiene sentido sacrificar un rebaño para salvar una sola oveja”. Pide el bautismo varias veces, y varias veces se lo deniegan. “Fue muy difícil ver cómo me cerraron todas las puertas. Con el tiempo, comprendo por qué lo hicieron. Sencillamente, estaban muertos de miedo”. Gracias a su insistencia, Mohammed finalmente obtener permiso para asistir a misa.
La condena a muerte
Cuando se enteró de su conversión, su familia renegó de él, más por defender la reputación de la familia que por una verdadera convicción teológica. Su padre no puede soportar la vergüenza que supone tener un hijo cristiano, menos aún porque Mohammed, que tiene nueve hermanos y hermanas, es el heredero, “el predilecto”. Su madre, sólo pronuncia una palabra: “Matadlo”. La máxima autoridad chií de Iraq, el ayatolá Mohammed Sadr, declaró la fetua que marcó su futuro: “Si se confirma que es cristiano, entonces es necesario matarlo. Alá recompensará a los que cumplan la fetua”.
A modo de advertencia, se le encierra en Hakimieh, la cárcel destinada a los presos políticos, y es golpeado y torturado para que confiese el nombre de los que le animaron a convertirse al cristianismo. Mohammed no revela nada a los torturadores. Pasó dieciséis meses en la cárcel. Al entrar pesaba 120 kilos, al salir no llegaba a los 50. Durante esos meses de soledad y escasez, sobrevive gracias a un deseo: vivir lo suficiente para bautizarse y recibir la comunión.
Un sacerdote le aconsejó que abandonara Irak, junto con sus dos hijos y su mujer, que también se había convertido y huyen a Jordania, donde les acoge una familia cristiana. Por fin recibió el bautismo con su familia y cambió de nombre, tratando de conservar su nueva vida en secreto. Por desgracia sus hermanos le encuentran y quieren llevarlo de vuelta a Iraq. Cuando se niega, su primo le dispara a quemarropa. Misteriosamente, la bala no llega a tocarle y una “voz femenina interior”, [le susurra] que huya a toda velocidad, se desmaya y se despierta en un hospital, sin saber cómo ha llegado hasta allí ni por qué no está muerto.
Refugiado con su familia en Francia
Una vez más forzado a exiliarse para proteger a su familia, consigue con muchas dificultades un visado para Francia. Dejar el Oriente Medio es dolorosísimo, pero no tiene otra opción. Joseph Fadelle se convierte en “un refugiado, un apátrida, un inmigrante sin papeles”. La familia llegó a París el 15 de agosto de 2001. Joseph, su esposa y sus dos hijos participan en cuanto llegan a Francia en una procesión dedicada a la Santísima Virgen. Algo impensable en tierra musulmana.
A día de hoy, Joseph Fadelle ya tiene la nacionalidad francesa. Ha escrito un libro Le prix a payer (El precio a pagar) para dar testimonio de su vida: “Este libro representa mi misión: dar testimonio del peligro del Islam”, una religión que quiere imponer a todo el mundo sus dogmas y costumbres. Una religión para la que la laicidad no significa nada.
Joseph Fadelle no se arrepiente de su conversión. Tiene la esperanza de que lo escuchen en el país que lo ha acogido. Y quizás, algún día, “vivir en un Iraq en el que los cristianos puedan ser ciudadanos con los mismos derechos que los demás”. “Quiero que la sociedad cambie, o mejor aun, que se convierta al cristianismo”, asegura.
© Raphaëlle Desjoyaux, en Valeurs Actuelles y traducción para InfoCatólica de Alejandro Moreno