(Dominus.est/InfoCatólica) El cardenal explica su postura personal:
«Hay un frente de grupos tradicionalistas, al igual que progresistas, que quisieran verme como jefe de un movimiento contra el Papa. Pero no lo haré nunca. He servido con amor a la Iglesia por 40 años como sacerdote, 16 años como catedrático de teología dogmática y 10 años como obispo diocesano. Creo en la unidad de la Iglesia y no concedo a nadie el instrumentalizar mis experiencias negativas de los últimos meses. La autoridad de la Iglesia, no obstante, debe escuchar a quien tiene preguntas serias o reclamos justos; no ignorarlo, o peor, humillarlo. Además, sin quererlo, puede aumentar el riesgo de una lenta separación que podría derivar en un cisma de una parte del mundo católico, desorientado y desilusionado. La historia del cisma protestante de Martín Lutero de hace quinientos años debería enseñarnos sobre todo qué errores evitar».
El Cardenal Müller habla con voz serena y un marcado acento alemán. Nos encontramos en el apartamento de Plaza de la Ciudad Leona que en el pasado había ocupado Joseph Ratzinger antes de convertirse en Benedicto XVI, en un palacio habitado por altos prelados.
Müller, ex prefecto de la Congregación de la doctrina de la fe, sustituido sorpresivamente en julio pasado por el Pontíice. «El Papa me confío esto: «Algunos me han dicho de manera anónima que usted es mi enemigo sin explicar en qué punto», cuenta quebrantado. «Después de cuarenta años al servicio de la Iglesia, un absurdo preparado por murmuradores que en vez de inculcar inquietudes en el Papa harían mejor en visitar a un loquero. Un obispo católico y cardenal de la Santa Iglesia Romana está por naturaleza con el Santo Padre. Pero creo que, como decía el teólogo del Cinquecento, Melchor Cano, los verdaderos amigos no son aquellos que adulan al Papa sino aquellos que lo ayudan con la verdad y la competencia teológica y humana. En todas las organizaciones del mundo los delatores de esta especie sirven solo a sí mismos».
Por esto, el cardenal transmite un mensaje de unidad pero también de preocupación:
«Cuidado: se pasa la percepción de una injusticia por parte de la Curia romana, casi por fuerza de inercia podría ponerse en modo una dinámica cismática, difícil de reparar después. Creo que los cardenales que han expresado sus dudas sobre Amoris Laetitia, o los 62 firmantes de una carta con críticas incluso excesivas al Papa deben ser escuchados, no liquidados como «fariseos» o quejosos. La única manera de salir de esta situación es un diálogo claro y franco. En cambio tengo la impresión de que en el «cerco mágico» del Papa haya quien se preocupa sobre todo de hacer de espía de presuntos adversarios, impidiendo así una discusión abierta y equilibrada. Clasificar a todos los católicos según las categorías de «amigo» o «enemigo» del Papa, es el daño más grave que causan a la Iglesia. Uno permanece perplejo si un periodista muy conocido, como ateo se jacta de ser amigo del Papa; y en paralelo un obispo católico y cardenal como yo resulta difamado como opositor del Santo Padre. No creo que estas personas puedan impartirme lecciones de teología sobre el primado del Romano Pontífice».
Müller no ve una Iglesia más dividida de lo que era en los años de Benedicto XVI. «pero la veo más débil. Analicemos los problemas. Los sacerdotes escasean y damos respuestas más organizativas, políticas y diplomáticas que teológicas y espirituales. La Iglesia no es un partido político con sus luchas por el poder. Debemos discutir sobre las preguntas existenciales, sobre la vida y la muerte, sobre la familia y las vocaciones religiosas, y no permanentemente sobre la política eclesiástica. El papa Francisco es muy popular, y esto es un bien. Pero la gente ya no participa en los Sacramentos. Y su popularidad entre los no católicos que lo citan con entusiasmo, no cambia desafortunadamente sus falsas convicciones. Emma Bonino, por ejemplo, elogia al Papa pero permanece firme en su posición en el tema del aborto que el Papa condena. Debemos estar atentos en no confundir la gran popularidad de Francisco, que es un enorme patrimonio para el mundo católico, con una verdadera recuperación de la fe: aún si todos apoyamos al Papa en su misión».
A partir de sus palabras se intuye que las críticas están dirigidas sobre todo a algunos colaboradores de Francisco. «Está bien la divulgación. Francisco tiende justamente a subrayar la soberbia de los intelectuales. A veces, sin embargo, los soberbios no son solo ellos. El vicio de la soberbia es una impronta del carácter y no del intelecto. Pienso en la humildad de Santo Tomás, el más grande intelectual católico. La fe y la razón son amigas». En la óptica del cardenal, el modelo de papado que tiende a surgir de manera intermitente, «más como soberano del Estado Vaticano que como supremo enseñante de la fe», puede suscitar algunas reservas.
«Tengo la sensación de que Francisco quiera escuchar e integrar a todos. Pero los argumentos de las decisiones deben ser discutidos antes. Juan Pablo II era más filósofo que teólogo, pero se hacía asistir y aconsejar por el Cardenal Ratzinger en la preparación de los documentos del magisterio. La relación entre el Papa y la Congregación para la Doctrina de la Fe fue y será siempre la clave para un pontificado fructífero. Y recuerdo también para mí mismo que los obispos están en comunión con el Papa: hermanos y no delegados del Papa, como recordaba el Concilio Vaticano II». Müller aún no cierra «la herida», así la llama, de sus tres colaboradores despedidos poco antes de su sustitución. «Eran sacerdotes buenos y competentes que trabajaban para la Iglesia con dedicación ejemplar», es su juicio. «Las personas no pueden ser echadas vía ad libitum, sin pruebas ni un proceso, solo porque alguno denunció de manera anónima vagas críticas al Papa por parte de uno de ellos…».