(InfoCatólica) A continuación reproducimos la respuesta de Mons. Felipe Bacarreza, Obispo de Santa María de los Ángeles, al senador Ignacio Walker, en relación a la carta del Cardenal Jorge Medina.
«En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer» (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, N. 16). Esa ley dice: «Haz el bien y evita el mal». En la obediencia de esta ley consiste la dignidad humana. Si esta ley es igual para todos los seres humanos, hay grandes diferencias en la definición de cuál es el bien que hay que hacer y el mal que evitar. Jesús indica esta diferencia de manera extrema cuando advierte a sus apóstoles: «Llegará la hora en que todo el que los mate a ustedes pensará que da culto a Dios» (Jn 16,2). Habrá a quien su conciencia le diga que matar un apóstol es un bien. También a los terroristas les dice su conciencia que están haciendo un bien. ¿Cuál es el criterio para discernir el bien y el mal? El único criterio es la verdad. Por eso el ser humano está obligado a buscar la verdad, para tener una conciencia recta.
Un cristiano es quien profesa que la verdad es Cristo y forma su conciencia según esa verdad; llama bien a lo que Cristo llama bien y llama mal a lo que Cristo llama mal. Para el cristiano no da lo mismo formar la conciencia según Cristo o según otro criterio –la opinión de la mayoría, una ideología, el placer, otra creencia religiosa, etc.–, porque acomodando la conciencia a esos otros criterios no se llega a la plena realización del ser humano, tal como lo declara Cristo: «Yo soy la verdad... Nadie va al Padre, sino por mí» (Juan 14,6). No deja lugar a excepciones o alternativas. Por tanto, quien forma su conciencia según otros criterios, que considera verdad, debe seguir a su conciencia; pero el resultado será la frustración.
No hay un ser humano cuya conciencia sea autónoma. Todo ser humano recibe de otro, distinto de sí mismo, el criterio según el cual forma su conciencia. Pretender decidir el bien y el mal independientemente de todo criterio es imposible, porque esto equivale a querer ser dios. Esa fue la tentación a la que cedieron nuestros primeros padres, Adán y Eva. Dios les había dado todo, excepto el árbol del conocimiento del bien y el mal; todo menos la divinidad. Pero creyeron a la serpiente, que les dijo: «Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal» (Gen 3,5). Tomaron como criterio de verdad a la serpiente, que es el padre de la mentira y, bien lejos de ser «como dioses», el resultado fue la muerte, es decir, lo más distinto de Dios.
Un fiel católico, como profesa serlo con tanta certeza el senador Ignacio Walker, debe tomar como criterio de verdad, según el cual formar su conciencia, la enseñanza de la Iglesia Católica. Ella recibió de Cristo la autoridad para decir, según la mente de Cristo, cuál es el bien y cuál es el mal y lo hace de manera infalible. En efecto, tanto Pedro de manera personal, como el colegio de los apóstoles, recibieron esta garantía de parte de Cristo: «Lo que tú ates en la tierra queda atado en el cielo y lo que tú desates en la tierra queda desatado en el cielo» (Mateo 16,19; 18,18). «Atar y desatar» expresaba en Israel el poder de declarar lo bueno y lo malo. Cuando lo hace la Iglesia queda hecho en el cielo.
El Catecismo de la Iglesia Católica, que es su doctrina oficial, define el aborto como «crimen abominable» (N. 2271) y el Papa San Juan Pablo II lo declara, con toda su autoridad recibida de Cristo, como «desorden moral grave». «Con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal» (Encíclica Evangelium vitae, N. 62, 25 marzo 1995).
Aprobando una ley que permitirá al Estado «la eliminación deliberada de seres humanos inocentes» –aunque sea en casos restringidos– el senador Ignacio Walker demuestra no ser tan buen católico como se profesa, porque adopta como criterio para formar su conciencia algo diametralmente distinto de la enseñanza de la Iglesia Católica y, por tanto, distinto de la verdad que es Cristo. Toca a él sincerarse con la ciudadanía y decir cuál es el criterio de verdad que adopta, que dice a su conciencia que aprobar esa ley es un bien. Por honestidad, mientras mantenga una postura tan opuesta a Cristo, que declara: «Yo soy la vida» (Juan 14,6), no debería acercarse a comulgar, porque la Comunión es la expresión de una plena y total adhesión a Cristo, a quien se confiesa como Dios y Señor, y a su Iglesia.
No se entiende por qué le produce tanta indignación que el Cardenal Jorge Medina invite a los cristianos a no votar por un candidato que rige su conciencia por algo distinto de Cristo. En una democracia, quien vota elige a un representante. No representa a un cristiano quien se rige por criterios que no son los de Cristo en las decisiones fundamentales, como es el valor inviolable de la vida humana en cualquiera de sus etapas. Es normal que un cristiano no vote por él. Lo mismo vale para la senadora Carolina Goic.
Felipe Bacarreza Rodríguez, Obispo de Santa María de los Ángeles
Los Ángeles, 13 agosto 2017