(Zenit/InfoCatólica) Les recordó que esta mañana, poco antes, se dirigió a la Curia Romana, y les exhortó a meditar ese texto tomándolo como indicación para un examen de conciencia en este tiempo de Adviento, y a acercarse al Sacramento de la Confesión «con ánimo dócil para recibir la misericordia del Señor que llama a la puerta de nuestro corazón, en la alegría de la familia».
El Papa precisó que «no quise pasar este segunda Navidad en Roma, sin saludar a aquellos que trabajan en la Curia y que no se les ven» los que «se llaman los 'desconocidos'», los jardineros, los ascensoristas, los porteros, etc. Y destacó la importancia de cada uno de ellos «como un mosaico rico de fragmentos».
Recordó la frase de San Pablo cuando habla de los miembros del cuerpo, que cada uno tiene su función. «Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros. Aquellos miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios; y las partes del cuerpo que nos parecen menos honrosas son a las que otorgamos un mayor respeto ... Dios ha compuesto el cuerpo, dando más honor a lo que le faltaba, para que no hubiera división en el cuerpo, sino que los miembros tuvieran cuidado los unos de los otros», dijo.
«Queridos colaboradores, pensando a las palabras de San Pablo y a ustedes, y a las personas que hacen parte de la curia, quise elegir la palabra 'cuidar'. O sea, «mirar con atención al que necesita cuidados, me viene en la mente la imagen de una mamá que cura a su hijo, sin mirar el reloj, no se lamenta por haberlo cuidado toda la noche, «quiere verlo sanado, cueste lo que cueste».
Cuidar de la vida espiritual, familiar y laboral
Permítanme a exhortarlos a transformar esta Navidad en una verdadera Navidad, sanando las heridas o faltas, por ello «les invito a cuidar vuestra vida espiritual, la relación con Dios, porque esa es la columna vertebral». Porque un cristiano que no se nutre con la palabra de Dios, se seca, marchita.
Cuidar vuestra vida familiar, dando no solamente dinero, pero también tiempo, atención, amor; cuidar las relaciones con los otros, transformando las palabras en obras buenas; cuidar vuestro hablar, evitando las palabras vulgares. Usar el aceite del corazón, medicando y la que nos procuraron los otros.
Cuidar el propio trabajo, con animo y competencia. Cuidarse de la envidia y del odio; del rencor que nos lleva a la venganza; de la pereza que nos lleva a la eutanasia fundamental; de la soberbia que nos lleva a la desesperación.
Y el Santo Padre les confió a los presentes: «Sé que a veces para mantener el trabajo se puede hablar mal de alguien para protegerse, pero al final, recordemos, acabaremos todos destruidos. Hay que pedir al Señor que nos dé la gracia de mordernos la lengua a tiempo, para no decir palabras que después nos dejan la boca amarga».
Invitó también a cuidar a los más débiles, a los enfermos, a los ancianos, a los sin techo. Y que esta Navidad «no sea nunca una fiesta del consumismo comercial, del descarte y los superfluo. E invitó a cada uno de los presentes a 'pensar qué tiene que empeñarse más'. Porque «la familia es un tesoro, los hijos son un tesoro». Y dirigió una pregunta que los papás jóvenes: '¿Tengo tiempo para jugar con mis hijos, o siempre estoy ocupado?'. ¡»Esto es sembrar futuro!», dijo.
La verdadera Navidad
Hacia el final de sus palabras les indicó «Queridos colaboradores imaginémonos si cada uno de nosotros cuidara la propia relación con Dios y los otros», recordó la regla en el sermón de la montaña, la ley de los profetas que decía no hacer a los otros lo que uno no quiere que le hagan. E invitó a encontrar «en la humildad nuestra fuerza y tesoro».
«Esta es la verdadera Navidad», la fiesta de la Navidad de Dios que se vuelve esclavo, que sirve en la mesa, que se revela a los pequeños y se esconde a los sapientes. Sobretodo la fiesta de la Paz, traída por el Niño Jesús, paz sobre la tierra, a los hombres de buena voluntad. Una paz, que necesita nuestro entusiasmo, nuestro cuidado para calentar los corazones helados, para animar las almas descorazonadas y para iluminar los ojos apagados con la luz del rostro de Jesús''.
El santo padre al concluir el mensaje les pidió a todos los presentes: «Perdón por las faltas mías y de mis colaboradores que hacen tanto mal, y dan mal ejemplo. Perdónenos».
Y se despidió deseándoles un «Buena Navidad» y pidió: «Por favor recen por mi». A continuación se acercó a los presentes en la sala en donde se vivieron momentos de profunda alegría y entusiasmo, entre saludos y besos a algunos niños.