(Portaluz/InfoCatólica) Es Alfonso del Corral, quien estuvo 37 años ligado a la institución madridista, tiempo en el que vivió grandes satisfacciones profesionales, pero también la amargura familiar una noche de junio de 1997.
Auge y caída en una noche
Alfonso terminaba su tesis doctoral en la Universidad de Navarra, obteniendo la máxima calificación. Fue galardonado con un «Cum Laude». La algarabía académica se sumaba al trabajo competitivo de los jugadores merengues, quienes disputaban el último partido de la liga española en el Santiago Bernabéu.
Ya estaban acariciando el título, corría el minuto 77. Alfonso tuvo que dejar precipitadamente el banquillo. Álvaro, su hijo de seis años, se debatía entre la vida y la muerte. Había sufrido un grave accidente luego de jugar fútbol con sus amigos. La puerta de un garaje le había aplastado, provocando consecuencias fatales. «Era un niño especial, generoso, cálido y tenía el doble de fortaleza que nosotros. Pero todo coincidió en una serie de hechos muy brutales. Horas antes me premiaron, mis padres estaban emocionados, yo vestido con birrete; posteriormente, ganamos la liga… ¡y enterarme de la muerte de mi hijo!».
Sostenido por Cristo
«Viví por mucho tiempo en duelo», dice aún compungido y reconoce que hasta ese accidente «yo era creyente, pero con una tradición recibida y no vivida… Ahora, aún con mis contradicciones, intento ser una persona que vive su fe con un compromiso. Porque en medio del dolor yo tuve la experiencia de Dios con el Resucitado. Y hoy me dejaría partir las piernas afirmando que Jesús resucitó».
Alfonso es médico y no escabulle cuestiones polémicas, antes gusta del diálogo entre la ciencia y la fe cuando asegura su fe en el Resucitado. «Hay quienes pueden pensar que son alucinaciones, pero yo soy médico, soy una persona racional: aquello que experimenté, lo viví real. Esa verdad me acompañará y me da la esperanza de que Él está ahí».
Tal como vivió en primera persona las lesiones deportivas de un jugador profesional, encontró las herramientas para reintegrarse a la realidad. Hoy atiende en un centro médico de renombre de España, está casado y tiene cinco hijos, «cuatro aquí y uno en el cielo». Sin embargo, hace 15 años -dice- no podría haber entendido esta ausencia, pues «en el éxito normalmente no estás receptivo. El triunfo nos envuelve y difícilmente estamos abiertos a disfrutar los sentidos. Hay quienes quedan destruidos por el dolor y el sufrimiento, pero a la mayor parte de la gente, el dolor les transforma y les hace ser mejores personas, crean o no crean. Pero si creen, normalmente su transformación es más profunda y trascendente».
El Cottolengo: un lugar de transformación
Siguiendo la noble tradición de sus padres, Alfonso comenzó a colaborar con el Cottolengo de Madrid y se comprometió a ayudar en ese centro que atiende a personas sin recursos y que viven de la Providencia. «Cuando me decidí a ir, era verano y una de las hermanas le agradeció a Dios que llegara un médico a asistirles. Este lugar es algo vivo, es Evangelio puro. Hay enfermos que la vida les ha golpeado muy duramente. Por sus experiencias emocionales, he salido llorando muchas veces».
«Un día salí de allí llorando al conocer que una paralítica cerebral, quien apenas movía un pie para dirigir la silla de ruedas, pasaba horas ante el Santísimo y le había dicho a las religiosas, las únicas con las que había desarrollado un sistema de comunicación, que rezaba por mí y mi familia. Eso, cambió para siempre toda mi perspectiva».
Su pasión por el deporte sigue intacta. Suficiente como para seguir ligado al Real Madrid, pero como socio y abonado. Agradecido de Dios, está convencido «que en todas las dificultades de la vida, me acompañó Dios. Aunque no me ha dado la cara, sé que existe y lo más importante de mi experiencia es el camino posterior. Sé que Dios es más que una sensación, pero hay millones de momentos en que veo que Él está conmigo y me acompaña en este caminar».