(María Isabel Rueda/El Tiempo) - ¿Es verdad que desde los 6 años quería ser sacerdote y que no jugaba con carritos sino a darle la comunión a su hermana?
Nací en una familia muy creyente. Se respiraba la fe por todas partes. Pero era tan espontáneo, tan hermoso, que desde chiquito me sentí profundamente atraído a la eucaristía. Armaba un altar en mi casa y hacía que celebraba la misa. Con mi hermana hacíamos procesiones.
- ¿Nunca tuvo dudas sobre su vocación?
Lógico. Tengo 70 años y eso es una buena cantidad de vida.
- ¿Setenta años? Excelencia, parece de 50...
¡Gracias! Pero tengo 70 acabados de cumplir. Entré a hacer el bachillerato en el seminario, con los salesianos en Mosquera. Pero allí no me sentí bien. No por culpa de los salesianos, sino porque llegué de Neiva, donde yo vivía, al frío terrible de Mosquera. La neblina de la mañana me parecía trágica. Regresé a mi casa y anuncié que no volvería al seminario. Que había renunciado a ser sacerdote y que ahora sería médico.
- Pero le pudo la vocación...
Sí. Regresé al seminario, esta vez a Ibagué, donde tenía un tío cura. Pero, al final, allí también tuve una pequeña crisis. La duda fue vencida rápidamente, y, después de todos estos años, nunca volví a dudar de que esta fuera realmente mi vocación.
- ¿Cuántos idiomas habla?
Hablar, lo que se dice hablar una lengua, es algo muy complejo. En el seminario de Ibagué había ambiente de cultura abierta a todo el mundo. Teníamos clases en latín y en francés. Después llegó un sacerdote que sabía bien el alemán y aprendí con él. Mi interés era poder leer en todos esos idiomas para tener acceso a la literatura en filosofía, teología y a la Sagrada Escritura, que es mi especialidad. Me defiendo bien en italiano, francés, inglés, alemán. Latín y griego del nuevo testamento, no el moderno, y el hebreo de la Biblia.
- No todo obispo llega a ser cardenal...
En mi caso concreto, el arzobispo de Bogotá, desde hace 60 años, ha sido elegido cardenal. Esta es una sede cardenalicia.
- La pregunta es entonces: ¿por qué lo eligieron arzobispo de Bogotá, con lo que era fijo que llegaría a ser cardenal?
Son procesos en los que el Señor va llevando las cosas. Desde el punto de vista puramente humano, nunca he influido, intrigado, ni nada de eso. Soy accesible y cercano a la gente, y esa es la gracia que Dios me dio.
- Además de presidente de la Conferencia Episcopal, usted ha sido presidente de la Comisión de Conciliación. ¿Qué opina del proceso de paz que inicia el país?
Era un proceso necesario. En Colombia es muy difícil una victoria militar, no porque nuestro Ejército no sea suficientemente capaz, sino por las condiciones geográficas y las de la propia guerrilla, que se ha vuelto un grupo terrorista.
- ¿Pero acepta que en parte por los golpes que les ha dado el Ejército, las Farc están sentadas en La Habana?
Indudablemente. Ese ha sido un factor decisivo. Pero siguen teniendo presencia. Cuando hablo con los obispos de zonas periféricas, como Orinoquia, Nariño, Putumayo, constatan la presencia fuerte de la guerrilla. No podemos seguir eternamente matándonos. Persiguiéndonos para acabarnos, para destruirnos. Eso le ha costado al país demasiadas víctimas, lágrimas, tristezas. Es un horror que en Colombia haya cinco millones de desplazados.
- ¿A usted le consultó el Presidente que se iba a meter en esto?
Sí, me informó en privado. Pero antes me había contado, desde que era candidato, que una de sus ideas fundamentales era el cese del conflicto.
- ¿Por qué no está sentada la Iglesia en la mesa de negociaciones?
En este momento es muy sabio que los que estén negociando sean representantes de la guerrilla y del Gobierno y no de toda la sociedad civil. La Iglesia no tenía por qué irse a sentar en la mesa de negociación. Nuestra labor es distinta. No somos negociadores ni mediadores. Lo único que tenemos que hacer es «aclimatar» la paz. Crear el ambiente conveniente. Y, por lo tanto, estar apoyando el proceso, invitando a la reconciliación, al perdón, a que rehagamos el tejido social que permita vivir en paz. No debemos estar sentados en una mesa para lograr unos acuerdos que no tenemos por qué firmar, porque ni somos parte del Gobierno ni de la guerrilla.
- ¿El Presidente le ha pedido involucrar al Vaticano al proceso?
No explícitamente. Pero es distinto, porque el Vaticano es un Estado y, como tal, puede mediar. Si el Gobierno llega a pensar que eso es conveniente, creo que el Vaticano aceptaría con mucho gusto, porque en la Iglesia estamos para servir.
- ¿Qué piensa de las justificaciones sobre el uso de la violencia de Iván Márquez, para quien las víctimas son «intrascendentes»?
Absurdo. Pienso que el principal problema de nuestra guerrilla ha sido que perdió el sentido de la realidad. Vive en otro mundo extrañísimo, que no logro entender. Y eso hace que sus miembros digan esas barbaridades. Que se presenten como si fueran «víctimas del conflicto». A ninguna persona con un mínimo de cordura se le puede ocurrir eso. Lo cual hace pensar que la negociación será muy difícil. Porque va a tener que penetrar en ese imaginario, que es absolutamente irreal.
- Y francamente obsoleto...
Viven todavía en los años 60, cuando el Che Guevara y Fidel eran guerrilleros y existía un contexto político mundial totalmente distinto. Tal vez el vivir en la jungla les impide escuchar las noticias o captar lo que significan.
- Pero no todos viven en la jungla. Las clases sociales en las Farc no son los de arriba y los de abajo, sino los de afuera y los de adentro...
Pero hasta los de afuera viven en una cápsula de cristal que les impide ver lo que está pasando en el mundo.
- ¿Usted es moderadamente optimista o prudentemente pesimista?
Un poco de las dos. Pero como parto de la necesidad de un proceso de fin del conflicto, tengo que llenarme de la convicción de que vamos a ser capaces de lograrlo.
- ¿Le parece bien la forma que ha diseñado el Presidente para ese diálogo? ¿Por fuera, discreto y corto?
El Presidente ha sido sumamente prudente y acertado en los pasos que ha ido dando. Serán diálogos discretos, que no tendrán como meta negociar la economía, la política, el país, sino el fin del conflicto. Con respecto a lo que viene después, pues para eso está la política.
- ¿No lo aterra la corrupción de Colombia?
Es el cáncer que está carcomiendo al país. De unas dimensiones inauditas. Lo que es terrible es que las ollas se destapan, pero se olvidan. La sensación del ciudadano es que los corruptos, en su gran mayoría, siguen tranquilamente con sus vidas.
- ¿Se refiere a que a usted también lo preocupa, como a muchos colombianos, la crisis de la justicia?
Ahí pienso que está el núcleo del problema: en una justicia que no es verdaderamente una justicia porque es lenta, no llega o llega desviada. No reprime el crimen y no rehabilita al criminal.
- Utilizando la disculpa del aborto, algunas corrientes de opinión han resuelto que el Procurador en Colombia no puede ser un católico...
Ahí hay un atropello. Indudablemente que la fe es fundamentalmente una opción personal. Pero tiene unas repercusiones sociales. Si soy católico, miro la realidad social como un católico, no como un ateo. Me duele cuando leo advertencias como «esto hay que analizarlo sin moralismos». El moralismo no es sino una concepción adecuada del ser humano. La moral puede ser católica, claro, en lo cual tiene ciertas especificidades católicas, pero la ética fundamental es la dignidad misma de la persona humana. Por lo tanto, no se puede, para tratar de desvirtuarla, decir que la ética es solo una cuestión religiosa.
- Pero al Procurador lo acusan de burlarse de las directrices de la Corte. ¿Cree que esos ataques tienen un fin político?
Creo que sí. Es una forma de descalificarlo. Pero, más allá del Procurador como persona y como político, es toda una posición sistemática para la introducción, en la sociedad de hoy, de una serie de seudovalores humanos. Y cualquier contradicción de eso que se quiere imponer es mirado como una intromisión religiosa y, por lo tanto, indebida.
- Pero es claro que el aborto está permitido en Colombia por tres causales concretas...
Hago una distinción clara. La Corte Constitucional inicialmente despenalizó el aborto. Pero luego tomó el camino de convertir el aborto en un derecho. Una cosa es no aplicar la pena a algo que se considera indebido, y otra, que lo categorice como derecho. Cuando el aborto se despenalizó en esos tres casos concretos, yo dije: está bien. Pero el aborto no puede ser un derecho que hay que enseñar en las escuelas.
- La Corte ha ordenado que entre los niños se promuevan los derechos sexuales y reproductivos...
No se debe ir creando en las escuelas una mentalidad alrededor de un sofisma, como es el de que la mujer es dueña de su cuerpo. El embrión no es el cuerpo de la mujer. Tiene una vida propia desde el momento de su concepción. Que no pueda vivir sin que la mujer le siga dando vida hasta que pueda hacerlo por sí mismo no implica que sea un derecho disponer de él como se le antoje a la mujer. El embrión es un ser humano en potencia que no se puede destruir. Eso es lo que me mortifica de estos debates del aborto. Que no compartir la libertad plena de abortar sea interpretado como un atentado contra los derechos de la mujer. Si nos ponemos a convertir el aborto en un derecho fundamental, como le escuché decir en algún momento a un magistrado, ¿qué sociedad vamos a tener? Una en la que, fundamentalmente, no se respeta la vida.
- ¿Y por qué oponerse a la adopción entre parejas homosexuales? En el aborto hablamos de la muerte. Aquí de la vida.
Pero se fijan en el derecho de la pareja homosexual y no piensan en los derechos del niño, de vivir en una familia bien constituida, normal.
- ¿Por qué cree que una pareja homosexual es incapaz de darle al niño el amor y el cuidado que requiere?
Para un crecimiento adecuado, un niño necesita tener muy claro lo que significa el padre, la madre y la complementariedad entre los dos. En el mundo de hoy, eso se ha ido borrando. Alguien decía que el género es una cuestión únicamente cultural y que en ese plano se puede borrar la diferencia física entre los sexos. No estoy de acuerdo con eso. Ahora todo es unisex. Y en el unisex no importa que sean dos hombres, dos mujeres, hombre y mujer. Se borra todo ese enriquecimiento cultural profundo que tiene lo que aporta el elemento masculino y el elemento femenino, que se complementan y hacen la unidad y la profundidad del ser humano.
- La ciencia ha remplazado o suplido esa complementariedad entre hombres y mujeres con bebés in vitro, con inseminación artificial...
En la mentalidad actual, todo lo que la ciencia hace posible es admisible. Pero no todo lo que la ciencia puede hacer es conveniente.
- Pero la evolución de la ciencia va corriendo los límites de lo admisible...
Indudablemente. Soy consciente de que las barreras se van corriendo, se van entendiendo mejor el universo, el hombre, la naturaleza, todo eso es fantástico, pero no quiere decir que todo lo que sea posible sea legal y moral.
- ¿Se va a oponer al tema de la eutanasia?
Es un tema mucho más complejo que el del aborto. La doctrina católica es muy serena y sabia: en la Iglesia nunca se dice que la persona tiene que sufrir y sufrir hasta que se muera. La Iglesia dice hay que procurarle al enfermo el alivio de toda manera, para que pueda morir lo más tranquilamente posible. Pero no matar al enfermo. Ahí es donde está el problema.
- Precisamente: ¿la eutanasia no pretende aliviarle al enfermo sus padecimientos cuando ya resultan sobrehumanos?
Hoy en día hay mecanismos como la sedación, la morfina, muchas posibilidades de aminorar el sufrimiento. Lo que es inadmisible es que el médico sea el que decida: esta persona ya no tiene por qué vivir, y punto.
- ¿Y si decide la propia persona?
Ahí nosotros podríamos entrar a mirar las cosas con mayor amplitud. Lo que me parece terrible del proyecto de ley es que tiene resquicios por donde se puede meter la eutanasia determinada por el médico, incluso porque se necesita esa cama de hospital. De ahí a decir que el loco no tiene por qué vivir, o el minusválido, el que no aporta a la sociedad, no hay sino un paso. Se empieza a crear la mentalidad de que la vida no la merecen sino el robusto, el fuerte, el sano, el que aporta, el que contribuye a que la sociedad sea más fuerte. Pero los débiles, los disminuidos, los enfermos, no merecen vivir.
- Hay nuevo arzobispo de Canterbury. Tiene cinco hijos. ¿Alguna reflexión para la Iglesia católica?
No, porque eso es normal en la iglesia anglicana.
- Pero este es además partidario de que haya obispos mujeres...
Son posiciones muy discutidas en la Iglesia. No me ponga en aprietos.
- ¿Su vida va a cambiar de alguna manera siendo ahora cardenal?
Sí, en un estupendo sentido. Voy a estar mucho más vinculado a la Iglesia universal y metido en las grandes discusiones de lo que hemos conversado en esta entrevista.