(La Gaceta de Tucumán) La noticia se la dieron el 28 de diciembre, al tercer mes de embarazo, y tres días después de brindar en Nochebuena porque "¡se agrandaba la familia!". Al comienzo, la madre dejaba que su hijo mayor, de dos años, se sacara el chupete y lo asentara sobre su vientre, como si lo compartiera con sus hermanos. Pero después ya no, cuando supo que sus bebés tenían pocas expectativas de vida.
La ecografía de ese día mostró que eran mellizos: varón y mujer. Pero antes de que C. y L. pudieran celebrar la noticia, les dieron el diagnóstico: anencefalia (sin cerebro) en el varón, y encefalocele (cerebro con hernia) en la mujer. "Salí desesperada del consultorio y me zambullí en Internet", le contó C. a LA GACETA. "¿Sabés que día era? El Día de los Santos Inocentes", añadió.
"Ya no recuerdo la infinidad de médicos que me vieron desde entonces. Ninguno sabía explicarnos a mi marido y a mí cuál era el pronóstico. Sólo se apresuraban a aclararnos: 'miren, esta es una decisión de ustedes, piensen tranquilos, que nadie los va a juzgar... ¿Decidir qué? ¿Quién nos va a juzgar? ¡No entendíamos nada! ¡Todavía no nos caía la ficha! Y ellos seguían: 'no se aten a la moral ni a la religión...' A ver... ¡sólo quiero saber qué se puede hacer! ¡No me empiecen hablando de la interrupción del embarazo!", renegaba esta mujer de 37 años, con rostro de niña.
"Lo único que sabíamos era que había dos corazones latiendo a full. ¡Y no los íbamos a parar nosotros! Pero ¿cómo sigue esto? Uno de los ecografistas apenas me vio me dijo: 'seguir con el embarazo es una locura. Se te va a hinchar la panza, no vas a poder aguantar el dolor... ' Ahí sí me asusté muchísimo. ¿A qué me estoy exponiendo, si mis hijos se van a morir igual? Después mi ginecóloga me tranquilizó: 'no, mirá, vamos a continuar el embarazo mientras no pongamos en riesgo tu salud. Los bebés estarán bien siempre que estén en tu panza'", siguió relatando
"Es por algo"
Enfrentar la mirada del otro no era más fácil que escuchar a los médicos. "Me tuve que bancar que me digan: 'Dios sabe por qué te manda esto', 'si Él lo permite por algo será', 'los hijos pagan por los pecados de los padres'... Entonces dije ¡basta! Mis hijos no son un castigo. Y decidí no hablar más sobre el asunto, salvo con personas muy allegadas. Sin embargo, siempre te tenés que enfrentar con gente que te pregunta: ¿qué nombre les vas a poner? Qué contenta debés estar ¿no?", rememoró. Los meses pasaron con ráfagas de felicidad. Pero sin preparativos ni elección de nombres. La decoración de la habitación de los bebés quedó paralizada. En cambio, había que hacer otras cosas: comprar ropita para la partida, averiguar sobre el servicio de sepelio ... "Cuando le pedí a mi marido que se encargara de todo eso, se quedó mirándome como si no entendiera nada, hasta que se dio cuenta. ¡Es tan duro todo esto...!"
Llega el momento
"¿Para qué día querés que programemos la cesárea?", le preguntó la ginecóloga. "No, por favor, no me hagás decidir a mí el día en que se van a empezar a morir mis hijos", le rogó C. "Está bien, será el miércoles 18 de abril a las tres de la tarde".
El domingo 15, por la noche, tres días antes de la operación, un amigo, Teo, me puso en contacto con C. y T., a quienes no conocía. Ya era bastante tarde cuando llegué a su casa. Conversamos largamente todo lo que aquí se cuenta, y a la medianoche nos despedimos con un abrazo. C. me permitió poner las manos sobre su panza y ahí pude sentir la danza de la vida... Los movimientos vigorosos, seguros, ajenos a todo lo que pasaba alrededor. Sonreímos juntas y nos emocionamos. "¡Es impresionante cómo se mueven! Y mirá que sólo se dejan sentir así con el papá". ¡Epa! ¡Qué patada! ¡Seguro que es el varón!" El dramatismo se vuelve miel hasta que nos despedimos.
Bautizados
El gran día llegó a los siete meses de gestación. La operación transcurrió sin sobresaltos, como el embarazo (ni siquiera se le hincharon los pies). Los dos nacieron vivos. Fueron bautizados en el mismo quirófano por un sacerdote que había sido preparado para ello.
El varón, que llevó el nombre de un santo, y que era el que más se movía, fue el primero en partir. Ni siquiera tuvo fuerzas para esperar a que su mamá despertara de la anestesia. Vivió sólo una hora. Los órganos del bebé fueron donados al Incucai.
La nena todavía sigue aferrada a la vida. Quietita como una muñeca, y sin llorar, espera a su madre en los horarios de visita. Inexplicablemente, mueve el piecito cuando la mamá se lo acaricia y ciñe con fuerzas el dedo de su papá cuando él le toca la palma de la manito.
El dolor es muy grande. Y la historia sigue aconteciendo. C. y L. no se arrepienten de nada: "¿Quiénes somos nosotros para decidir cuánto deben vivir nuestros hijos?" Aceptaron la vida tal como venía, quizás, porque pensaron que aunque triste, es más humano sepultar a los hijos que deshacerse de ellos.