Menos es más
En un contexto como el que vivimos en amplios sectores de España, caracterizado por el descenso de fieles católicos y por la escasez de vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, la lógica indica que no podemos intentar seguir haciendo lo mismo del mismo modo. Una pastoral que, en la práctica, se siga rigiendo por la teórica – ya quimérica – identidad entre población sociológica y pertenencia eclesial es una pastoral mal enfocada que solo va a conducir al cansancio y al desaliento. Una perspectiva de este género tiende a “sumar” unidades, sin pararse a discernir qué tipo de unidades se suman: más parroquias para un mismo párroco, más celebraciones para una asistencia decreciente, más no se sabe muy bien qué ni para qué.
Los que han sido llamados a pilotar la nave de la Iglesia, y de las iglesias locales, quizá deban pararse no solo a pensar – es obvio que ya lo hacen -, sino a pensar con mayor creatividad y valentía. Con mayor capacidad de innovación y de adaptación a los desafíos que la realidad presenta. En la Iglesia pesa mucho la tradición, y así debe ser, porque la Iglesia se remite no a cualquier iniciativa humana, sino al mandato de Cristo nuestro Señor a los apóstoles de predicar el Evangelio. Pero no es lo mismo la Tradición apostólica, en singular, que las “tradiciones”, en plural, teológicas, disciplinares, litúrgicas y devocionales nacidas en el transcurso del tiempo.
Y tampoco es lo mismo la Tradición, y hasta las “tradiciones”, que la inercia de una pastoral que, pasando a menudo por encima de criterios teológicos y canónicos, se estanca en una práctica que responde más a la repetición de lo acostumbrado – “siempre se ha hecho así”, cuando el mínimo análisis desmonta ese “siempre” como falso – que a las demandas reales de atender a las exigencias de la evangelización. Bastante mejor nos iría a todos si nos ciñésemos un poco más a la literalidad de los documentos oficiales – los textos del Concilio Vaticano II, los cánones del Código de Derecho Canónico, los números del Catecismo de la Iglesia Católica – y nos separásemos un poco más de supuestas orientaciones y normas que no existen realmente, aunque se den como supuestos obvios en el día a día.
Ni la teología ni el derecho ni la doctrina católica obligan, por ejemplo, a llenar el horario del domingo con más y más celebraciones de la santa misa. Habrá que celebrar una segunda misa, o una tercera, si los fieles no caben en el templo. Si no, la repetición de celebraciones sería hasta contraproducente. La constitución “Sacrosanctum Concilium” recuerda que la liturgia “es la cumbre a la que tiende toda la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que todos, hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor” (SC 10).
Creo que en los domingos, justamente para que la participación en el sacrificio y en la cena del Señor sea más significativa y fructífera, será preciso dedicar más tiempo a la explicación de la Palabra de Dios; a la catequesis, no solo para los niños, sino también para los adultos; a la iniciación a la oración y a la meditación; al descanso y a la vida de familia. Entre otras razones para que la cumbre y la fuente sigan siendo cumbre y fuente y no rutina agotadora. A veces, menos es más.
Guillermo Juan-Morado.
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