El tesoro escondido y la perla preciosa
Homilía para el Domingo XVII del tiempo ordinario (Ciclo A)
Las parábolas del tesoro escondido en un campo y de la perla preciosa inciden en la ganancia, en el beneficio, que supone encontrar esos bienes. El hombre que encuentra el tesoro hace un buen negocio vendiendo todas sus propiedades para comprar el campo. Igualmente, para el buscador de perlas finas el hallar una de tanto valor compensa con creces el tener que desprenderse de sus posesiones.
Encontrar a Jesucristo, adherirnos a Él por la fe, es la mejor inversión que podemos hacer. San Pablo expresaba esta convicción con gran claridad: “Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).
Lejos de presentar la vida cristiana como mera renuncia, las parábolas del Señor y el apóstol subrayan ante todo la ganancia. Cristo no da algo a cambio de algo; nos lo da todo – se da a Sí mismo – a cambio de nada. En la homilía de la Misa del inicio de su pontificado, Benedicto XVI dirigía a los jóvenes unas palabras que pueden servir para todos nosotros: “Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.
El encuentro con Cristo es una gracia. No se dice que el hombre que encontró el tesoro escondido hubiese llevado a cabo una búsqueda; simplemente se topó con él. La fe tiene, en muchos casos, este carácter de encuentro aparentemente imprevisto. En el camino de Damasco, Cristo resucitado se presenta a San Pablo como una luz espléndida que transformó su pensamiento y su vida. “San Pablo, por tanto, no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte”, comenta el papa.
Para otras personas, sin embargo, el encuentro con el Señor está precedido por una incesante búsqueda. El mercader que halla la perla de gran valor llevaba toda su vida buscándola. San Agustín compara esta búsqueda con la que conduce a Jesucristo: El hombre que busca hombres buenos halla a uno solo que está sin pecado, Jesucristo; el que busca los preceptos que pueden orientar su vida halla el amor del prójimo; el que busca los buenos pensamientos “halla aquel Verbo que los abarca todos: ‘En el principio era el Verbo’ (Jn 1,1), palabra que brilla con el candor de la verdad, que es sólida con la fuerza de la eternidad, que esparce por todas partes su luz con la hermosura de la Divinidad, y que cuando se la penetra deja ver a Dios bajo el velo de la carne”.
Debemos pedirle al Señor, como el rey Salomón (cf 1 Re 3,5-12), el don de la sabiduría para saber discernir el mal del bien y así reconocer el tesoro escondido del conocimiento de Cristo y la perla valiosa de su seguimiento. Que, como el salmista, podamos decir llenos de alegría: “Más estimo yo los preceptos de tu boca, que miles de monedas de oro y plata” (Sal 118).
Guillermo Juan Morado.
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