Comportamientos homo-sexuales y pureza del sacerdote. Otro caso
Soy un enamorado de San Juan Bosco; desde hace años.
Quizás porque la Providencia me llevó a trabajar con jóvenes y niños desde mis épocas de seminarista, con todo el peligro que hoy esto conlleva.
Desde hace una década comencé a leer sus escritos, a meditarlo, a gozar de sus virtudes y intentar ver lo que había en el corazón de ese gigante.
Leí varios tomos –debo continuarlos– de las “Memorias biográficas” de Don Jean Baptiste Lemoyne: unos diecinueve volúmenes que el metódico secretario del fundador de los salesianos escribió durante décadas.
- “No permitir siquiera que se dude de la “bella virtù” (la virtud de la pureza) en el sacerdote.
- “No tener ni apariencia de predilección por ningún joven o niño”.
- “Ser extremadamente cuidadoso en el trato con ellos, sin ser parco pero tampoco meloso”.
Y más consejos del gran Don Bosco; porque incluso en su época podían existir casos escandalosos.
Asimismo, era tremendamente severo con la virtud de la pureza para los futuros candidatos al sacerdocio (no sólo para los salesianos), al punto que, si un seminarista no lograba la virtud de la continencia durante un buen tiempo, desaconsejaba completamente que recibiera las órdenes.
Así le escribía a un seminarista, por ejemplo, allá por 1855, ante la inminente recepción del orden sagrado:
“Queridísimo hijo:
No nos hagamos ilusiones: si no consigue triunfar contra ese inconveniente (actos solitarios contra la pureza) no siga adelante, ni se arriesgue a recibir las Ordenes Sagradas a no ser después de un año, al menos, sin recaídas. Oración, fuga del ocio y de las ocasiones, frecuencia de los santos sacramentos, devoción a María Santísima, (una medalla al cuello), lectura de buenos libros y mucho valor. Omnia possum in eo qui me confortat (Todo lo puedo en aquel que me conforta), dice San Pablo (…). Créame suyo. Turín, 7 diciembre de 1855. Afmo. JUAN BOSCO, Pbro.”
Con quienes debían recibir las órdenes menores era más benévolo, por ser menor el tiempo que llevaban fuera del mundo:
“Muy apreciado en el Señor: Para responder directamente a su muy estimada carta necesitaría saber desde cuándo no ha habido más recaídas. Mi parecer coram Domino (ante el Señor) sería que no se recibieran las órdenes, si no es pasados seis meses, al menos, de prueba victoriosa. Con esto no entiendo prohibirle que siga el parecer de aquellas personas que le han animado a continuar adelante. Dios le ayude; ruegue por mí y yo rogaré por usted, mientras con afecto paterno me profeso. Turín, 28 de abril de 1857. Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro.”.
* * *
No significa con ello que, al ingresar al seminario (o al convento, por extensión) se deba estar confirmado en gracia o ser la Inmaculada Concepción. No. Pero quien no pudo en un ambiente de oración, silencio, trabajo, penitencia, adquirir la continencia y la castidad necesarias, difícilmente pueda adquirirla luego.
¿Y a qué viene todo esto? A que hoy me levanto y veo en los diarios de mi país (Argentina) un nuevo caso de un sacerdote sodomita (ya hablamos AQUÍ del tema) que, por haber sido descubierto en propuestas indecentes a un joven (esta vez, gracias a Dios no menor de edad), termina renunciando a su cargo con un nuevo escándalo.
Y me resisto a pensar que fue la única vez o que ya antes poseía la virtud probada y que fue un caso aislado. No. Esto venía de antes.
Y son estos los episodios que hacen que, luego, se pida sofísticamente “la abolición del celibato sacerdotal” para “evitar abusos” (supongo que en estos casos deberían pedir el “matrimonio homosexual”), colocándonos a todos los curas como constantes pedófilos en potencia.
Señores obispos, sacerdotes, seminaristas y laicos: cuidemos el sacerdocio. Más vale no tener seminarios a educar futuros sacerdotes apóstatas o promotores de escándalos. Más vale marcar los pecados del sacerdote cuando los veamos fallar que callar. Todo un ejército de bautizados que intentamos vivir la pureza en tiempos de Sodoma y Gomorra los imploramos.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
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