10.03.18

(254) El Imperio del Mundo y el lenguaje de los valores

La Barca, zarandeada por las olas

1.- El doble abuso del lenguaje de los valores

En anteriores artículos hemos criticado el abuso de la teoría de los valores —así, en pluralen el lenguaje de la teología y filosofía católicas.

Nos hemos referido tanto al abuso común, por el cual el católico en general se expresa confusamente acerca de aquello en lo que cree; como al abuso especializado, por el cual el teólogo o filósofo católico en particular explican desenfocadamente aquello en lo que creen.

Las consecuencias de este abuso doble son muchas. Porque muchas son las acepciones del término. Su ambigua polisemia, siendo un rasgo esencialmente moderno, sirve a las mil maravillas al pensamiento anfibológico del Estado Mundial. Abusar de la teoría de los valores acerca peligrosamente a la dictadura del relativismo. Porque el pluralismo axiológico es su figura.

Este abuso del término va asociado al culto a los especialistas, propio de la mentalidad occidental  posmoderna. Mediante el lenguaje de los valores, el Occidente descristianizado proyecta y legitima su nueva ética, un derechohumanismo positivista y desustanciado elaborado por expertos, y difundido a través de tópicos y lugares comunes.

Porque es un lenguaje que no sólo se aparta del pensamiento clásico, sino también del lenguaje natural; tanto, que el pensamiento católico, cuando es axiologizado en sintonía con el paradigma hodierno, degenera en una especie de teología antiteológica, mezcla de literatura, espiritualismo, sociología y reflexión privada.

Es por esto que el uso indiscriminado de un enfoque axiológico de la realidad favorece el ensayismo, la anomia y la ambigüedad. El ensayismo, porque privatiza los conceptos católicos. La anomia, porque los desvincula de la regla de la tradición. La ambigüedad, porque los difumina y pixela.

3.03.18

(253) Una gracia portentosa

I.- Hasta el santo más distraído sabe que Dios empieza su oración cuando ora. Y que a nadie se le puede escapar del corazón unas palabras que Nuestro Señor no haya pronunciado primero.

 

II.- Despierta al alma su Defensor con la urgencia apostólica de Cristo, y le concede caminos, y mucha jornada.

 

III.- Este deseo portentoso de hablar de Cristo, que no se acaba, y que no puede apagarse sin traición.

 

IV.- Arde la tela de la oración, y el alma se prende de olivos, sudor de sangre y expectación.  

 

V.- La Madre busca a su Hijo entre los hijos de la Iglesia, y lo encuentra en los que están en gracia.

 
* * *
 

VI.- Aparejada de claridades, con fragancia de arrimo, la Madre siempre vela al Hijo al que ama, y a nosotros en Él.

 
 

VII.- Caminamos estremecidos por la Obediencia inimaginable del Hijo, hacia la propia cruz.

 

VIII.- No está helado el Calvario sino en llamas, y es la Misa.

 

IX.- Aquel huerto que exhalaba muerte es compartido, pero no en el bienestar, sino en el martirio.

 

y X.- Siendo en esta vida la santidad el bien supremo, el deseo de alcanzarla es el deseo supremo.

 

David Glez Alonso Gracián

2.03.18

(252) El lenguaje de los valores da problemas

La secularización puede ser interpretada, también, como una crisis del lenguaje con que se expresa la Iglesia, como una restricción conceptual del numen católico, como un abandono de la propia identidad intelectual.

Adoptar conceptos extraños, propios del mundo moderno, puede traer problemas.

 

1. Valores y piedra de tropiezo

El abuso del lenguaje de los valores hace invisible el lenguaje bíblico-tradicional, lo priva de visibilidad conceptual, tan necesaria a la Iglesia para poder “ser vista” como lo que es en esencia.

Y si la mente de la Iglesia, de alguna manera, no es vista en su lenguaje, no puede iluminar la oscuridad con las palabras con que puede y debe hacerlo.

Y es que con el término los valores, así en plural, los moralistas axiólogos pueden difuminar la virtud de la clasicidad en una vaga atmósfera humanitaria, general y no específicamente católica.

Es el término que ha usado el voluntarismo para hacer divisible la modernidad e incorporársela. A tal efecto, con el término de marras se suaviza y lima la piedra de tropiezo, se ahuyenta el fantasma del martirio y se disfruta de una más cómoda y tolerante espiritualidad del bienestar.

 

2. La máquina de vacío

Es de notar que este abuso del lenguaje de los valores desustancia el concepto de persona, lo desliga del orden de las esencias, legitima un uso liberticida de la conciencia, como proponía Bernhard Häring con ese eufemismo de la creatividad.

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28.02.18

(251) Contra el intenso subjetivismo que nos rodea

«¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?» (1 Cor 4, 7)

1.- El intenso y exigente subjetivismo que nos rodea hace difícil cualquier apelación a la realidad de las cosas. Hace difícil la gratitud. Hace difícil la relación de los hijos con los padres, de los educandos con los profesores, de la Iglesia discente con la Iglesia docente, del hombre occidental con el orden clásico heredado de griegos y romanos, corregido y completado por la Iglesia. Hace difícil todo, y sobre todo ser católico, porque ser católico y ser subjetivista es incompatible. 

 

2.- Modernidad, edad contemporánea, posmodernidad (o mejor dicho tardomodernidad), son épocas de subjetivismo moderno. Pero no de cualquiera, sino de un subjetivismo que podemos denominar pretensionista o acreedor, que es indivisible e inaprovechable en esencia.

Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Somos deudores del Señor, siempre, porque sin Él no podemos hacer nada (Jn 15, 5), y porque  «De Dios es vuestro querer y vuestro obrar» (Fil 2, 13)La visión cristiana de las cosas no es acreedora, sino deudora: de Dios, de la realidad, de las esencias, del ser, de la gracia de la justificación, de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, visible y militante. Deudora ante todo y sobre todo de la Santa Eucaristía, de la Comunión de los Santos, de la Sangre de Cristo y de la sangre de los cristianos.

La visión tradicional del mundo no es otra: todo lo hemos recibido de Dios, luego somos deudores suyos, tanto en el orden natural como en el sobrenatural. Por eso explica Santo Tomás que

«El hombre es constituido deudor, a diferentes títulos, respecto de otras personas, según los diferentes grados de perfección que éstas posean y los diferentes beneficios que de ellas haya recibido.[…] Así, pues, después de a Dios, el hombre les es deudor, sobre todo, a sus padres y a su patria» (S. Th., II-II, 101, 1)

 

No olvidemos hoy día, en estos tiempos de revisionismo y nuevo paradigma, que la teología moral católica parte también de esta visión deudora de la ley moral. Así fue confirmada y recogida en 1993 por San Juan Pablo II en ese importantísimo documento docente que es Veritatis splendor. Hay que reivindicarlo constantemente.

23.02.18

(250) Ánomos y Anfíbolos, III: subjetivismo y desorden, contra el orden clásico

 Es un monstruo de dos caras, un Leviatán bifronte: Ánomos es anomia, y Anfíbolos es anfibología e indefinición. Son los padres fundadores del posmodernismo. Y su lucha es contra el orden clásico.

 

1.- Malos precursores.— Kant, Fichte, Hegel, Heidegger, introducen a Anfíbolos en el conocimiento de la realidad, dejando la razón en suspenso ante el ser, incapaz de un sí o un no, manteniéndola siempre en la indefinición, siempre pendiente y enajenada en su propia actividad inmanente. Como precursores del posmodernismo, son buenos fundadores pero malos consejeros.

a.- Otro tanto ocurre con el descripcionismo fenomenológico. Aporta poco y daña mucho. No sólo por ser, en definitiva, otra forma de poner las esencias a merced de un ego artificial. Sino también, y sobre todo, por constituir una reducción de lo real al mundo de la conciencia subjetiva. Thomas Molnar, entre otros, han denunciado lúcidamente el poder des-naturalizador de este poner entre paréntesis lo real. 

 

2.- El orden natural y sobrenatural en suspensión.— La reducción fenomenológica que provoca Anfíbolos se traduce en la desjuridización general que introduce Ánomos: bajo su perspectiva, la realidad, al no ser cognoscible en su esencia, queda desdibujada en lo que tiene de orden, de normatividad jurídico-política, de ley natural, de principio católico.

b.- Por extensión, ya no cuenta tanto la palabra divina como la respuesta que puede dar el hombre. Ya no es tan importante el Legislador divino como el legislado humano. Ya no importa tanto la unidad católica y su ordenamiento clásico, como un testimonio cristiano subterráneo al orden de la sociedad, a la que ya no se exige sometimiento a la ley natural ni al Dios Encarnado.

 

3.- Otra vez la libertad negativa.— La tesis de inspiración heideggeriana de Bultmann —que no importa tanto la cruz en sí misma como su significado—, es un resumen del proceso de subjetivización y desorden que venimos describiendo. Molnar lo asemeja, certeramente, al libre examen luterano. En el fondo, es la misma idea: lo que la realidad (divina) es para mí, eso es lo que verdaderamente importa. Es la misma idea del principio de autodeterminación, en que Pico de la Mirándola funda la dignidad humana: el hombre sin esencia definida, que alcanza a ser lo que quiera. —Responsablemente, eso sí, pero al fin y al cabo lo que  quiera.

c.- Con veracidad Cornelio Fabro critica a Heidegger su inversión existencialista: que el hombre pretenda determinar el ser, y no viceversa. ¿No es, acaso, la pretensión fundante de la modernidad?

 

4.- Crisis del derecho.— Ánomos desdibuja el sentido de lo justo. La pérdida del sentido del derecho trae consigo la impunidad, los abusos, los cambios de paradigma y los mil y un vientos de doctrina. Cuando se minusvalora lo que es justo, se justifica lo que es injusto. La desjuridización de la Iglesia es un síntoma de descomposición, sin duda paradigmático. La pérdida del sentido del derecho, fomentada por un concepto desenfocado de la misericordia, conlleva la subordinación de la prudencia jurídica a la conveniencia pastoral.

d.- Que en lo natural conduce al convencionalismo ético de la moral de la situación, pues desvincula el derecho de los casos particulares; y en lo sobrenatural a la tergiversación de la doctrina de la justificación, pues desliga la salvación de la obediencia meritoria (en estado de gracia) a la ley.

 

5.- La mente gnóstica.— El proceso coordinado por Ánomos y Anfíbolos conduce siempre al mismo resultado: el yo erigido en juez. No el yo natural, sino el yo autodeterminado, el ego transcendental. El yo gnóstico que curva la realidad hacia sí mismo, convertido en valor absoluto e infinito —eso sí, con la ayuda de Dios, para no ser pelagiano.

e.- El comunitarismo posmodernista parece, bajo esta luz, un recurso para salvar las apariencias de individualismo. Poner en conexión los egos autodeterminados, por muy piadosos que sean, y hacerlos depender unos de otros, no es propiamente poner en comunión.

 

y 6.- ¿El nihilismo educador?.— A la luz de estas consideraciones, entendemos el proyecto nietzscheniano como proyecto esencialmente moderno: es la voluntad de poder dejar en suspenso el orden del ser. El nihilismo, así, no parece más que la realización de esta suspensión, entendida como un derecho humano fundamental. Este proceso, en cuanto movimiento sin meta, en cuanto itinerario ciego, en cuanto praxis desvinculada de la tradición, será el numen bifronte que el constructivismo contemporáneo convierta en modelo educativo.

 

y f.- Conclusión.- Todo el empeño de Ánomos y Anfíbolos, por tanto, será contra el orden clásico. Urge recuperarlo de sus garras y rehabilitarlo. Urge un nuevo clasicismo católico.

 

 

David Glez. Alonso Gracián