18.05.20

(424) Una necesaria ambigüedad

1

La ambigüedad doctrinal es como clavadura en los pies de un caballo. El clavo ha penetrado la carne viva, el jinete anima al animal a que se mueva, pero éste cojea y cada vez está peor, la herida va comiendo por dentro al caballo y agobiando al jinete, que no consigue llegar donde debía. Si el hombre no reacciona y descubre la herida y extrae el clavo y la cura, el pus negro y oscuro va devorando al animal.

 

2

Lo mismo puede pasar, está pasando, con la virtud de la fe. La Nueva Teología ha conseguido que hoy se hable ambiguamente de ella. Sin distinguir lo que es creer de lo que es amar, de lo que es esperar; de lo que es mera convicción adámica, de lo que es emoción religiosa, de lo que es experiencia subjetiva, de lo que es mera creencia humana, demasiado humana. Por eso hay que afirmar, hoy, tajantemente, que así como la caridad consiste en amar, y la esperanza en esperar confiando, la fe consiste en creer.

 

3

El hombre moderno abomina de su propio logos, prefiere la voluntad. El católico neomodernizado, quiere conservar, como conservador que es, esta abominación por ser moderna, pretende mantenerla pero no del todo (no es progresista), por eso, sin llegar a negarla, se dice: creer, sí, vale, pero sobre todo y ante todo…. experimentar, sentir, confiar,…No así el católico tradicional. Y es que el Catecismo de San Pio X, 864, lo explica con grata concisión antimoderna: «¿Qué es Fe?.— Fe es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y por la cual, apoyados en la autoridad del mismo Dios, creemos ser verdad cuanto Él ha revelado y por medio de la Iglesia nos propone para creerlo».

 

4

En consecuencia, ser creyente es creer que es verdad cuanto Dios revela y propone para ser creído como verdadero a través de la Iglesia. Por esto la Iglesia es, como dice la Santa Vulgata, «columna et firmamentum veritatis», columna y firmamento, fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15). Firmamentum, como traduce el Diccionario Vox es «apoyo, sostén; prueba, confirmación; […] firmamento, cielo». Mediante la fe recibida de Dios —por eso es teologal, porque procede de Él— a través de los sacramentos, la Iglesia nos ha de confirmar en la verdad; la Iglesia que debe ser nuestro sustento, y, también, el firmamento de nuestro anhelo de verdad. Nunca el velo que la oculta con ambigüedades. La Iglesia debe des-velar-nos la verdad, por ello ser docente, enseñarla y no ocultarla, porque la hemos de creer. Porque «Dios quiere que todo el mundo se salve, y llegue al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4).

 

5

Por supuesto, la verdad es Nuestro Señor Jesucristo, Él ES la verdad, y también lo que dice ES la  verdad. El es la Palabra que dice palabras verdaderas. La fe consiste en creerle.  La verdad recibida y creída a través de la fe está propuesta, esto es, formulada, dada en conceptos adecuados a nuestra necesidad cognitiva, de manera que podamos creerla y salvarnos. Las verdades reveladas por Dios, esto es, la doctrina revelada, está adecuada a nuestra forma humana de conocer, y se ajusta a lo que necesita nuestro entendimiento. La gracia nos conforma a la mente de Cristo.

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10.05.20

(423) Volver a tener pulso

Las mentes conservadoras, activas en partidos, cátedras, púlpitos o movimientos, conservan moderadamente las novedades con que las mentes progresistas quebrantan el orden natural y sobrenatural. Van por ahí dando clases de ortodoxia citando autores que no se sabe si son un poco heterodoxos o un poco ortodoxos (citas que, aunque al común de los católicos parecen un rollo infumable, para estas mentes superexegetas son cosa extraordinaria, o hacen como que lo son).

Debe el hombre de tradición dar el paso y no quedarse en la fantasmagoría moderada, creyendo que es católica.

La solución a los males que nos aquejan no se encontrará, por eso, donde germinan los principios del quebrantamiento, pérfidas semillas de cizaña con apariencia de trigo.

La Causa de la Regeneración, ahora, en esta tierra, pasa por el desencanto de la ilusión conservadora, que todavía atrae a cristianos de buena voluntad.

Porque la originales teorizaciones piadosas del catolicismo conservador, que siempre son un plagio encubierto, subcatólico, de la Reforma, no dan sino más de lo mismo: nihilismo y apatía con aspecto espiritual.

La tradición local hispánica, entre sus muchas virtudes, contiene la de la clasicidad: la de aferrarse firmemente a la Tradición, a la Escritura, al Magisterio, porque cree firmemente que la Iglesia es columna y fundamento de la verdad, y por eso ha de ser docente, en lugar de ensayista o teorizante. No sólo a la traditio sobrenatural, sino también a la cultural, jurídica, musical, espiritual en general. Nos conviene, porque mantiene inconsútil la doctrina católica clásica, y por ello es más potente, cuenta con la gracia. Para qué defender derecho-humanismos globales si tenemos el derecho natural.

Labor urgente de todos los católicos que tienen por lengua madre la del Manco de Lepanto y la Santa Fundadora de Ávila, es mantener la primacía de la perspectiva sub specie aternitatis que desde tiempos inmemoriales caracteriza nuestros quehaceres, nuestros dolores, nuestras epidemias, nuestras tribulaciones y nuestros gozos y sombras.

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3.05.20

(422) Regeneración, sin más

Regeneración, sin más. Dejémonos de fantasías, de quijotismos. Seamos realistas, cuerdos, discretos, cabales. Donde hay molinos no veamos gigantes, sino molinos. Que el manco de Lepanto no haya escrito el Quijote en vano. Démonos cuenta de dónde estamos, y a dónde hemos de ir. 

Esta es la Causa que debe consumir nuestros desvelos: contribuir a la regeneración de nuestra traditio. Digo de la nuestra, no podemos actuar por otros, ni enajenarnos en la mente de otros, ni dejar lo nuestro a un lado para ser otros; debemos saber quiénes somos y, como diría Vallet de Goytisolo, cuál es nuestra tarea. Y somos la fe de nuestros padres. No tenemos otros. Nuestros padres no fueron los que alzaron el filo de la guillotina, ni los que dijeron que pensaban luego existían, ni los que desmontaron la Veterum sapientia para convertir en dios al devenir.

No. La influencia de la filosofía y teología francoalemanas ha producido desastrosas consecuencias en nuestro pensamiento. La primera, la pérdida de la esencia propia, la descomposición europeísta de nuestro numen local, es decir, de nuestra tradición hispánica. La del Beato Diego José de Cádiz, la del Jesús del Gran Poder, la de la orfebrería sacra, la de las procesiones y los Rosarios de la Aurora, la de Tomás Luis de Victoria y Báñez dirigiendo a Santa Teresa de Jesús.

Quisieron echar siete llaves al sepulcro del Cid, callar la pluma de Cervantes y amanerar con dulces y refritos la locura de la Santa de Ávila, poner ascensores al Monte Carmelo, subirlo como San Juan de la Cruz pero sin las renuncias de San Juan de la Cruz. Quisieron aguar la tradición aristotélico tomista de nuestros escolásticos, afrancesar la doctrina de nuestros Saavedras-Fajardos, suavizar las sombras de Ribera y romantizar a Murillo. Pero no. No podemos no ser cervantinos, porque el catolicismo hispánico es manco de Lepanto. Y es quevediano, tiene desenvoltura sobrenatural, no teme el esperpento, ni el hacerse todo a todos para ganar almas. No quiere el bienestar sino la cruz a secas, y pintada por Velázquez. (Y el Resucitado por El Greco). Somos numantinos y también de Escipión. No queremos que vuelva Moloc, porque nuestros ancestros derrotaron Cartago.

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30.04.20

(421) La trampa del estatismo personalista

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Los personalistas y neoteólogos defienden, en clave kantiana, la escisión del hombre en dos almas: una, de individuo, otra, de persona. El hombre queda partido en dos identidades: en cuanto ciudadano es individuo, y en cuanto ser espiritual es persona.

Bajo esta perspectiva, en cuanto individuo debe obediencia al Estado y se subordina a sus instituciones y leyes; en cuanto persona, está por encima del Estado, que ha de subordinar sus instituciones y sus leyes a los proyectos personales de cada persona.

Se produce así una existencia bipolar, la fuente de la angustia, cuya manifestación ideológica es el laicismo, sea fuerte, o sea débil, “suave” o incluso “piadoso": es el fundamento de lo que León XIII denomina liberalismo de tercer grado.

Un liberalismo en que lo espiritual (la religión) se relega a lo personal, y lo socio-político se relega a lo individual. Lo eterno, por tanto, se convierte en cuestión privada y doméstica. Y lo temporal se limita a cuestión inmanente, pública y (supuestamente) autónoma.

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25.04.20

(420) Como jaula que busca su pájaro

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La extensión del cainismo post-revolucionario a escala mundial es obra del nihilismo de tercer grado, institucionalizado por la Modernidad política. La mente cainita ofende las tradiciones locales, pretende oficializar el rechazo de la gracia. El nihilismo aspira a dominar las naciones, pretende expandirse hasta los últimos reductos de cultura, quiere enjaular las sociedades caídas entre los barrotes del estado de enemistad, del rechazo de la justificación.

 

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Por eso es conforme al Estado Mundial retirarse a su olimpo secreto cuando los Estados Particulares andan en apuros y quebrantados. Luego volverá a meter mano, cuando el panorama nacional vuelva a su cauce.

 

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Como la jaula sale en busca del pájaro, que dice Kafka, el Estado Mundial sale en busca de las Patrias. Y para cerrar la llave, nada mejor que convertirlas en burocracias existenciales, en administraciones del nihilismo, gestionadas por partitarquías groseras y oligárquicas. Son afinidades electivas, como apuntaba González García en su comparativa Weber/Kafka. La mente globalista aborrece las patrias, por eso, desde que eclosionó del huevo decimonónico, busca al Estado Mundial como a su espíritu afín. 1789 no se contentó con Francia. Quiere una Anti-Iglesia, una pseudocatolicidad alternativa, como el arma homicida ambiciona la mano de Caín.

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