En proceso - Rebeca Rocamora
A la nueva categoría “En proceso” se van a traer aquellos casos de fieles católicos que se encuentren, precisamente, en proceso de beatificación y/o canonización. Más que nada para que se conozcan y sean aprovechadas sus virtudes.
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“Me voy al Cielo y poco a poco me llevaré a los que quiero… A medida que Dios les llame, yo estaré allí junto a Él para interceder por ellos”.
Con estas palabras se despidió del mundo terreno Rebeca Rocamora Nadal. De su padres, Oscar y Mª Rosi recibió el amor de Dios y, así, a tenérselo al Padre con quien pronto se vería.
Seguramente no muchas personas conocerán a la joven que, a la edad de 20 años voló a la Casa del Padre sabiendo, exactamente, qué iba a hacer en el definitivo Reino de Dios.
Nace Rebeca María Rocamora Nadal el día 7 de septiembre de 1975 en Granja de Rocamora, Alicante (España). Por haber perdido un niño a los seis meses de gestación, la llegada de aquella niña (de la que la comadrona dijera que “Es un ángel rubio con ojos de cielo”) a la familia tuvo que ser motivo de gran gozo y alegría. De ella dicen sus padres “que “tenía un temperamento vivo que compaginaba perfectamente con su dulzura”.
Si la inocencia, la vitalidad y la alegría eran lo que destacaba en Rebeca, cuando, en realidad, mostró una espiritualidad profunda fue cuando enfermó desde muy temprana edad. A cualquiera persona nos daría por quejarnos y por poner el grito en el cielo. Rebeca también puso el grito en el cielo pero fue de una forma no muy común porque lo hizo para someterse a la voluntad de Dios.
Y esto lo demuestra la circunstancia que se dio los momentos en los que iba a entregar su vida al Creador. Es lógico que las personas que la conocían, conociendo el sentido espiritual que le había dado a su vida, le dijeran que pidiera por su curación y su salud. Pero eso habría resultado demasiado fácil para quien quiere aferrarse al mundo y no gusta de la vida eterna. Rebeca no hizo, en todo caso eso, porque no se cansaba de decir “Es que el Señor ya sabe que, si conviene, me la tiene que dar. Yo le pido que me aumente la fe”.
“Que me aumente la fe”. Rebeca no pedía por su salud material sino por la que lo era espiritual porque, en efecto, es Dios quien sabe lo que nos conviene. Por eso no deberíamos pedir en interés nuestro sino, en todo caso, en el que Dios crea que es el nuestro. Y eso Rebeca parece que lo tenía bastante bien conocido y aprendido.