En los altares - San Marcos - Fin de la serie
Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.
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Fin de la serie En los altares
Ha llegado el momento de poner fin a la serie que he ido escribiendo acerca de algunas personas que han subido a los altares de la Iglesia católica. No son todas las que son porque eso sería, simplemente, imposible. Sin embargo, valga el ejemplo de los santos y santas aquí traídos para darnos cuenta que la santidad no es algo lejano a cada uno de nosotros. Ser santos es, además, una obligación grave de todo hijo de Dios. Todos los creyentes que han ido desfilando por esta corta serie vienen a ser como los espejos en los que debemos mirarnos. Así, sus vidas, sus virtudes y su forma de comportarse con relación a su/nuestra fe nos sirve de apoyo para caminar hacia el definitivo Reino de Dios.
Y valga, ya sin más, aunque sea con brevedad, la vida de un evangelista como es San Marcos, para poner fin a lo hasta aquí escrito.
¡Alabado sea Dios que pone, ante nosotros, los ejemplos que aquí han venido a enseñarnos!
San Marcos
Si hay un personaje que, dentro de los evangelios, nos resulta más atractivo espiritualmente hablando es, sin duda, Marcos evangelista.
Esto lo decimos porque no fue, que se sepa un discípulo que siguiera a Jesús como lo fueron Juan, Mateo o, incluso, Pablo (seguidor a posteriori de la muerte en cruz del Maestro) sino que, curiosamente, estuvo presente en algunos de los hechos más significativos de la vida de Cristo.
Sin embargo, acabó siendo uno de los que dejara escrito lo que Jesús había dicho y hecho.
A Marcos lo conocemos por informaciones, digamos, tangenciales contenidas en los evangelios que no son el suyo.
Al parecer, la familia de Marcos, joven judío que vivía en Jerusalén era la propietaria de la casa donde Jesús celebró la Última Cena. Y Marcos era un niño cuando Jesús andaba predicando por aquellas tierras y es más que probable que fuera uno de los muchos que San Pedro bautizó el día de Pentecostés.
También se suele tener como verdad el hecho de que cuando a Jesús acudieron los enviados del Mal a detenerlo a Gethsemaní había un joven que logró escapar al desprenderse de sus ropas (cf. Mc 14, 51-52). Aquel era, probablemente, el mismo Marcos que acudió tras Jesús a hacer oración a una propiedad que podía ser de su padre, el mismo que era propietario del Cenáculo.
Marcos, a pesar de aquellos terribles acontecimientos estaba llamado a ser un discípulo aventajado de Cristo y un buen apóstol. Acompañó a Bernabé, primo suyo, y a San Pablo en su primer viaje apostólico pero, a lo mejor, aún no estaba preparado para las situaciones que en aquel entonces tenían que afrontar.
Sin embargo, aunque al principio tuviera ciertos encontronazos con San Pablo porque en una ocasión, ante las asechanzas que sufrían por donde iba (asaltos en los caminos, robos, etc.) Marcos se asustara y se volviera a su patria y el que nació en Tarso se enfadó con él, al cabo del tiempo le llamó, cuando se dirigió estando en prisión, a Timoteo, para que, precisamente, acudiera para seguir evangelizando (cf. II Tim 4, 11).
Y Marcos volvió con San Pablo y continuó con su labor evangelizadora.
Pero Marcos no se limitó a evangelizar sino que también llegó a ser secretario de San Pedro. Quizá por haberlo sido durante un tiempo bastante extenso, pudo escuchar muchas veces lo que el primer Papa dijera acerca de la vida de Jesús y, así, verterlo en su evangelio conocido, por eso, como “Evangelio según San Marcos”.
Marcos fue nombrado obispo de Alejandría donde llevó a cabo una importante labor pastoral y espiritual. Sin embargo, los enemigos de la religión andaban tras él y acabaron torturándolo tras lo cual ascendió a la Casa del Padre el 25 de abril del año 68.
Nos podemos dirigir a San Marcos de León con la siguiente oración:
San Marcos de León, que amaste la Draga y el Dragón, amansa los toros bravos que también del monte son: amánsame los enemigos fervorosos; humíllales ante mi, como se humilló Cristo delante de Pilatos que sin necesidad de malos tratos, como ovejas símbolos de humildad lleguen a mi; envíales sin distinción de clases o de nación y ya arrepentidos, obtengan el perdón. Déjalos si, increyentes, dudan de la verdad, de los rumores de la fuente cristiana con suavidad divina hacia la realidad. Hazle venir, Señor Omnipotente, a tomar en mi fuente agua de humildad. Amén.
San Marcos, ruega por nosotros.
Eleuterio Fernández Guzmán
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