Héroes de carne y espíritu
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En determinadas ocasiones nos damos cuenta de lo que pasa con realidades como la que hoy traemos a InfoCatólica. Son las que nos hacen pensar que vale la pena seguir a Cristo y sentirse plenamente hijo de Dios. Son, además, las que nos acercan a una realidad que las más de las veces tenemos como lejana y de la que sólo nos acordamos de vez en cuando el zarpazo de la muerte física llega a nuestro corazón y nos hace sentir poca cosa, casi nada o, como diría el salmista, un “soplo que se va y no vuelve más”, como muy bien escribió en 77, 39.
La noticia tenía un titular tal que así: “Un misionero español muere en Ecuador tras salvar la vida de siete niños”.
Esto, así dicho, impacta mucho y le deja a uno la sensación de que hay personas que saben lo que hacen y que, a pesar de saberlo, lo hacen sin tener en cuenta las malas consecuencias que para sus vidas físicas pueda acarrear.
El misionero se llamaba Pedro Manuel Salado, español de 34 y laico consagrado al Señor desde 1990, y pertenecía a la Familia Eclesial Hogar de Nazaret, que fue fundada por María del Prado Almagro Roldán. Y estaba cumpliendo con su deber de misionero en Quinindé, municipio de la provincia de Esmeraldas, en Ecuador, como responsable de la “Escuela Sagrada Familia de Nazaret” donde los niños abandonados recibían su cariño y atención.
Lo que podría haber sido, el 5 de febrero, un domingo de diversión y alegría se convirtió en tragedia para Pedro. En una salida a la playa que hizo el misionero con un grupo de niños una ola se llevó a siete y se los engulló cual tragadero de muerte.
Pero Pedro no dudó ni por un instante acerca de lo que tenía que hacer. Uno a uno los fue sacando de la muerte segura y tal no fue el esfuerzo que hizo que cuando sacó del mar al último de ellos no pudo su cuerpo humano soportar tan gran esfuerzo y murió en la orilla, víctima del cansancio y la extrema entrega.
Pedro, según cuenta quien lo conocía y según las noticias que han llegado desde allende los mares, era persona afable y entregada a las necesidades de todo el que lo necesitaba, especialmente los niños. No extraña, por eso, que según el obispo de Esmeraldas, “el hermano Pedro murió como vivió” y que sea así, exactamente, como será siempre recordado por aquellos niños de los cuales uno dijo, cuando fue consciente de lo que había pasado, algo tan triste y terrible como “Y ahora ¿quién va a cuidar de nosotros?“.
Se suele decir que el número 7 es que expresa la perfección en las Sagradas Escrituras. Eso, pues, fue lo que hizo Pedro Manuel: representar a la perfección el espíritu evangélico de entrega a los demás, de ser testigo, mártir, ante el mundo, de lo que es un hijo de Dios, hermano de los hombres porque si el lema del Hogar de Nazaret es “Si el grano de trigo cae en tierra y muere da mucho fruto” no es poco cierto que ha sido, exactamente, lo que ha hecho Pedro.
Valga, a modo de homenaje, esta oración para aquellos que, como Pedro Manuel, hacen de su vida, un ejemplo muy a tener en cuenta:
Protege, Señor,
a tus misioneros,
sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos,
que dejan todo
para dar testimonio de tu palabra
y de tu amor.
En los momentos difíciles,
sostenlos,
consuela sus corazones,
y corona su trabajo de frutos espirituales.
Y que tu imagen del crucifijo
que les acompaña siempre,
hable a ellos de heroísmo,
de generosidad,
de amor y de paz. Amén.
Descanse en paz Pedro Manuel Salado, héroe de carne y espíritu.
Eleuterio Fernández Guzmán
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