Fragmentos de apocalipsis
Con estas palabras tituló Gonzalo Torrente Ballester una de sus novelas, que ambienta en la localidad ficticia de Villasanta de la Estrella, reflejo literario de Santiago de Compostela, y que los críticos consideran una “metanovela”, ya que en ella reflexiona sobre el propio género novelístico. Publicada en 1977 (y vertida al cómic el año pasado), el autor explicaba unos años después que se trataba de “un diario de trabajo en el que se recoge un proceso de invención real”. La trama consiste en que en ese imaginario paraje gallego se descubre un antiguo manuscrito que recoge la profecía de un rey vikingo sobre el apocalipsis, que precisamente comenzará a suceder allí porque, como interpreta uno de los personajes, “de Villasanta no quedará una sola piedra en pie, lo que se dice una sola piedra”. Puede percibirse la ironía de Torrente Ballester al tocar este tema que ahora, no sé si más que nunca, está de actualidad.
Hace unos meses escribí un artículo sobre el temor por el fin del mundo y las diversas cábalas esotéricas y proféticas que salieron a la luz una vez más tras la secuencia terremoto-tsunami-accidente nuclear en Japón. No he contado, hasta hoy, que el mismo día de su publicación una persona se acercó a mí, preocupada, para preguntarme si todas las catástrofes naturales que está sufriendo el mundo no serán síntomas de la cercanía del fin. Y si me pusiera a repasar las manifestaciones actuales de estos sentimientos apocalípticos, seguro que me dejaría alguna por señalar.
Esta misma semana ojeaba el periódico nacional más joven que tenemos en España, y me llevé una sorpresa al encontrarme con el siguiente título en una columna de opinión: “El mundo se acaba un día de estos” (Público, 28/09/11). De forma desenfadada, Manuel Saco comienza diciendo que “la historia está plagada de predicadores y profetas que vaticinan el fin del mundo para una fecha señalada”, y se refiere después a varios fenómenos sociales y políticos cuyas interpretaciones quieren asustar al personal exagerando las consecuencias negativas. Pueden entenderse la postura y la intención del autor al leer al final que “como siempre, sólo se salvarán los vates, los curas, los políticos de derechas y los brokers”.