Para los adventistas, el Papa sigue siendo el Anticristo
Desde que llegara a la cátedra de San Pedro, el papa Francisco sorprende a propios y extraños. Sus palabras, sus gestos y, en definitiva, su forma de ser parece que han caído bien a personas, instituciones y medios de comunicación que hasta ahora observaban al papado y a la persona que lo concretara en cada momento con una actitud al menos de recelo, cuando no de un ataque visceral. Por eso hace poco no me extrañó ver en la portada de la edición digital de la Revista Adventista, publicada por los Adventistas del Séptimo Día, una gran foto de Bergoglio que encabezaba un artículo titulado “El nuevo rostro amigable del papado”.
Si hasta algunos modelos de prensa confesionalmente anticlerical han sucumbido ante la simpatía del Papa argentino –pensé yo–, ¿por qué no van a hacerlo también los miembros de un grupo que, aunque se ha destacado tradicionalmente por su aversión al primado de la sede romana, se dice ahora que cada vez son más abiertos, más cristianos y menos sectarios?
Y es que una de las características del adventismo es, como digo, su inquina contra la figura del Papa. Actitud que hay que explicar en el marco de su surgimiento dentro del mundo de la Reforma protestante, que desde sus inicios se destacó por la crítica feroz no sólo contra los excesos particulares e históricos de la forma de ejercer el ministerio del obispo de Roma, sino también contra su misma esencia y legitimidad. Para situarnos mejor, hay que resumir la historia y la identidad de los Adventistas del Séptimo Día, aún a riesgo de simplificar.
Nos vamos hasta el siglo XIX, con la figura del estadounidense William Miller (1782-1849), uno de los protagonistas del reavivamiento cristiano de su época. Su peculiar interpretación apocalíptica de la Sagrada Escritura lo hizo muy popular, y comenzó a predecir las fechas de la parusía, fracasando estrepitosamente al señalar los años 1843 y 1844, años en los que, como sabemos bien, no vino el regreso esperado del Señor Jesús.

Algunos medios de comunicación de Argentina han publicado hace unos días que en este país habría más de 10.000 sectas de alta peligrosidad. La noticia se divulgaba después de un suceso supuestamente relacionado con un ritual afroamericano, pero no se justificaba mucho esta cifra de grupos sectarios. Frente a a esta situación, según informa El Liberal, la Iglesia católica en Santiago del Estero volvió a llamar a la comunidad a “no dejarse seducir” por estos grupos que, disfrazados de una “falsa religiosidad”, se aprovechan de las personas que atraviesan momentos difíciles.
Por la denuncia de algunos pobladores, el pasado 12 de septiembre se rescató a 36 niños retenidos por la secta Asociación Evangélica “Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal”. Los pequeños eran víctimas de trata de personas y vivían en un precario campamento en el sector Alerta, en Madre de Dios (Perú), kilómetro 110 de la vía Interoceánica Puerto Maldonado–Iñapari. En la intervención participaron efectivos policiales, personal del Ministerio Público y de la Defensoría del Pueblo, según explica el diario La República.
Monseñor Juan José Asenjo, arzobispo de Sevilla, presidió el pasado 13 de septiembre la Misa estacional celebrada en la Plaza de América de la capital hispalense con motivo del 75 aniversario de la fundación de la Hermandad de la Paz, según informa la web del Arzobispado.
El ser humano siempre necesita creer en algo superior, en un Poder Superior, en un Dios. Las sectas, también llamados nuevos movimientos religiosos, ofrecen una respuesta rápida y mágica a estas necesidades básicas humanas, convirtiendo al individuo, al poco tiempo, en un esclavo. Y esto es aun más grave y preocupante cuando este «individuo» no es un adulto sino un niño, un joven o una adolescente. Lo cuenta Gilberto Pérez en Religión en Libertad.