Los perros aborteros ladran, la Iglesia cabalga
Era de esperar. En cuanto monseñor Martínez Camino ha dicho lo que es de sentido común, a saber, que no se puede ser católico y votar a favor del aborto, y que quienes así lo hagan no pueden comulgar, los políticos españoles han salido como una jauría de perros rabiosos a lanzar dentelladas contra el portavoz de la Conferencia Episcopal. Y eso que don Juan Antonio se ha referido solo a la futura ley. Si hubiera ido más allá, quedaría meridianamente claro que su advertencia va también contra los que estando en el gobierno no sólo no hicieron nada para acabar con el aborto, sino que lo facilitaron enormemente al aprobar la píldora RU-486, que tiene nombre de procesador antiguo pero es un arma de destrucción masiva de seres humanos recién concebidos. Es decir, si el obispo auxiliar de Madrid tiene razón, y sin duda la tiene, el primero que no podría comulgar sería el señor Aznar. Y con él, todos los que aprobaron en Consejo de Ministros la distribución de dicha píldora. Incluido el catoliquísimo señor Trillo, por entonces ministro en el gabinete aznaril. Tampoco creo que queden en buen lugar la señora Aguirre y el señor Gallardón. La primera gobierna una comunidad autónoma que financia abortos con dinero público. Y el alcalde de Madrid dispuso que la píldora del día después se dispensara gratuitamente en sus centros de salud.
El caso es que la Iglesia tiene perfecto derecho a decir lo que el portavoz de nuestros obispos ha dicho. A nadie se le obliga a ser católico. Pero nadie puede obligar a la Iglesia a dar la Eucaristía a quienes públicamente apoyan el mayor holocausto que la humanidad ha conocido y conocerá. Los políticos que de verdad sean católicos, y me huelo que me sobran dedos en las manos para contarlos, tendrán que optar entre su obediencia al partido o su obediencia a la moral católica. En otras palabras, tendrán que optar entre obedecer a Dios o a los hombres. Si optan por obedecer a los hombres que promueven matanzas herodianas en el útero materno, no tienen lugar en la Iglesia de Cristo. Así se claro, así de simple, así de lógico. En realidad no es que la Iglesia les eche. Se van ellos solos.