Breves reflexiones (II)
El único remedio para el corazón cristiano infartado por el pecado es la conversión por la gracia de Dios.
Si no luchas contra tus pecados, estás de antemano derrotado. Si luchas con tus propias fuerzas, jamás vencerás. Si imploras la ayuda del Espíritu Santo, estás a un paso de la victoria.
Cristo no te regaló a su Madre en la cruz para que solo la tengas en una estampita, sino para que te dejes guiar por su maternal consejo, intercesión y sabiduría.
Fíjate si te ama el Padre, que te da por Madre a la más bella de sus criaturas. Fíjate si te ama Cristo, que te da por Madre a la más bella de las madres. Fíjate si te ama el Espíritu Santo, que te da por Madre a aquella que por su poder concibió a tu Salvador.
Si piensas que la santidad es cosa de unos pocos escogidos y no va contigo, necesitas limpiar los oídos de tu alma para escuchar a Dios diciéndote: “Te concedo ser santo. Sé santo".
Toda iglesia que no solo no ayuda a sus fieles a ser santos, sino que pretende que vivan igual que los incrédulos, no es Iglesia de Cristo sino sinagoga de Satanás.
Frases tales como “Ayúdate y Dios te ayudará” y “Al que madruga, Dios le ayuda” son pruebas inequívocas de que la sabiduría popular está infectada de pelagianismo estéril.
Quien piensa que la gracia es un don que recibimos pasivamente, como si fuéramos perrillos alegres de recibir la caricia del amo, quedando tan presos de nuestros pecados como antes de recibirla, se hace compañero de condenación de Lutero.