Como ya sabrán todos los lectores de InfoCatólica, he sido admitido, con el aval de su presidente, el doctor Josef Seifert, como miembro de la Academia Juan Pablo II por la Vida Humana y la Familia. Muchos me han felicitado y algunos me han preguntado de qué va eso de pertenecer a la Academia Juan Pablo II… Para mí, es un honor inmerecido; más cuando se leen en sus Estatutos cosas como estas:
Artículo 7
Miembros Ordinarios
La ACADEMIA JUAN PABLO II POR LA VIDA Y LA FAMILIA HUMANA contará con no más de setenta y dos miembros ordinarios. Serán nombrados por la Junta en función de su experiencia, integridad profesional y su historial inequívoco al servicio de la familia y del derecho a la vida y su afirmación inequívoca de la dignidad de todos y cada uno de los miembros de la especie humana como ser humano personal.
Los miembros serán elegidos, sin discriminación por motivo de religión, de diversas nacionalidades y continentes y representarán las diversas disciplinas pertenecientes a la vida humana (filosofía, teología, medicina, ciencias biológicas, historia, derecho, sociología, educación, antropología y medios de comunicación). Prometen su lealtad a las enseñanzas de la Ley Natural tal como se expresan en el auténtico Magisterio de la Iglesia Católica y se explican en los Estatutos. Realizan el Juramento de los Miembros. Los miembros ordinarios conforman la Asamblea General y tienen los derechos y obligaciones de voto correspondientes.
La Academia es una Fundación, una organización no gubernamental, independiente de cualquier institución civil y religiosa, de ámbito internacional, que pretende agrupar a personas que se signifiquen por su defensa de la vida y de la familia, conforme a la visión antropológica y a la moral de la Iglesia Católica.
Yo no soy filósofo ni teólogo ni médico ni biólogo, así que en esos ámbitos poco o nada puedo aportar. Yo soy un simple maestro cristiano y solo en el ámbito de la educación católica es posible que pueda ayudar un poco. Yo no soy un gran intelectual ni una personalidad que pueda llegarles ni a la suela de los zapatos del resto de los miembros que integran la Academia. Pero acepto formar parte de esta institución como un honor porque un católico tiene que estar siempre dispuesto a dar la vida por la defensa de la verdad. Nos decía San Juan Pablo II: “Estad siempre preparados para decir sin ambages la verdad sobre lo bueno y lo malo con respecto al hombre y a la familia”.
Esa es la razón de ser de la Academia Juan Pablo II por la Vida Humana y la Familia. Puesta en marcha hace pocos meses (en octubre de 2017), la Academia nace para servir a los mismos objetivos que la Pontificia Academia por la Vida original fundada por el Santo Padre Juan Pablo II en 1994. San Juan Pablo II dirigió un llamamiento a los filósofos y a los hombre y mujeres de las distintas ramas del conocimiento humano para que explicaran las verdades morales que enseña la Iglesia, por medio de la razón humana; y de este modo, favorecer su comprensión tanto a los católicos como a todos los hombre y mujeres de buena voluntad.
En la Academia creemos que la vida comienza en el mismo momento de la concepción y que toda vida es sagrada desde ese mismo momento hasta la muerte natural. Creemos que en cada niño que nace, y en cada persona que vive o muere, en cada persona sana o enferma, consciente o inconscientemente, se contempla la imagen de la gloria de Dios. Celebramos esta gloria en cada ser humano que es un signo del Dios viviente, y, como cristianos, reconocemos a cada ser humano como una imagen de Jesucristo (Evangelium Vitae 84). Creemos firmemente que Dios nos creó en el vientre de nuestras madres y nos vio y nos amó mientras aún estábamos sin formar. En definitiva, promoveremos y defenderemos la dignidad y la santidad de todo ser humano.
Creemos en el valor de la familia y del matrimonio, entendido como el compromiso sellado ante Dios entre un hombre y una mujer que se aman y deciden compartir toda su vida y acoger y educar a los hijos que Dios les dé.
Creemos en el derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus propios principios filosóficos o religiosos, sin que ningún estado o administración se inmiscuya y obstruyan dicho derecho.
Creemos que el aborto provocado, la eutanasia, el suicidio y el suicidio asistido son intrínsecamente y siempre malvados y violan no solo las leyes de Dios y el quinto mandamiento, sino también el art.3 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (Ginebra, 1948) que declara que “todos tienen el derecho a la vida”.
Creemos que solo Dios puede crear el alma y la vida humana (y no la evolución) que son totalmente irreductibles en su naturaleza a simples eventos moleculares o físicos y resultan inexplicables puramente por causas físicas. También señalamos la incorrección de todas aquellas intervenciones en la vida humana que infringen el hecho metafísico de que solo Dios es el Señor sobre la vida y la muerte humanas.
Creemos que los métodos artificiales de control de la natalidad son intrínsecamente incorrectos desde el punto de vista moral. Violan la Ley Natural y siempre deforman el amor conyugal y la unión matrimonial, así como el vínculo profundo entre los actos humanos y el Dios Creador en la procreación humana. Algunos de ellos también pueden actuar como abortivos o matar al ser humano por nacer de otras maneras. Además, recetar y administrar hormonas, esteroides y medicamentos similares con efectos secundarios dañinos a personas sanas para resolver problemas no médicos es un acto contrario a la persona y a una medicina inspirada en Hipócrates, y aún más a la medicina cristiana.
El valor último de la vida humana radica en la vida eterna: no podemos dejar de vincular estrechamente el valor de la vida humana con Dios y con la vida eterna. Nuestra visión antropológica y moral es la que la Iglesia Católica ha enseñado siempre y en todas partes. Y desde esa perspectiva, no podemos dejar de abordar asuntos éticos como la anticoncepción, los tratamientos de fertilidad, el aborto, la eutanasia, la eugenesia, etc., puesto que solo Dios es el Creador y Señor de la vida y de la muerte. Esta dimensión transcendente ha sido olvidada y despreciada por la visión materialista atea que considera al hombre como dueño absoluto de sus propios actos.
Por ello, la Academia examinará críticamente las ideologías que atentan contra la vida y de modo particular, la ideología de género y sus raíces. Al tiempo nos proponemos rebatir las reivindicaciones de muchos falsos “derechos humanos” artificiales que nada tienen que ver con los verdaderos derechos humanos o que incluso los niegan. Un ejemplo muy extendido y peligroso de tales pseudo-derechos humanos es el que defiende “el derecho humano de cada mujer” a la contracepción y al aborto, difundido de modo estridente por muchos políticos y organizaciones internacionales de control de la población mundial. En resumidas cuentas, la Academia Juan Pablo II por la Vida Humana y la Familia defiende la visión cristiana del ser humano, del matrimonio y de la familia.
Vivimos tiempos convulsos. El superhombre nietzscheano parece haber tomado el poder en este mundo. El superhombre ha destronado a Dios: lo ha pretendido matar para eliminarlo de la vida del hombre. El ser humano se revela contra Dios y contra la realidad y pretende autodeterminarse. “Yo soy lo que me dé la gana ser, soy dueño de mi vida y hago con ella lo que quiero”. “No hay otros mandamientos que los que yo mismo determine”. La realidad no existe: es una pura representación mental. Por lo tanto no existe la verdad. Soy yo quien creo mi propia realidad y la realidad del mundo a impulsos de mi voluntad: de mis propios deseos. Así que si decido ser un perro, ladraré; y si decido que soy un gato, maullaré.
El superhombre es la manifestación moderna del “non serviam” de Satanás. Es el satanismo contemporáneo que se revela contra Dios y decide en un acto de suprema soberbia, endiosarse y ocupar el lugar del Creador para constituirse a sí mismo en su propio hacedor.
Hay hombres inferiores y hombres superiores, el superhombre pertenece a este segundo grupo:
¿Qué es más dañino que cualquier vicio? El ejercicio de la compasión hacia todos los malogrados y débiles. “Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres. Y además hay que ayudarlos a perecer” (del libro de Nietzsche “El anticristo. Maldición sobre el cristianismo”).
En su Letanía de nuestro señor don Quijote, escribía Rubén Darío:
De tantas tristezas, de dolores tantos,
de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias, de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, Señor!
De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, Señor!
Líbranos, Señor, del superhombre nietzscheano y de la canallocracia que pretende imponernos el imperio de la inmoralidad. La cultura de la muerte es la moderna cultura satánica. Invocando a la libertad y a una falsa compasión, apelando a un falso sentimentalismo, acaba defendiendo lo indefendible: el aborto, la eugenesia (pobres niños con síndrome de Down: mejor matarlos para que no sufran ellos ni sus padres), la eutanasia (pobres ancianos y enfermos: no podemos consentir que sufran). Mejor les ayudamos a “morir con dignidad”: o sea, que los asesinamos o los incitamos y los ayudamos a que se suiciden.
Frente a esta cultura asesina que impera hoy en el Occidente apóstata, frente a una Europa que ha renegado de sus raíces cristianas – aquellas raíces que han configurado su civilización durante tantos siglos – nosotros queremos anunciar la belleza, la bondad y la verdad de Cristo. Aunque no guste, aunque nos acarree persecución. Hoy en día, nos quieren convencer de que los vicios y los pecados son virtudes y que las verdaderas virtudes son delito. Satanás sigue queriendo crucificar a Cristo. Primero lo hizo en un madero. Ahora pretende crucificar a su Cuerpo Místico, que es la Iglesia.
Pertenecer a la Academia y escribir estas cosas no me convierte precisamente en la persona más popular de mudo. Es más: me asaltan algunas preguntas inquietantes. A saber: ¿es legal en España pertenecer a una institución que defiende sin ambages la antropología y la moral cristiana? ¿Me puede acarrear todo esto algún tipo de multa o de sanción que me inhabilite para continuar ejerciendo mi profesión? Lanzo estas preguntas a los políticos españoles… ¿Se puede seguir siendo católico en España desde un punto de vista legal sin apostatar antes de nuestros principios morales? ¿O debo ir pensando en el exilio? Hoy en día, nada hay más contracultural y antisistema que profesar sine glossa la fe católica.
No se trata de juzgar ni de condenar a nadie. No se trata de ser integrista ni fanático. La verdad que defendemos es la Verdad del Amor: “amar a todos siempre”. Ese es el lema que intento vivir cada día, por la gracia de Dios. Amamos a todos y defendemos la dignidad de todos, independientemente de su raza, de su religión, de su sexo o de su ideología. Amamos incluso a nuestros enemigos: a quienes nos difaman, nos insultan o nos calumnian. Rezo por todos, porque rezar por ellos es amarlos. Pero por encima de todo amo la Verdad, que es Cristo, y Éste muerto y resucitado. Yo amo a Dios por encima de todo. Y me importa un bledo lo que el mundo piense u opine de mí: sólo me importa lo que el Señor vea dentro de mi corazón y lo que Él piense de mí. A fin de cuentas, no valemos ni más ni menos por lo que los demás digan de nosotros. Valdremos lo que valgamos a los ojos de Dios.
Que la Santísima Virgen María, la Purísima, la que es Madre Dios y también mía, me proteja de todo mal, me defienda de mis enemigos y me ampare ahora y en la hora de mi muerte. Que Ella, la llena de gracia y mediadora de todas las gracias, interceda por mí ante el Señor para que yo pueda permanecer siempre fiel hasta el final de mis días.