España, de nuevo campo de batalla
Benedicto XVI, el hombre más clarividente que pisa hoy la tierra, nos ha advertido. Poco espacio dejan sus palabras para las dudas y las exégesis: “Pero es igualmente cierto que en España ha nacido también una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como hemos visto precisamente en los años ‘30” . Más claro, el agua. A Rubalcaba le parece que le ha fallado al Papa el instinto diplomático. Ya, pero el Papa no vino a verle a él, sino a los católicos. Y a éstos iban dirigidas sus palabras. Para éstos, las palabras del Papa son el faro que con su luz impedirá que tropecemos de nuevo en la misma piedra: en la de los años 30 del siglo pasado.
El Papa sabe muy bien, como ya dijo su preclaro antecesor León XIII en la Rerum Novarum , que no hay nada que envalentone tanto a los malos, como la cobardía y la pasividad de los buenos . A fuerza de tragar, a fuerza de transigir, a fuerza de aprender a convivir con nuestros enemigos declarados (“una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo ”, dice literalmente el Papa), a fuerza de acomodarnos a su agresividad, los hemos envalentonado y los hemos vuelto aún más agresivos . Es nuestra pasividad la que alimenta su agresividad. Una agresividad, no lo olvidemos, que en los años 30 acabó en la Revolución marxista, que se frustró a causa de la guerra. Fue la Revolución la que asesinó a tantos católicos, no la guerra.
¿Y qué ha hecho el Papa? Pues algo tan sencillo como llamar a las cosas por su nombre. Decirnos que si el comportamiento de los católicos hoy es el mismo que el de los años 30; que si envalentonamos a los enemigos de Dios con nuestra pasividad, vamos por el mismo camino que en los años 30. Que está en nuestras manos evitar el desastre: pero no callando, no escondiéndonos, no poniendo la otra mejilla, sino saliendo a la luz, tal como hemos hecho para recibirle; exhibiendo con orgullo nuestra noble condición de católicos; defendiendo abiertamente la fe y los modos de vida en que creemos. Antes de que sea demasiado tarde; antes de que se ponga tan difícil dar testimonio de nuestra fe, que acabemos hablando en griego y tengamos que llamarlo martirio.
¿Qué mensaje nos traen las palabras del Papa? El Papa sabe lo duro que es ser católico en España, y mucho más en Cataluña. Él sabía muy bien adónde venía. Sabía y sabe perfectamente que la Sagrada Familia es un colosal monumento de Fe: no la de la Iglesia en Barcelona, no la de la Iglesia en Cataluña, sino la del Siervo de Dios Antonio Gaudí; y que sólo por eso, valía la pena consagrarla: aún a sabiendas de que la archidiócesis de Barcelona no está hoy para muchos cultos religiosos, y sabiendo que de momento el majestuoso templo recién consagrado para el culto de Dios, quedará reservado para el disfrute de los turistas. Lo sabía y lo sabe. Pero tenía que venir, tenía que darnos su aliento, tenía que despertarnos de nuestro letargo: y la Sagrada Familia le ha venido como anillo al dedo.
¡Hay que ver!, nada más empezar el viaje, mientras a todo vuelo unía Roma con Santiago, puso en marcha la imponente máquina del entusiasmo de los católicos. Puso combustible a la máquina con su feliz comparación entre los años 30 y los tiempos actuales, en que se trata lo católico con tanta agresividad.
No nos ha dicho explícitamente en qué se parecen los años 30 a los momentos actuales, pero el que tiene entendederas para entender, ha entendido que ya está bien de asistir a la promoción del divorcio hasta llegar al divorcio exprés, y decir tan pasivamente: “aquí no pasa nada”. Que ya está bien de ver sin inmutarnos cómo han convertido el aborto de un delito en un derecho; y cómo antes, con sólo tres supuestos, todo el sistema había propiciado y hasta alentado el aborto libre; y nosotros los católicos, callando la inmensa mayoría. Que ya está bien de aceptar mudos como momias, que la nueva ley del aborto ponga la enfermedad del nonato como causa justa que legitima su asesinato hasta el minuto antes de nacer. Que ya está bien de ser tan ciegos que no nos demos cuenta de que el aborto no es más que la eutanasia prematura; y que hoy son los enfermos muy chiquitines, y mañana serán cualesquiera enfermos, porque el argumento seguirá siendo el mismo. Y con una hipocresía monumental seguimos diciendo: “Chiquitines, no”.
¿Cómo puede uno tener sanas las entendederas, y no horrorizarse de que la ley haya impuesto como condición para conseguir el título de médico, haber practicado abortos? ¿A qué estamos esperando para levantar nuestra voz y plantarnos? ¿Esperamos acaso agresiones más violentas contra nuestra fe y nuestra moral? Han promulgado ya las leyes que obligan a nuestros hijos e hijas a recibir una educación para el aborto, para la eutanasia, para la más humillante y desquiciante esclavización sexual de la mujer: con la servidumbre añadida del aborto para que no merme su disponibilidad sexual. ¿Y cómo podemos sufrir este atropello en silencio, como ovejas llevadas al matadero? ¿Es que se nos ha nublado el entendimiento para no ver tamaño disparate? ¿Es que no nos queda sangre en las venas?
¿Y nos parece exagerado comparar la situación actual con la de los años 30? Se han empeñado en acabar con la Navidad y con la Semana Santa cristianas para convertirlas en fiestas multiculturales de invierno y de primavera; al tiempo que promocionan el Ramadán y demás celebraciones musulmanas. Están empeñados en desterrar el crucifijo de las escuelas, en vejar la religión cristiana en los medios públicos, e instigan a los privados para que sigan el mismo camino. Y al tiempo que se comportan así con la religión católica y los que la practicamos, nos educan con esmero para que seamos respetuosos con el Islam y sus manifestaciones, burka incluido.
Y se nos ve la mar de satisfechos, en especial a los religiosos titulares de colegios, con una infame e infamante Educación para la Ciudadanía, que arrasa con todos los valores cristianos y con la moral con que Europa viene guiando sus vidas desde hace dos mil años. ¿No vamos a dar una respuesta cristiana a semejantes atropellos aunque tantos y tantos sacerdotes y religiosos no estén por la labor y en algunos casos estén incluso contra la labor de evangelización?
El Papa lo ve clarísimo: España fue el banco de pruebas, campo de batalla en fin de cuentas, en que los totalitarismos europeos hicieron su primer experimento. Aquí nos tocó el totalitarismo marxista, que se empeñó en darle la vuelta a la realidad social de España mediante su revolución furibundamente anticatólica. El ensayo de liquidación de católicos en España, le sirvió a Alemania para su liquidación de judíos. El método era el mismo. La España de los años 30 no pudo llegar a las aberraciones de Alemania porque la guerra le paró los pies. La determinación de los comunistas por liquidar católicos, no era menor que la de los nazis por liquidar judíos. ¡Los nefastos años 30!
Y hoy volvemos a las andadas: el mundo va tanteando una nueva revolución también anticatólica, que le permita seguir los pasos de Hitler, pero sobrepasándole. Hemos empezado por el holocausto de los más chiquitines. Le seguirá el de los más enfermos y con ellos el de los más viejos. Esta vez no será el culto a la raza superior, sino el culto a la madre Tierra, oprimida por tanto exceso de humanidad tremendamente contaminante. Y los que más contaminan, ¡ya ven!, los enfermos e impedidos, que exigen toneladas y toneladas de medicamentos, veneno mortífero para la tierra, el aire y las aguas. Y una ingente dedicación social humana y cristiana. Por ahí anda la modernidad. Y España, una vez más, es el banco de pruebas de la revolución ecologista que se avecina. La Tierra será insaciable; y sus sacerdotes, inexorables. En España es donde se prueba, por encima de todo, la capacidad de dominación a través de los sistemas de educación y de comunicación para alcanzar el nuevo totalitarismo que exige la revolución que viene a todo tren. New Age la llaman: “La Nueva Era”. Casi nada lo del ojo. Y de nuevo, igual que en los años 30, somos los católicos el gran estorbo. Estorbo grande y único. Por eso van sin piedad a la liquidación de cualquier huella de cristianismo en la educación.
Y puede llegar el momento, como en los años 30, cuando la acción deseducadora no dé ya más de sí, en que habrá que dejarse de doctrinas e ir a por las personas. Y fíjense en la paradoja: también cronológicamente nos acercamos a los fatídicos años 30. Viene a galope tendido “ una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como hemos visto precisamente en los años ‘30” . Y como dice el Papa, apenas “ ha nacido ”, y ¡hay que ver lo desarrollada que está ya la criatura! Y ha venido a nacer precisamente en España. ¡Que Dios nos coja confesados!
Virtelius Temerarius