La prueba del algodón: ecología y cristianismo
Publicó ayer Carmen Bellver un excelente artículo en su blog, sobre la diferencia entre ecología y ecologismo. Como ella decía y como el Papa ha recordado recientemente, los cristianos debemos cuidar el medio ambiente como un deber para con los demás hombres y como misión propia de administradores de la creación. Nada tiene esto que ver con los ecologismos ideológicos que, como decía Carmen, idolatran la naturaleza y, por ejemplo, no tienen reparo en aceptar el aborto.
Si bien esto está bastante claro, la dificultad estriba, a veces, en encontrar un método sencillo que nos permita discernir si un programa de acción, una política o una simple teoría en el ámbito del medio ambiente son compatibles con la fe cristiana. Conseguir una especie de “prueba del algodón” que detecte los restos de “ecologismo", en el mal sentido de la palabra, que puedan estar presentes.
Voy a proponer una prueba sencilla que descubrí por casualidad hace años. Lo cierto es que me sorprendió mucho lo que encontré, pero luego he ido dándome cuenta de que es algo muy extendido y que ya no sorprende a nadie.
Acudía yo, hace unos 15 años, a una clase de inglés en una academia de barrio. Como suele suceder en esas clases, se intentaba que los alumnos habláramos entre nosotros lo más posible y, para ello, se planteaban temas que pudieran resultar polémicos. Un día nos hicieron hablar sobre la ecología y las sociedades protectoras de los animales. No recuerdo el hilo exacto de la discusión, pero, en un momento determinado, yo planteé algo que creí, ingenuamente, que no sería discutido por nadie: que la vida de un ser humano vale más que la de 100 perros. No sólo hubo personas que no estaban de acuerdo, sino que, pásmense ustedes, ¡fui el único de toda la clase que pensaba así!
Aparentemente, los demás alumnos coincidían en que cien perros eran muchos perros para que la vida de un hombre fuese más valiosa que la de ellos. Las opiniones variaban en cuanto al número de perros que equivalían en valor a un hombre: varios pensaban que un hombre vale más que un solo perro, pero otros no lo tenían tan claro (no me molesté en preguntar qué sucedía con animales “feos” como las ratas, los gusanos o las cucarachas).
En cualquier caso, este hecho me hizo ver el punto fundamental de divergencia entre la visión cristiana del mundo y la que defiende un cierto ecologismo implícita o explícitamente anticristiano: la posición que se considera que tiene el hombre en la naturaleza y el valor que se da a la vida humana en comparación con los animales.
Cualquier postura ecologista que iguale en valor la vida de un hombre y la de un animal (o cien o mil o todos los animales de la tierra) es inaceptable para un cristiano. La Iglesia ha defendido siempre que el ser humano tiene un valor único en la creación, ya que es amado por Dios no sólo como criatura, sino personalmente. Aunque no esté de moda, hay que decirlo: el hombre tiene un alma que le define como ser autoconsciente, libre y personal, capaz de entablar una relación de amor con Dios. Es ese amor personal el que Dios ha llevado al extremo en la entrega de su Hijo por nuestra salvación.
Se puede y se debe defender el valor de los animales y las plantas como un regalo fantástico que hemos recibido del creador y que debemos cuidar para las generaciones futuras. Sin embargo, cuando se absolutiza la naturaleza (en lenguaje cristiano diríamos: cuando se la idolatra), se difumina esa línea que separa al hombre del animal y se abre la puerta a un sinnúmero de aberraciones. Si no dudamos en “poner la inyección” a un perro viejo y enfermo, tampoco dudaremos en ponérsela a un anciano cuya vida, desde el punto de vista del ecologismo radical, tiene un valor similar. Si se puede experimentar con los genes de animales y plantas para mejorar la especie, también se podrá experimentar con embriones humanos que, a fin de cuentas, tampoco pueden hablar.
Como dice Benedicto XVI, hay valores que, para la Iglesia y los cristianos, son irrenunciables. Dentro de ese grupo está, a mi juicio, el valor absoluto de la vida humana en comparación con los animales. Este valor se ha convertido en piedra de tropiezo para muchos ecologistas, que no pueden aceptarlo. Sin embargo, cuando se acepta esta distinción cualitativa entre hombres y animales, las posturas ecologistas podrán ser más o menos exageradas o apropiadas, pero no estarán en oposición radical con lo que defiende la Iglesia.
Podremos así discernir qué ecologismos son incompatibles con el cristianismo y cuáles no lo son. Los ecologismos anticristianos tomarán varias formas, algunas aparentemente más inocentes y otras claramente perniciosas: unos considerarán que comer carne es un crimen, otros llegarán incluso a pensar que el hombre viene a ser un cáncer en el corazón de la Madre Tierra, de Gaia o de la Pacha Mama. No importa. Si no superan la prueba del algodón, un cristiano no podrá aceptarlos por muy inocentes que parezcan. El ser humano no es un simple animal algo más espabilado que los demás, sino que ha sido creado a imagen de Dios y está destinado a vivir eternamente. El algodón no engaña.
10 comentarios
Derechos sólo tienen las personas y, por extensión, las comunidades. Los animales no tienen derechos. Y las leyes que no se ajustan a Derecho (Etica positiva) pierden legitimidad.
La Ecología es otra cuestión. Con la polución de la atmósfera, la contaminación del agua y la deertización de la tierra, la Humanidad está perpetrando su suicidio. El recalentaniento ya adquirió cotas irreversibles que la biomasa no puede recuperar. De ahí la obligación de ser ecologista y, a fortiori, entre cristianos.
Lamento muchísimo que se equipare el ser ecologista con unos posicionamientos digamos "anticristianos". Yo, y como yo muchos otros, somos ecologistas precisamente por nuestra profunda convicción y praxis cristiana. Evidentemente que nada hay comparable en la naturaleza a la vida humana. Somos el no va más de la creación, por voluntad del mismo creador. Pero del mismo modo, lo somos en relación a todo el resto de los seres creados. Nuestra existencia, también por deseo del creador, està indisolublemente ligada a la de los demás animales y plantas, e incluso a la de los demás elementos naturales no vivos. El equilibrio ecológico es indispensable para nuestra supervivencia como especie. Sin este equilibrio, desapareceremos, y ni Dios nos va a salvar. Puede sonar un poco fuerte o irreverente para oidos demasiado "espiritualizados", pero es así, y no es ninguna herejia pensar de...
¡Eso es! Estoy totalmente de acuerdo contigo. Lo que quería mostrar (y creo que tú has dicho con más claridad) es que la importancia de la ecología no se basa en que los animales tengan derechos como los seres humanos, sino en deberes para con los demás hombres (que tienen derecho al medio ambiente que Dios les ha regalado) y para con Dios (que nos encomendó el cuidado de la creación).
Si una determinada postura ecologista (y creo que hay muchas) se basa en la (falsa)igualdad entre los hombres y los animales, ese ecologismo es anticristiano.
No he intentado en ningún momento equipar el (buen) ecologismo con anticristianismo. De hecho, he empezado el post hablando de que el respeto al medio ambiente es, como ha dicho el Papa, un deber para los cristianos.
Desgraciadamente, ecologismos hay muchos y no todos son compatibles con el cristianismo. Precisamente, lo que intentaba es encontrar un criterio simple que permita discernir cuando una postura pretendidamente ecológica es compatible con el cristianismo y cuando no lo es.
Por lo que dice en el comentario, su postura pasa con honores lo que he llamado la "prueba del algodón", así que su ecologismo es, en mi opinión, plenamente compatible con la doctrina cristiana.
Es cierto que la frase de "ni Dios podrá salvarnos" es desafortunada, pero creo que entiendo lo que quiere decir. Dios respeta nuestra libertad y, si nuestras acciones son autodestructivas, no podemos esperar que Dios nos salve milagrosamente de sus consecuencias.
No hay duda que debemos cuidar y respetar el medio ambiente como guardianes de esta maravillosa Tierra que debemos dejar en condiciones habitables a los que vienen detrás.
Sí, a la ecología y, no a los ecologismos pateistas New Age.
Un saludo
El ecologismo tiende a disolver al hombre entre las demás criaturas, porque en el fondo niega su dimensión trascendente. Los ecologismos espirituales sólo creen en un espíritu inmanente al cosmos y, por tanto, caen en el panteismo.
Lo siento, me olvidé de decírtelo. En cualquier caso, felicidades por un buen post.
Montaraz:
Lo cierto es que lo que señalas me parece un tema interesantísimo: los ecologismos inhumanos lo son algunas veces por excesivamente materialistas y otras veces por excesivamente espiritualistas. Es algo que ya sucedió con el gnosticismo en los primeros siglos del cristianismo. No hay nada nuevo bajo el sol.
El medio ambiente ha sido asumido por el sistema capitalista como una fuente de riqueza y negocio (lo digo poruqe trabajo en temas de medioambiente).
A nivel planetario ha sido tb asumido (fagocitado) por la estrategia anti-natalista de la ONU y los nuevos gurus como Al Gore.
Es dramático que un problema tan grave, en el que lleva trabajando mucha gente desde hace años se convierta en un nuevo arma contra los pobres (eco-marketing, aranceles medioambientales a sus productos, limitaciones de emisiones injustas...)
Dramático pero antiguo, el sistema tiene ua gran capacidad de integrar a su favor reivindicaciones sociales que un día se iniciaron por el compromiso gratuito de tanta gente.
Estoy de acuerdo contigo. Hoy en día todos aceptan la importancia de la ecología, pero cada uno la utiliza según su propio interés. Es indudable que existe una industria de la ecología que mueve enormes cantidades de dinero y que, generalmente, es un "ecologismo al estilo de los países ricos".
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