Dichosos los turreros
En otro artículo de hace unos días, hablé de algo que me había llamado la atención este verano en el pequeño pueblo de Turre y prometí contar otras cosas que también me habían gustado de este pueblo almeriense. Por razones que no vienen al caso, no pudimos ir a Misa en otro pueblo en el que nos alojábamos, así que decidimos tomar una carretera al azar e intentar ir a Misa en el primer pueblo que encontrásemos. Es algo que hacemos bastante a menudo, pues nos gustan esas pequeñas aventuras y es la única forma de ver sitios a los que uno nunca iría de otro modo.
Así llegamos a Turre, preguntamos cuándo era la Misa y nos dirigimos a la iglesia, que, como debe ser, está en el centro del pueblo y puede verse desde cualquier lugar del mismo. Es una bonita iglesia de estilo andaluz, con el interior pintado con colores vivos y esos arabescos de pintura azul que son tan comunes por aquella zona y causan una impresión más alegre que nuestras sobrias iglesias castellanas.
Nada más entrar, me llamó la atención una serie de fotos enmarcadas. A primera vista, resulta muy extraño ver fotos en las paredes de una iglesia. Produce una sensación de que algo no está bien, como si, en lugar de en la iglesia, estuviésemos en el despacho parroquial o en la vivienda del sacerdote.
Al acercarme a ver de quién eran las fotos se solucionó el enigma: eran santos (beatos aún, pero todo llegará), pero, al ser tan modernos, en vez de imágenes tenían fotos. La primera, junto a la puerta de la iglesia, era de Don Florencio, párroco de Turre que murió como mártir, únicamente por ser sacerdote, en 1936 (con una cara de bueno que cae simpático nada más ver su foto). Las otras fotografías eran del obispo de Almería, Monseñor Diego Ventaja, asesinado también en 1936 y de Ceferino González, el primer gitano beatificado, mártir de la misma persecución religiosa, pero en Barbastro.
Confieso que me produjo una gran alegría encontrar, junto a una imagen de un santo del S. XIII, como San Francisco, las fotos de otros santos de antesdeayer. Fue para mí un signo de que la Iglesia no es algo únicamente del pasado, más propia de tiempos medievales o romanos que de nuestra época moderna. Se me ha transmitido la fe en una cadena ininterrumpida desde nuestro Señor Jesucristo. Al precio, eso sí, de la vida entregada y fiel de innumerables cristianos, algunos de los cuales tuvieron que morir por defender esa fe que yo he recibido sin merecerlo.
Me entró la duda de si la idea de recordar a los mártires sería simplemente cosa de un cura original, pero desconocida y ajena para la gente de la parroquia, así que me acerqué a las señoras a la puerta de la iglesia. Haciéndome el sueco, les pregunté que quiénes eran esas personas. Todas sabían a quiénes correspondían las fotos. Sus padres habían conocido todos al párroco martirizado, D. Florencio, así que era alguien concreto y conocido para ellas. “Es un gitano”, me dijo una de ellas refiriéndose al beato Ceferino, con una gran sonrisa y esperando, quizá, escandalizarme un poco, “lo mataron en la guerra por ser cristiano”.
Dichosos los turreros, que tienen aún memoria viva de los mártires y que saben que ser santos no es cosa de otras épocas, sino la voluntad de Dios para todos los cristianos. Dichoso el pueblo de Turre, por el que sin duda interceden ante Dios tanto estos mártires como San Francisco y los demás santos de la Iglesia. Dichosos el obispo de la diócesis y el párroco actual de Turre que, supongo yo, desempeñarán su misión “con temor y temblor” y humildemente, gracias al ejemplo de sus predecesores.
Al salir de Misa, por ser domingo, fuimos a comer fuera, en un restaurante chino que encontramos a las afueras de Turre. Me hizo gracia pensar que la amable familia que regentaba el restaurante debía de haber salido de un pueblo chino desconocido y con nombre impronunciable para nosotros… y había terminado en un pueblo español desconocido y con nombre impronunciable para ellos. Espero que encuentren lo que fueran buscando, que supongo que tendrá que ver con una vida mejor, el desahogo económico y una mayor libertad que en China. Pero, sobre todo, les deseo que haya sido Dios quien les haya impulsado, sin que ellos lo supieran, a hacer esa larga peregrinación y que puedan encontrarse con Él en esta tierra regada por la sangre de los mártires. Les deseo que, buscando encontrar una vida mejor, encuentren un día la Vida que no se acaba y que nos muestran los mártires con su testimonio: eso sí que merecería la pena.
Quizás, si vuelvo a pasar dentro de unos años por Turre, me encuentre a esa familia china en la Misa mayor. De ser así, estoy seguro de que en buena parte se lo deberán a D. Florencio, que estará rezando desde el cielo por esos nuevos miembros de su parroquia. Pocas cosas me gustarían más que ver como se cumple en España aquello de que la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos.
4 comentarios
:D
No he querido faltar en nada al respeto a esa simpática familia china. Para mí sería una enorme alegría saber que ya eran cristianos (aunque, como no los vi en la única Misa que había ese día en el pueblo, supuse que no lo serían). Como tú dices, si fueran cristianos probablemente podrían darnos lecciones de fe a una buena parte de los españoles.
En cualquier caso, puestos a imaginar, me gusta más lo que tú imaginas... pensar que descienden de las personas evangelizadas por los primeros jesuitas que fueron a China o por alguno de los misioneros que están allí ahora, de forma oculta... que quizá hayan tenido que sufrir persecución por la fe y se sientan por eso muy a gusto bajo la protección de un párroco mártir...
También estoy convencido que D. Florencio reza por todas las familias que no van a Misa, probablemente sabiendo mejor que ellas mismas lo que necesita cada una (gracias a la perspectiva que da ver las cosas desde el cielo).
Desde luego, eres un ejemplo vivo de la universalidad de la Iglesia Católica. :)
Un saludo.
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