De la imagen y la palabra
«La poesía es pintura que habla y la pintura poesía muda».
Simónides de Ceos
«La pintura es poesía muda; la poesía pintura ciega».Leonardo da Vinci
«No hay espejo que mejor refleje la imagen del hombre que sus palabras».Juan Luis Vives
George Lambert, un pintor australiano de principios del siglo XX, tiene entre sus obras un cuadro, titulado El espejo convexo ––con el que se encabeza este artículo––, en el que se representa a sí mismo y a las demás personas que junto a él ocupan una estancia. Pero, aquello que Lambert refleja en su cuadro está mediatizado por el cómo y a través de qué percibe lo que representa. El cuadro muestra, no solo al pintor reflejado en un espejo convexo, si no, además, lo que el artista ve de la habitación en la que está. Por supuesto, lo que los espectadores observamos en el cuadro es aquello que el artista percibe, pero en su visión deformada por el espejo convexo en el que fija su mirada y que le refleja, y con él, a toda la habitación en la que se halla.
Este cuadro constituye un experimento pictórico que viene repitiéndose, de vez en cuando, en la historia de la pintura (desde el conocido Autorretrato en espejo convexo, del pintor renacentista italiano Parmigianino), y puede servir para mostrarnos que la percepción de nuestra propia imagen (sea autopercepción, sea la que los demás tengan de nosotros), puede verse deformada por la interferencia de la tecnología, sin que sea relevante que se trate de un espejo convexo o de una pantalla digital.
La diferencia entre Lambert y Parmigianino y la mayoría de nosotros es que los dos pintores sabían lo que hacían (un experimento pictórico), y eran conscientes de que aquello que reflejaban en sus cuadros era solamente una deformación de su imagen y de su mundo a la luz de un reflejo convexo. Sin embargo, para el hombre de hoy, la imagen de sí mismo y del mundo que habita que reflejan las pantallas, las redes sociales e internet, es la realidad, sin que siquiera sospeche o se plantee que sea ––como es–– un mero simulacro, pálido reflejo, deformado e ilusorio, de lo que verdaderamente es real.
Y esto es una tragedia de grandes proporciones que hunde sus raíces en la aguda distorsión que vivimos hoy en la relación entre la imagen y la palabra, y la primacía que la primera ha adquirido sobre la segunda, con alteración de la jerarquía natural entre ambas. Y en todo ello juega hoy un papel principal la preeminencia que ostenta en nuestras vidas la tecnología digital, como medio distorsionador y deformante de lo percibido a través de nuestros sentidos, a modo de espejo convexo.
Vaya por delante que considero, tanto a la palabra como a la imagen, necesarias e imprescindibles, y que siempre he disfrutado de la belleza de la que son portadoras, cuando así ha sido. No obstante, el hombre ha encontrado siempre difícil establecer una relación armónica entre las dos. Es cierto. Desde el principio se tienen noticias de un enfrentamiento, y hasta incluso cuando se trató de que la palabra se acercase a la imagen a través de la escritura, no se pudo evitar este antagonismo. Quizá la razón de esta dificultad esté más allá de nosotros. Quizá se remonte al principio de los tiempos, incluso antes de nuestra caída. Allá en los Cielos. Cuando tuvo lugar la batalla que terminó con la expulsión de Lucifer y sus huestes a los infiernos.
Y desde entonces, la imagen ha venido sufriendo un lento desgaste y corrupción en cuanto a su brillo y verdad, asociándose cada vez más a lo bajo, lo perverso, lo pornográfico. Y desde entonces, la imagen, distorsionada con esa carga de significación perversa facilitada por la tecnología, ha venido ganando terreno a la palabra.
De esta manera llegamos hasta hoy día, donde la imagen impera, pero no como trasunto de belleza, sino de fealdad y corrupción. Se ha vuelto, no semejante a la Verdad, sino desviada de sus fines naturales, encaminada a una distorsión y, finalmente, a una suplantación de la Verdad. Y en esta corrupción de la imagen estamos.
Un filósofo postmodernista, Jean Baudrillard, y un sociólogo moderno, Neil Postman, uno ateo y otro agnóstico, coinciden en su valoración de este problema con un católico profesor de literatura clásica, John Senior. Los tres abominaron en su día del dominio cultural de la imagen y de su cada vez más desviada función, distorsionada por la tecnología; un dominio totalitario, transformador, perverso y demoníaco. Siendo, cada uno a su manera, una suerte de profetas.
En su ensayo El malvado demonio de las imágenes, 1984, escribe Baudrillard:
«Es precisamente cuando parece más veraz, más fiel y más conforme a la realidad cuando la imagen es más diabólica, y nuestras imágenes técnicas, ya sean de fotografía, cine o televisión, son en la abrumadora mayoría más ‘figurativas’ y ‘realistas’, que todas las imágenes de las culturas pasadas. Es en su parecido, no solo analógico sino tecnológico, que la imagen es más inmoral y perversa».
Neil Postman no le va a la zaga. Su cuasi-profética obra, Divertirse hasta morir, 1985, sigue estando de actualidad y en ella puede leerse al respecto de la influencia cultural de la televisión lo siguiente:
«Voy a decir una vez más que no soy relativista en este asunto y que creo que la epistemología creada por la televisión no solo es inferior a una epistemología basada en la imprenta, sino que es peligrosa y absurda». Postman tildó la «caja tonta» de propagadora de «irrelevancia, impotencia e incoherencia», en lo que, a los ojos de hoy, parece una descripción sumamente acertada. Y concluía su libro diciendo que «es solamente el lenguaje el que nos permite pensar críticamente (…). Es el lenguaje el que nos hace claramente humanos».
Y sobre Senior, ya sabemos de su, para muchos, drástica postura mostrada en su obra La Restauración de la cultura cristiana, 1983:
«Pero, en primer lugar, no seríamos serios en nuestra intención de restaurar la Iglesia y la Ciudad si no tenemos el sentido común de destruir nuestro aparato de televisión.» (…) «Los aparatos electrónicos no son malos solamente en cuanto se apartan del fin, sino también en cuanto a los medios mismos que son destructivos de la imaginación y la sensibilidad, como lo es la televisión».
Son advertencias algo alejadas en el tiempo, pero que hoy cobran una actualidad inusitada.
Y sin embargo, si lo pensamos bien, lo cierto es que la imagen, en origen, no puede ser mala. Como nos dijo santo Tomás, nada que sea es malo. Pues el mal es la mera negación. Un parásito del ser. Y la imagen forma parte de nuestra pedagogía ontológica, e incluso teológica. Hemos sido hechos a imagen y semejanza de la Palabra.
Además, vivimos una paradoja. Una de entre las muchas que contiene el cristianismo. Y esta es, que, obviamente, lo divino no podría representarse en imágenes y, sin embargo, para conectar con lo humano, debe representarse en imágenes.
Baudrillard habla de ello:
«¿Qué pasa con la divinidad cuando se revela en iconos, cuando se multiplica en simulacros? ¿Sigue siendo el poder supremo que simplemente se encarna en imágenes como una teología visible? ¿O se volatiliza en los simulacros que, por sí solos, despliegan su poder y pompa de fascinación, con la maquinaria visible de los iconos sustituyendo la pura e inteligible Idea de Dios?».
Así que, quizá el problema no es la imagen en sí, sino su mal uso y la tiranía que ejerce en nuestras vidas, auspiciada por las nuevas tecnologías.
Si acudimos a las Sagradas Escrituras, veremos que en ellas se nos muestra una relación entre imagen y palabra que no es de oposición, sino de cooperación. Pensemos en los profetas. El término hebreo para designarlos hace referencia a la visión (roeh, vidente). Sorprendentemente, no existe un término equivalente en hebreo que los defina como oyentes. A pesar de ello en el Antiguo Testamento se contienen muchos más ejemplos de experiencias proféticas recibidas a través del oído que por medio del ojo, introducidas invariablemente por la frase «la palabra del Señor vino a mí, y me dijo». La fórmula suele tener una secuencia colaborativa particular. Una visión es comúnmente seguida por un mensaje verbal; de hecho, el acto de ver se presenta a menudo como una etapa preliminar, preparando al profeta para escuchar la voz de Dios. Solo después de que Jacob haya visto la visión de una escalera que conecta el cielo y la tierra, oye a Dios hablándole en su sueño (Génesis 28, 12-15). José tiene primero dos sueños vívidos y luego da una interpretación verbal de lo que ha visto (Génesis 37, 5-11). Moisés ve primero la zarza ardiente, y es a continuación cuando Dios lo llama y dice: «“¡Moisés, Moisés!”, “Heme aquí”» (Éxodo 3, 3-4). Entre los últimos profetas se repite un patrón similar. Isaías comienza con «Visión que Isaías, hijo de Amós, tuvo acerca de Judá y Jerusalén» (Isaías 1, 1), y luego continúa con el mensaje verbal que recibió de Dios, comenzando con «Oíd, cielos, y tú, tierra, escucha; porque habla Yahvé» (Isaías 1, 2). Más tarde, el profeta ve por primera vez al Señor sentado en un trono, rodeado de serafines de seis alas; y solo después de que sus labios son purificados por uno de los serafines con un carbón encendido, es capaz de escuchar la palabra de Dios (Isaías 6, 1-8).
En el Nuevo Testamento vemos algo similar. Cuando Jesús acude a ser bautizado por su primo Juan, se entreabrieron los cielos y se vio «al Espíritu que, en forma de paloma, descendía sobre Él», y solo luego, «sonó una voz del cielo: “Tú eres el Hijo mío amado, en Ti me complazco"» (Marcos, 1, 10-11). En la transfiguración del Señor, Pedro, Juan y Santiago, vieron que «la figura de su rostro se hizo otra y su vestido se puso de una claridad deslumbradora»; a continuación lo contemplaron hablar con Moisés y Elías, y solo después de estas visiones escucharon: «“Este es mi Hijo el Elegido: Escuchadle a Él”» (Lucas, 9, 29-35). Pablo (Hechos, 9, 3-9) tiene una visión deslumbradora que lo hace caer («de repente una luz del cielo resplandeció a su rededor») y que lo deja temporalmente ciego, y solo entonces escucha la voz de Jesús («“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”»).
Vemos pues aquí una relación. Cierto que hay una preeminencia de la palabra sobre la imagen y una relación instrumental de esta respecto de aquella; pero hay armonía entre ellas. Aunque, obviamente, no se trata de cualquier palabra, no es la que enlaza con su significado por convención humana, no, pues, como nos dice san Pablo, «La fe viene, pues, del oír, y el oír por la palabra de Cristo» (Rom. 10,17).
En lógica consecuencia con todo ello, el uso de imágenes de Cristo, la Virgen, los santos o las escenas bíblicas puede remontarse hasta los primeros días del cristianismo. Pero pronto, de la mano de la idolatría se introdujeron prácticas corruptoras y supersticiosas, las cuales fueron conformando el clima apropiado de conflicto y confusión que dio lugar a la disputa y la ruptura cismática: el primero de los asaltos serios por parte del Maligno. Y esta jerarquía armónica entre palabra e imagen continuó siendo asediada, asedio que ha adquirido en los últimos tiempos una intensidad inusitada. Hay una acción subversiva cuyo último asalto viene de la mano de la tecnología digital, y que trata de alterar este orden sagrado.
Y en ello estamos. La televisión, los smartphones, los videojuegos, las redes sociales…, todo conspira contra nosotros mismos, inducido e impulsado por nosotros mismos.
Si Senior, Postman y Baudrillard estuvieran hoy con nosotros muy probablemente nos dirían: «¡Rompe tu teléfono inteligente!». No me cabe duda alguna. Sé que no parece posible escapar de esta tiranía de la imagen que padecemos hoy, una imagen corrupta que nos aparta de la Verdad. Estamos atrapados. Pero podemos intentar sacudirnos un poco este yugo y, al menos, ser conscientes del riesgo y del lugar al que quieren llevarnos. Es mejor que nada. Roguemos porque sea así, pues sin Él nada podemos.
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Las tertulias de los intelectuales, por ejemplo, o no existen o se han convertido en los programas de la TV5, que es lo mismo que decir que carecen de todo interés.
El Evangelio de San Juan comienza:
"Al principio era el Verbo,
y el Verbo estaba en Dios,
y el Verbo era Dios.
Él estaba al principio en Dios.
Todas las cosas fueron hechas por Él,
y sin el no se hizo nada de cuanto ha sido hecho".
El Verbo - El Logos - creó y la primera de sus creaciones fue la luz sin la cual la imagen es imposible, de lo que se deduce que la Palabra de Dios, aunque no tenga el mismo significado que la nuestra, precedió a la imagen. En todo el AT lo que se recuerda continuamente es la Palabra de Dios, la Shemá dice: ¡Escucha, Israel!. Lo que se pide, a través de los profetas, es que escuchen a Dios. La imagen es un apoyo de la palabra pero no puede sustituirla. Se puede vivir, y de hecho los israelitas lo hicieron durante siglos, sin imágenes, pero no sin palabras. Invertir eso deshumaniza.
En cuanto a la relación imagen-palabra, el equilibrio que ha mantenido siempre en la Iglesia ha sido, a mi modo de ver, el sostenido por la meditación y la oración (la liturgia, a fin de cuentas). Como se reza poco y mal se usa poco y mal de las imágenes.
Esa relación entre palabra e imagen ha sido malentendida incluso por los protestantes y ha dado pie a que crean que nosotros "adoramos" las imágenes dada su profusión (sobre todo en el Barroco). No hay ningún católico que no sepa el valor de las imágenes y el hecho de que es lo mismo rezar ante una que rezar ante ninguna. El valor de las imágenes es que, tras ellas, puede haber una pequeña epifanía si Dios te concede el don de saber apreciar la belleza y elevarte a través de ella. Por lo tanto si las imágenes no tienen ese contenido son imágenes muertas, pero también podríamos decir otro tanto de aquel que cierra sus oídos a la Verdad. Los que hacen sus oídos sordos a la Palabra y los de dura cerviz son aquellos a los que continuamente se dirigían los profetas.
"Una imagen vale más que mil palabras". Vale, a veces. Pero un millón de imágenes no pueden expresar lo que dice una poema.
Cuando yo no tenía ni tres años rabiaba por aprender a leer, y todas las noches al ir a la cama, aparte de mi osito pedía "el libro". Era una antigua enciclopendia infantil con multitud de grabados cuyos paisajes e interiores me hicieron soñar de una manera abstracta, imaginándome qué habría según entras en el grabado, a mano derecha. Dudo que las imágenes digitales les haga soñar a nuestros hijos.
Las letras me enseñaron cómo dar forma a esas vaguedades; cómo estructurarlas y hacer de ellas una concreta traducción. Y hoy en día sigo volando con las dos alas de la imagen y el texto.
A ver si algún día crezco.
Con todo respeto al autor del blog y a los autores que cita, esta apología por volver a lo genuino destruyendo los instrumentos que el propio espíritu humano en lo mejor de sí mismo pudo concebir y hacer realidad, resulta un absurdo y algo en verdad nocivo. No podemos hacer desaparecer los cuchillos porque se utilicen para matar o cerrar el Metro porque existan carteristas. La televisión, internet, las redes sociales deberán seguir existiendo, pero poniéndolos al servicio del bien y de la verdad, no de la manipulación o la alienación del individuo. En cualquier caso, una vez que el hombre ha sido capaz de ellos, sólo podrán ser abandonados cuando sean sustituidos por otros logros que los superen en su utilidad y en su bien (aunque eso lleve consigo a la larga su mala utilización futura).
No podemos volver a la época de los incunables para recuperar la belleza y el poder de la palabra en la época de los medios audiovisuales y de la informática. Será un sueño hermoso, pero también ridículo. La imagen, llena de verdad, es una forma de bien. Ahí están las grandes obras intemporales de las Bellas Artes, pero también de la fotografía, del cine, de los medios informáticos de reproducción visual. Y la palabra verdadera, honda, llena de belleza puede seguir abriéndose camino en un mundo que sigue necesitando de ella. Aunque los formatos cambien, la verdad, cuando se da y aparece, se impone por sí misma. Porque ahora le resulte al hombre contemporáneo difícil y poco inteligible, probablemente, leerse la Divina Comedia de Dante con sus miles de versos, no quiere decir que sea incapaz de acceder a la verdad de la mejor literatura. Simplemente ello indica que ya no podemos escribir hoy como Dante. Todo tiene su época y su momento; sólo la verdad y la belleza permanecen intemporales en su esencia, aunque se expresen con formatos necesariamente muy distintos. La sensibilidad del hombre no ha cambiado para percibir lo que vale la pena. Aunque muchos, en efecto, se pierdan por el camino, en los abusos y en los juegos de artificio que el mal promueve siempre en toda época.
Una pérdida es una pérdida siempre. Si ya nos aburre leer a los grandes clásicos porque no entendemos su lenguaje o el mundo en que vivieron, es evidente que quedamos mutilados en una parte sustancial de nuestra sensibilidad. De esto no cabe duda; por ello hay que promocionar siempre las Humanidades en la escuela. Para mi desgracia yo pertenecí a las primeras promociones a las que se les aplicó la E.G.B. Esto supuso ya un empobrecimiento muy notable, casi total en el conocimiento de las lenguas clásicas. Este fue el comienzo de una larga degeneración educativa que no ha hecho más que profundizarse hasta alcanzar cotas en que la educación parece que promociona la ignorancia en todas las ramas del saber. Siempre me pareció admirable y sorprendente que mi madre, por ejemplo, nacida en 1926, y que llegó a estudiar hasta el Bachillerato Superior de entonces, en el "oscurantista" régimen franquista de los primeros años, supiera leer y traducir con cierta fluidez textos griegos y latinos de Homero o Virgilio, además de francés. Y se empleó a finales de los 40 como humilde operadora telefonista. Tras décadas de aquellos aprendizajes, y siendo una mujer casada y sencilla ama de casa, seguía recordando muchos de aquellos conocimientos que nunca utilizó (he de reconocer que mi madre era en verdad muy inteligente, bastante más que mi padre). Esto es algo impensable hoy en día. Yo mismo, siendo licenciado universitario, y habiendo nacido 37 años después que mi madre, no he adquirido esas capacidades, ni me las han enseñado.
Lo que quería decir es que en toda época, incluso en la nuestra, el hombre es capaz de la verdad, y en esa medida, capaz de producir belleza y bien. Es cierto que por otras vías hoy muy distintas. Por ello, incluso aunque yo esté alejado de estas nuevas formas de expresión y aún más lejos de poder dominarlas o de sacar provecho de ellas, entiendo que el espíritu humano sigue en movimiento, pues su naturaleza sigue buscando y expresando aquello que es y que necesita. Es una pérdida, sin duda, no conocer la belleza del latín o del griego; no captar en su hondura el teatro de Shakespeare o de Calderón, la narrativa cervantina o la enorme riqueza retórica de la poesía gongorina; pero ello no interrumpe o hace imposible que el hombre contemporáneo vuelva a plantear desde su circunstancia, completamente diferente a la de siglos pasados, los temas eternos que siempre nos inquietan y nos mueven: el amor, la muerte, el sentido de la vida, la existencia del bien y del mal, la culpa y la inocencia... Incluso en estos tiempos relativistas y aun nihilistas. Es más, aquella grandeza de la que fue capaz el espíritu humano hace posible las grandezas que hoy se generen o las que en un futuro se desarrollen. Jamás hubiera existido Internet y sus inmensas posibilidades si antes no hubiera existido la poesía de Góngora o los cantos épicos homéricos. La humanidad, más allá de sus concretas circunstancias y mucho más allá de la identidad de un país, forman, al decir del general Franco, una unidad de destino en lo universal. Y no hace falta ser franquista para defender esta verdad intemporal siempre en constante actualización.
De las artes la que sobrevive con mejor salud es la música porque, sorprendentemente, hay una gran cantidad de jóvenes pianistas, violinistas e incluso cantantes, cosa que se percibe siempre que se oye un concierto. Pero la música clásica sobrevive en la interpretación, no así en la composición, ya que estos jóvenes lo que tocan es música que pasa del Renacimiento al Barroco y del Barroco al Romanticismo o al Nacionalismo -con Grieg o Smetana - y las composiciones que quedan, con pretensión de originalidad son del S. XX, lo que hace que, para algunos de esos jóvenes intérpretes, sea también antigua.
Desde el punto de vista de las artes, tanto musicales como escénicas, las dos primeras décadas del S. XX, con guerra mundial incluida, fueron muchos más fructíferas que las dos primeras del S. XXI. Por lo que me parece que lo perdido está claro y lo por venir no es más que una vaga esperanza. No hay ninguna garantía de que el espíritu sobreviva al acoso y logre triunfar a pesar de él.
Las élites de hoy conocen de otras cosas: diseño de páginas webs, de la organización de los Big Data; de inteligencia artificial; de nanotecnología, etc. Y ninguno de estos sabios de hoy muy probablemente no sepan siquiera quién era Eurípides.
La propia naturaleza humana exige la expresión de aquello que lo fundamenta. Pero a lo que no obliga nunca es a las formas en que deban tomar cuerpo esas inquietudes. Por supuesto, hay mayor calidad y elaboración en una sinfonía que en un boggie-woogie, en un soneto que en un rap, en un cuadro al óleo que en un grafitti por muy de Bansky que sea, en un canto gregoriano que en la canción de autor con rasgueo de guitarra. Pero aun siendo ello cierto, el corazón del ser humano siente las mismas cosas desde que el hombre es hombre. Yo estoy muy lejos de entender las fomas contemporáneas de la creatividad, pero que yo no las entienda, o incluso que las considere inferiores a otras ya clásicas y descubiertas siglos atrás, no quiere decir que sean falsas o rechazables. No entiendo la mayoría de la pintura abstracta, ni del arte contemporáneo en general que no sea realista en algún grado al menos, pero eso no quiere decir que todo él sea basura o una engañifa para incautos. Decir que la poesía sin rima e incluso sin ritmo no es poesía es falso, pues la esencia de la poesía no reside en los metros ni en los usos retóricos, sino en la belleza y en la verdad de los contenidos que pretende describir. Pero esto sólo se descubrió avanzado el siglo XIX, tras casi tres mil años de poesía oral, escrita y cantada en Occidente.
No sé lo que será el futuro, a lo que dará lugar. Pero mientras el hombre (y la mujer) sigan siendo tales, habrá esperanza. En fin, en palabras del inmortal Bécquer:
RIMA IV
No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!
Yo soy muy antigua por recordar mucho pero tengo una amiga, mayor que yo, mucho más moderna porque no recuerda nada. No es que tenga ninguna dolencia senil, es que pasó por la vida sin fijarse demasiado y no puedes acudir a ella para compartir recuerdos, es una superviviente nata y solo atiende al presente que va desechando en cuanto se vuelve pasado perfecto, y si es imperfecto también. Cuando cumplió ochenta años mi hermano le invitó a una gran comida porque es su consuegra, pero de eso ya han pasado cinco años y no puede acumular lastre de recuerdos inútiles, para recordar lo que haces por ella tienes que estar haciéndolo continuamente antes de que el "comemos" pase al "hemos comido" porque en ese momento la acción ya está amortizada.
Ten esperanza, África, el espíritu humano renacerá de estas cenizas con la ayuda de Dios. Aunque es muy probable que ni tú ni yo lo veamos.
La gente ya está comenzando a despertar, aunque todavía nos parezca aún una reacción muy timorata. Están metiendo la quinta, pues ven que, a pesar de todo, no pueden destruir el bien, la verdad ni la belleza. Volverán a brillar de nuevo, aunque a muchas generaciones nos costará sufrir lo indecible.
Este otoño ha sido extraordinario para mí debido a los paseos matinales junto al mar y la montaña que han irrumpido por encima de los paseos por la ciudad debido al coronavirus. Y allí estaba la Creación con sus árboles, pájaros, flores, olas y montañas que me han vuelto a maravillar, y a la vez yo misma me maravillaba de que aún me maravillaran. Un efecto muy raro, la verdad, pero profundo y estimulante.
Yo tengo esperanza y me alegra mucho saber que tú la tienes también. ¡Que Dios y la Santísima Virgen María os bendigan a ti y a tu esposa!
Que Dios te sostenga en todos los momentos de tu vida, África, y te llene de sus bendiciones, como a todas las personas que quieres y te quieren, y que la Virgen te cuide y ampare como a su hija predilecta.
Un abrazo en el Señor. ¡Dios con nosotros!
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