«Soy madre divorciada y recasada, y no puedo comulgar. Por mi salvación rezo para que la Iglesia no cambie su doctrina»
Luis Fernando recordaba ayer a San Pablo «es preciso que entre vosotros haya disensiones, a fin de que se destaquen los de probada virtud entre vosotros». E indudablemente el «lío» del Sínodo también está sacando a la luz la verdad, la valentía y la entereza defendida por muchos católicos, laicos, sacerdotes, obispos, de palabra y de obra.
Los kasperosos consideran que el amor a la Eucaristía es un heroísmo no exigible al cristiano medio. Frente a ellos empiezan a abundar testimonios sobrecogedores. Esta semana he leído dos, el de Steve y Shaina Purves, que cohabitaban y decidieron vivir como hermano y hermana cuando se convirtieron por respeto a la Eucaristía hasta que obtuvieron el reconocimiento de nulidad.
O el de Luma Simms en First Things, protestante que se convirtió al catolicismo y que a pesar de estar divorciada descubrió que «la Iglesia Católica tiene una bella y rica doctrina sobre el matrimonio». Un extraordinario ejemplo de atracción de la Verdad y del sentido del pecado, y ojalá algún día pueda ser ejemplo de buen final, el de poder acercarse a recibirle sacramentalmente, porque cesa la situación de adulterio que ella reconoce, para lo que cuenta siempre con la gracia de Dios, y quizá también con nuestras oraciones.
Y es que como bellamente señala la Instrucción de la CDF de 1994,
Será necesario que los pastores y toda la comunidad de fieles sufran y amen junto con las personas interesadas, para que puedan reconocer también en su carga el yugo suave y la carga ligera de Jesús. Su carga no es suave y ligera en cuanto pequeña o insignificante, sino que se vuelve ligera porque el Señor –y junto con él toda la Iglesia– la comparte. Es tarea de la acción pastoral, que se ha de desarrollar con total dedicación, ofrecer esta ayuda fundada conjuntamente en la verdad y en el amor.
Os dejo con la traducción del portal chileno PortaLuz.
«El mismo día en que mi alma se convirtió al catolicismo, descubrí que no podría recibir la comunión, porque soy una mujer divorciada y vuelta a casar». Esta verdad magisterial sustentada en la doctrina, la tradición y los evangelios, lejos de hacerla dudar de su conversión desde el protestantismo, confirmó su adhesión a la Iglesia.
Dolor y alegría
Luma cuenta su historia, mencionando que tuvo «lágrimas de dolor y alegría» al encontrarse con «la verdad sobre la transubstanciación», que es negada por los protestantes. Saber que en la hostia consagrada está realmente el cuerpo vivo de Cristo, dice que le llevó a sentir «dolor por haberse tardado en descubrir esta verdad», pero al mismo tiempo «alegría porque finalmente habían (ella y su segundo marido) encontrado el fundamento de la autoridad que reside en su Iglesia, fundada por Él y que mandó custodiar a todos los Apóstoles instruidos por Él».
Los hijos, determinantes
Luma recuerda que llegó desde el calvinismo al catolicismo gracias a «la hermosa encíclica Humanae Vitae que ablandó mi corazón… Luego nada me parecía suficiente y necesitaba conocer todo aquello que la Iglesia cree, basada en la enseñanza de Jesús». Así descubriría esta conversa el Magisterio de la Iglesia y sorprendería a muchos su capacidad de obediencia:
«Debido a mi divorcio y también porque otro miembro de mi familia recientemente dejó su matrimonio después de 43 años, vi como nuestros hijos han crecían con muchas dudas y cuestionando el matrimonio». Un día, «uno de nuestros hijos, al hablarnos nos mostró la ansiedad que le provocaba saber que no podía asegurar que papá y mamá estarían siempre juntos, a su lado». Este dolor del hijo, cuenta Luma, fue determinante para comprender cuán «profundamente influenciados por nuestras elecciones y la cultura crecen los hijos». Pero a la vez, dice, la impulsó a confirmar su conversión y decisión: «Formarlos en una iglesia que se mantiene firme en el matrimonio para toda la vida».
«Doctrina rica y hermosa»
La Iglesia Católica, dice Luma, «tiene una doctrina rica y hermosa para enseñar de la plenitud del matrimonio en la imagen de la unión entre Cristo y su novia, la Iglesia».
El crecimiento espiritual de esta conversa se ha nutrido particularmente de la vida sacramental. No comulga físicamente, pero nutre su alma y camino de fe mediante la comunión espiritual…
«Muchas veces –nos cuenta- me levanto en medio de la noche pensando, ¿cómo es que he llegado a considerar el catolicismo? Pero luego en la mañana durante la misa diaria, orando en la liturgia, ¡experimento la profunda presencia de Dios, incluso si no recibo la Eucaristía y comulgo espiritualmente![…] Es a través de la comunión que espiritualmente soy alimentada por el Señor».
Compromiso
Luma Simms afirma que «no es la Iglesia» quien le niega la Comunión física, «soy yo quien desobedeció a Dios abandonando mi primer matrimonio» a pesar de que era «inmadura» y las «circunstancias me llevaron a esa drástica medida». Tal vez, señala, «algunas personas podrían sorprenderse por mi comunión con una iglesia en la que no puedo comulgar físicamente porque soy divorciada y vuelta a casar. Pero a menos que me puedan probar lo contrario, creo que cualquier acción para autorizar el dar la comunión a quienes somos divorciados vueltos a casar corrompería la doctrina del matrimonio reduciendo además la imagen de la Iglesia como esposa de Cristo… demolería a la Iglesia. Yo he encontrado refugio en la iglesia. Por mi salvación y la de mis hijos rezo para que la Iglesia no cambie su doctrina».
Gracias Luma por tu testimonio, ojalá ayude a algunos «teólogos» también, seguro que ellos te habrían encotrado tristes ‘excusas’. Conocer la distinción entre Bien y del Mal, no buscar justificaciones y abandonarse, de verdad, en el Señor, es el camino, para todos. Perder el sentido del pecado es perderse del todo; tenerlo, la condición necesaria para arrepentirse y pedir perdón.
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