Gracia y privilegio de ser cura de aldea
Hace unas semanas, preparando los ejercicios espirituales que dirigí a un grupo de sacerdotes de la diócesis de Lugo, pregunté al delegado de clero, D. Miguel Asorey, si estaba interesado en que planteara alguna cosa especial, algún tema que pudiera parecer interesante o necesario para los sacerdotes que pudieran acudir. D. Miguel solo me pidió una cosa: aquí, me dijo, prácticamente todos somos párrocos de pueblos y aldeas y a veces nos cansamos. Necesitamos que nos animes…
A raíz de esta sugerencia, ofrecí a los sacerdotes una meditación que, precisamente, llevaba este título y en la que quise compartir con ellos la gracia y el privilegio que supone ser cura de aldea. Siempre lo intuí, pero desde que me he convertido en cura más que de pueblo de aldea (de hecho, en el pueblo en el que vivo apenas llegamos a los cincuenta habitantes en invierno) cada día experimento con mayor abundancia la gracia y el privilegio que supone ser cura de aldea. Bendito sea Dios.