La doctrina de la Iglesia es la que es, la tradición es la que es, y lo que la Iglesia ha enseñado durante siglos es lo que es. Y punto. Pero hay gente que no se resigna, y ante la solidez del evangelio, la unanimidad de los padres, la claridad del catecismo y la ausencia de nada sólido en contra, no encuentran otra forma de sostenella y no enmendalla que inventar añadidos, descubrir documentos secretos, reinventar palabras y manipular textos.
En este momento lo que más molesta en un amplio, amplio sí, sector de la Iglesia, es la divinidad de Jesucristo. Evidente. Si Cristo no es Dios, su palabra es relativa, los preceptos opinables, el evangelio una intención, el cielo algo para construirse en la tierra, y la vida eterna una nebulosa entre nirvana oriental, reencarnación probable, fusión con el infinito y disolución energética. Sin problemas. Toca diluir la divinidad de Cristo. Negarla abiertamente no, que se nota mucho. Basta diluir, sí pero bueno… y ya tenemos el resquicio.
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