Un poco de historia personal

Si la memoria no me falla soy internauta desde finales del año 1996. Futurnet fue la empresa que me daba acceso a la red, a la que me conectaba con uno de esos modems que tanto ruido hacían. Como no había tarifas planas ni nada que se le pareciera, mi tiempo de conexión diaria era más bien limitado. Desde un primer momento participé en chats y foros cristianos, primero en inglés y luego en castellano. Más del 80% de mi tiempo en la red ha estado siempre relacionado directa o indirectamente con asuntos religiosos.

Poco a poco fui abandonando los chats, que incluso cuando eran nominalmente cristianos acababan por convertirse en lugar de cháchara sin sustancia y de contactos, y me “especialicé” en foros de discusión. Supongo que de entonces me viene mi carácter “combativo", que no era precisamente una de mis características personales previas a mi llegada a internet. Y aunque ya era bastante autodidacta por aquel entonces, no me cabe tampoco la menor duda de que la necesidad de encontrar buenos argumentos para los debates doctrinales hizo que dicha cualidad se asentara por completo en mi personalidad. Como todo, tiene sus ventajas y sus inconvenientes, pero a estas alturas de la película, recién alcanzada la condición de cuarentón, no creo que vaya a cambiar mucho. Lo que siento es no tener tanto tiempo como antes para leer y estudiar por mi cuenta.

Desde hace unos meses me ha dado por repasar aquello que escribía siendo todavía evangélico, lo cual me ha llevado a darme cuenta de varias cosas. La primera, que aunque mi lenguaje ha cambiado bastante y determinados giros y expresiones típicamente evangélicas ya no están presentes en mis escritos actuales, todavía conservo el aroma del Luis Fernando evangélico de finales del siglo pasado. Lo quiera o no, y más bien lo quiero que no lo quiero, ocho años como protestante evangélico marcan para toda la vida. Aunque siendo niño leí la Biblia probablemente más que la inmensa mayoría de los niños de mi generación, la realidad es que fue como evangélico cuando aprendí a andar por entre las páginas de la Escritura como Perico por su casa. Y aunque no es bueno ir por libre en el estudio de la Biblia, peor es no conocerla apenas.

El poco de abandonar el protestantismo, cuando estaba en proceso de convertirme en ortodoxo y por tanto antes de mi regreso a la Iglesia Católica, un evangélico me hizo una pregunta que tenía que ver con las razones por las que había dado ese paso. Decía así:

Hermano, permiteme la pregunta, en relación a la cita: ¿Cuando confesabas a Nuestro Señor Jesucristo, antes de vuestra conversión a la Iglesia Ortodoxa, no te negabas a ti mismo, permitiendo que Cristo guiara tu intelecto y marcara el camino?

Esta es mi respuesta. Sirva como ejemplo de cómo me explicaba hace casi diez años, concretamente el 20-05-1999. He corregido algún error ortográfico y sintáctico:

Cuando estaba dentro del mundo de la Nueva Era yo era el típica ocultista que creía saber discernir todo lo relacionado con el mundo espiritual que nos rodeaba. Veía muy lógico el hecho de que los “hermanos superiores” pudieran guiarnos en nuestro progreso espiritual. Nada de raro tenía para mí la posibilidad de que esos seres pudieran proceder de otros planetas u otras galaxias. Yo aceptaba lo que me gustaba de ese mundillo y rechazaba lo que me parecía mal. Creía que mi propia sabiduría humana era la clave para discernir el bien del mal. Cuando retomé la relación con Cristo que había dejado aparcada en las profundidades de mi infancia, me convertí en evangélico. Me acuerdo perfectamente que el Señor me dijo que debería permanecer durante un año totalmente alejado de cualquier cosa que oliera a Nueva Era. A veces es lógico que aquel que ha salido de una vida de pecado quiera anunciar su liberación a aquellos que siguen en esa vida, pero Dios sabía lo peligroso que era para un ex-ocultista de 22 años el tener cualquier tipo de contacto con su anterior vida. Podría contar experiencias muy fuertes en ese sentido pero no creo que sea necesario.

Aquel paso del ocultismo a la fe evangélica supuso una negación de mí mismo en el sentido de que acepté que era Dios y la Biblia quienes marcaban las pautas para mi vida. Yo dejaba de confiar en mi sabiduría humana acerca del bien y del mal para depender de Dios y de su Palabra. Como es lógico, los primeros años como evangélico fueron de aprendizaje en la nueva fe y, sobre todo, de vivencia de una relación personal con Dios. En esos primeros pasos como evangélico, no me preocupaban demasiado los debates teológicos entre las distintas ramas del protestantismo. Mi iglesia era pentecostal moderada, sin la frialdad de las tradicionales pero sin el histerismo de los hiper-pentecostales. La alabanza era bonita y mi relación con los hermanos era muy buena. Según fui creciendo en mi vida cristiana, empecé a estudiar la Biblia cada vez más. Cuando uno estudia la Biblia puede suceder que al llegar a determinados versículos, creas darte cuenta de que en tu iglesia hay alguna doctrina que no concuerda con la Escritura. Como no quiero extenderme mucho, pondré el ejemplo de la posición que se mantenía acerca del don de lenguas en mi iglesia evangélica y lo que yo creía que enseñaba la Biblia. En mi iglesia (aunque es justo reconocer que el pastor no insistía apenas en el tema) se pensaba que el don de lenguas podía ser para todos los creyentes que hubieran recibido el Espíritu Santo. No se llegaba a la locura de afirmar que si no hablabas en lenguas entonces eras un cristiano de segunda (en alguna iglesia eso es doctrina oficial), pero sí se enseñaba que no había ninguna razón para que alguna persona no hablara en lenguas. Sin embargo, al estudiar la Palabra de Dios, yo no vi tal cosa. Con simplemente leer 1 Cor 12,29-30 me di cuenta que NO TODOS tienen porqué hablar en lenguas, de la misma forma que NO TODOS somos apóstoles. Bien, entonces llegó la primera duda. Yo era evangélico. Yo creía que la Biblia era la única norma para fijar doctrina. Pero la doctrina de mi iglesia acerca de al menos uno de los dones del E.S no estaba acorde con la Escritura según mi propio criterio. ¿Qué hacer?

Si yo afirmara que salí de Amistad Cristiana por diferencias doctrinales con esa iglesia, mentiría. Esa no fue la razón principal ni creo que estuviera entre las razones secundarias más importantes. Pero independientemente de las razones por las que yo acabé apartándome de aquella iglesia (algo expliqué en mi testimonio), lo que sí es cierto es que el virus del individualismo protestante había calado en mi alma. Yo había encontrado unos fallos en la doctrina de mi iglesia y, por supuesto, era yo el que tenía razón y no mi iglesia. A partir de entonces, me lancé por la senda de los estudios teológicos e históricos. Me di cuenta de que, al fin y al cabo, el mundo protestante consistía en eso. Estás en una iglesia, descubres sus errores, te sales y te unes a otra que tú creas que está más cercana al mensaje bíblico. Y si no la encontrabas, podías tener el valor de fundar una nueva si “sentías” el llamado del Señor. Si Lutero, Zwinglio y Calvino habían salido de Roma por sus errores, ¿qué impedía a cualquier otro cristiano el salir de las iglesias de Lutero y Calvino? Al fin y al cabo, la Sola Scriptura era el lema perfecto para construirnos nuestra Sola Fide en base a nuestra propia interpretación de la Scriptura. Si otros no coincidían con mis opiniones teológicas, es porque ellos no habían estudiado bien las Escrituras. Y la historia prueba que, como en el caso de Roma, si a un calvinista se le ocurría hacerse arminiano, se le quemaba en la hoguera; y si a un anabautista se le ocurría bautizarse de adulto, pues también a la hoguera. De tal forma, entendí que aquellos que berreaban contra Roma y contra los excesos papales, empezaban a comportarse como esos papas, quizás con un poco de menos virulencia pero con el mismo espíritu. Eso de la Sola Scriptura estaba muy bien para separarse de Roma pero muy mal para permitir que otros se separaran de las ideas de los grandes reformadores.

Como quiera que una vez que una presa se rompe, ya no hay quien pare la avalancha de agua, la Reforma empezó a inundar toda Europa y ha dividirse en centenares de riachuelos que inundaron todos los campos de la fe cristiana. Y llegó el momento en que ni tan siquiera en Europa hubo sitio para tanta división. América esperaba a todo esa riada de diversas doctrinas. Una vez la riada llegó a América, la Reforma siguió dando sus frutos. Puesto que la fe dependía en gran medida de lo que un hombre o un grupo de hombres pudiera pensar, empezaron a surgir los Joseph Smith, los Russel y las White, que, con visión o sin ella, venían a dar una interpretación a las Escrituras distinta a la que se había mantenido no sólo por la Iglesia Católica sino por la mayoría de las protestantes. Algunos como el profetilla mormón, no se contentaron con reinterpretar la Escritura sino que añadió sus propios libros para que formaran parte del canon mormón. Los descendientes del fundador de los Testigos se dedicaron a cambiar la Biblia en los versículos que no encajaban con su teología. Nada raro, ya que el propio Lutero habría querido quitar del canon los libros que no le venían bien a su doctrina solafideista. La señora White puso las bases para que su iglesia fuera la madre de un montón de sectas.

Tú dirás, ¿qué tiene que ver todo eso con lo que estabas contando acerca de tu vida y de tu paso del mundo evangélico a la Ortodoxia? Pues tiene TODO que ver. Luis Fernando, como se puede comprobar en este mismo foro, iba camino de convertirse en un protestante de protestantes. Llegado el momento denunciaba a los líderes evangélicos de su país por mentir acerca de las cifras de miembros de esas iglesias. A la hora de clamar contra el abuso del diezmo, Luis Fernando estaba entre los que encabezaban la manifestación. Doctrinalmente, Luis Fernando ha sido un tipo implacable con los herejes, fueran estos católicos, ortodoxos, adventistas, evangélicos o pesudo-evangélicos. Las bases estaban puestas para la creación de la iglesia Luisfernandina en defensa de la fe que Luis Fernando había creído recibir a través de su estudio personal de las Escrituras. Hubiera sido una iglesia de tendencia arminiana, pentecostal ligera, profundamente trinitaria y preterista parcial en el área de la escatología. Por supuesto, esa iglesia tendría un aire cuáquero muy marcado en sus cultos y el adorno de una moralidad basada en la fe menonita.

Es decir, una iglesia a la imagen y semejanza de su manera de entender la fe. Eso sí, nadie le hubiera podido decir que no se basaba en la Sola Scriptura. Al fin y al cabo él no había tenido visiones anti-escriturales ni se le había ocurrido escribir un libro “inspirado". Todo lo que estaba haciendo era seguir el patrón protestante. Un poco de aquí, esta doctrina de allá, mucho de esta otra iglesia, nada de esa de allá, etc. Como no tenía, ni tiene, la calidad intelectual de un gran reformador, probablemente la iglesia cristiana Luisfernandina no se hubiera extendido más allá de las paredes de su casa en sus primeros pasos. Luego es probable que pudiera convencer a algunos vecinos o amigos para que se unieran en su camino. Quizás, con suerte y algo de tiempo, podría haber llegado a ser una iglesia importante dentro del mundo evangélico de Madrid, cosa no muy difícil dado lo poco prolíficos que son los evangélicos en esta ciudad. Desde luego, para muchos esa iglesia habría sido usada por Dios para sacar a algunos católicos de las garras de la “Gran Bestia". Como quiera que esos muchos niegan que haya muchas posibilidades de que los católico-romanos sean salvos, para ellos la iglesia cristiana Luisfernandina habría ayudado a “nacer de nuevo” a esos católicos o a muchos españoles desengañados con el catolicismo.

Pero resulta que Luis Fernando empezó a preguntarse hasta qué punto era lógico que él viviera una fe en base a su propia sabiduría. Por supuesto, a él no le hacía ninguna gracia el tener que plantearse la opción de que una Iglesia de dos mil años estuviera mucho más cerca de la verdad que lo que él jamás llegaría a estar por muchos años que viviera. Llegó el día en que Luis Fernando se dio cuenta que la Iglesia es la columna y baluarte de la verdad (1 Tim 3,15) y la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Ef 1,23). También vio que el llamamiento del Señor es a la humildad y la mansedumbre, a guardar la unidad del Espíritu en el vinculo de la paz. El Señor es el que dijo aquello de un cuerpo y un Espíritu, un Señor, una fe, un bautismo y un Dios y Padre de todos (Ef 4,1-6). ¿Hay algo de eso en el espíritu de la Reforma? algunos pueden creer que sí, pero Luis Fernando llegó al claro convencimiento de que NO. Él todavía era protestante pero se había dado cuenta que ochocientas mil diferentes denominaciones no podían ser la seña de la unción del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Como quiera que Luis Fernando, con todos sus fallos y sus defectos, era un cristiano sincero, empezó a orar a Dios para pedirle dirección para su vida. Y Dios se la dio. Fue leyendo una frase de San Ambrosio cuando se dio cuenta que los escritos de los primeros cristianos no eran meramente una fuente de datos sobre los que basar un argumento dialéctico en las disputas teológicas. La frase era “A Dios no le complace salvar a su pueblo a base de dialéctica". Pocas frases han causado jamás en Luis Fernando el impacto que esas breves palabras de San Ambrosio. Fueron como un grito del cielo que derribó todos los cimientos protestantes que quedaban en pie en el alma de Luis. Y Luis Fernando, el protestante, empezó a morir.

Inmediatamente Dios le guió a nuevos pastos. ¿Dónde estaban esos nuevos pastos? En las sendas antiguas (Jer 6,16). Luis Fernando emprendió el viaje hacia la Iglesia de Cristo que conserva el espíritu de unidad desde hace dos mil años. Aunque para Luis Fernando hubiera sido más fácil el acercarse a su Iglesia Madre, la católica y romana, se dio cuenta que esa Iglesia se separó de sus hermanas hace casi mil años por querer imponer su criterio en base a una autoridad que sólo podía residir en las decisiones de TODA la Iglesia unida y no en una parte de Ella, por muy importante que fuera. Además, esa Iglesia separada había creado dogmas nuevos en el último siglo y medio que contradecían la Tradición del primer milenio de la cristiandad. Por tanto, a Luis Fernando no le quedaba más remedio que dirigir sus pasos hacia la Iglesia que ha permanecido inalterable en estos últimos mil años. Sólo Dios sabe bien lo difícil que le resultaba a Luis el unirse a una Iglesia con la que no estaba de acuerdo en cosas bastante importantes. Sólo Dios conoce la angustia que se cernía sobre el alma de Luis. Pero él pidió ayuda a Dios y Dios se la dio. Dios le enseñó que tenía que morir a sí mismo, que tenía que rechazar a ser él quien decidiera qué está bien o qué está mal en una Iglesia que hunde sus raíces en la era apostólica.

Luis Fernando supo muy bien que no le iba a ser fácil “encajar” en esa Iglesia, pero Dios le ayudó a entender que Él moraba en medio de Ella. En apenas unos pocos cultos litúrgicos, él pudo tocar el cielo con sus manos, pudo entender que no hay separación real entre la Iglesia de Cristo que peregrina sobre la tierra y la Iglesia de Cristo que ha llegado ya a su destino en el cielo. Por supuesto, Luis Fernando no entiende TODO en esta nueva etapa de su vida. Pero ha aprendido que es mucho más importante hacer la voluntad de Dios y unirse a su Iglesia que permanecer en un espíritu constante de protesta y de búsqueda en solitario de la verdada expresada en la Palabra de Dios. Ahora puede confiar en que el Espíritu Santo que guió a la Iglesia en Jerusalén (Hechos 15) cuando todavía no existía el Nuevo Testamento, fue también el que guió a su Iglesia para interpretar toda la Palabra de Dios. De esa forma, Luis Fernando ha conseguido una doble bendición. Se ha liberado del virus que corroía su alma y ahora descansa en los brazos de Aquella que es la Plenitud de Aquel que Todo lo llena en todo. No más yo sino Cristo en mí. Y la Iglesia es el Cuerpo de Cristo.

Dios os bendiga y os ayude en vuestro peregrinaje por esta vida

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He querido mantener la parte en la que explicaba las razones por las que en un primer momento me incliné por Bizancio y no por Roma. La evolución hacia el catolicismo fue rápida y en la misma hubo dos claves: Newman y Lourdes. Del primero aprendí que el desarrollo del dogma es característica fundamental de la Iglesia de Cristo. Dicho desarrollo se quedó estancado en los ortodoxos cuando se separaron del sucesor de Pedro. Y de Lourdes, ya he explicado en otras ocasiones el impacto que supuso para mi vida. De hecho, a los diez minutos de escribir el mensaje que acabáis de leer, escribí este otro:

Os comunico que mañana salgo a primera hora de viaje hacia el sur de Francia. No estaré de vuelta hasta el lunes por la tarde. Por tanto, hasta entonces no podré responder a vuestros comentarios.

Os pido vuestras oraciones para que el viaje se me de bien. Es un viaje muy especial por lo que supone para mi madre. Hace dos semanas nos hemos enterado de que tiene cáncer de hígado y este viaje es algo que yo la debo desde hace tiempo.

Lo que me ocurrió en ese fin de semana, lo podéis leer aquí