La integridad moral cristiana frente al helenismo.
En el cristianismo el hombre íntegro es el hombre de bien, en el que su alma es bella y digna de ser honrada porque es virtuosa. Pero, a diferencia de los griegos, en el cristianismo, la virtud misma no es digna de honra sino en cuanto dirige el bien hacia Dios.[1] En efecto, en el cristianismo la virtud no es el bien supremo como lo era para los griegos. Porque el cristiano considera el acto humano o acto moral calificándolo como bueno o malo de un modo muy distinto al griego.
El cristianismo recoge de Aristóteles que, el acto humano, que el cristiano llama pecado es, en primer lugar, un acto vicioso o que se opone a la virtud. Según Aristóteles, las virtudes son hábitos o cualidades estables buenas que permiten a los que las poseen obrar conforme a su naturaleza. [2] Para Aristóteles, una cosa es buena en cuanto es lo que debe ser para satisfacer las exigencias de su naturaleza. El bien exige obrar conforme a lo que se es. En eso consiste obrar bien o hacer el bien. Un acto humano es bueno o virtuoso en cuanto es conforme a la naturaleza del que lo realiza. De esto, el cristianismo recoge el hecho de que el pecado, la maldad y el vicio se oponen a las virtudes. El pecado es un acto vicioso porque es un acto contrario al orden que la naturaleza prescribe. Santo Tomás lo concibe como un acto malo que es el resultado de un vicio y que es una carencia de perfección conforme a lo que la naturaleza prescribe. Por eso, el pecado para Santo Tomás es contrario a la virtud.[3]
De modo que, Aristóteles concibió la virtud y el vicio como un acuerdo o desacuerdo con la naturaleza y esto fue asumido por el cristianismo, pero superado grandemente con Santo Tomás. Para comprender esta diferencia, hay que recordar que para Aristóteles la naturaleza es lo que coloca a un ser en su especie propia, y por consiguiente es su forma. Y la forma para Aristóteles es el alma que razona. De tal suerte que lo que en Aristóteles confiere a la naturaleza su carácter de humano es la razón. Por eso lo que va conforme a la naturaleza, en Aristóteles equivale a decir que es lo que concuerda con la razón. En cambio, el mal moral, pecado o vicio del que deviene el pecado son faltas a la racionalidad en el acto o en el hábito. De esto Santo Tomás recoge que la virtud es lo que hace bueno al hombre que la posee o lo que hace buena la obra que el hombre realiza, haciéndole capaz de obrar conforme a su naturaleza, es decir, según la razón.[4] Sin embargo, estas afirmaciones de Aristóteles y del helenismo, ya no habían sido suficientes para los cristianos en cuanto no contienen ninguna relación entre la voluntad del hombre y la de Dios. En el cristianismo lo fundamental es que las naturalezas se deben a Dios y por lo mismo cuando se apartan de sus esencias faltan a la ley que Dios estableció cuando las creó.[5] El cristiano no puede hacer a un lado a Dios limitándose al orden de la naturaleza. Para el cristiano la rectitud de la voluntad en el hombre se concibe en su concordancia con la voluntad de Dios a la vez que con la razón. En el cristianismo, la rectitud de la razón humana es ajustarse a la ley de Dios. Se trata de la razón que juzga conforme a la ley que Dios estableció en la naturaleza.[6] Esto sucede porque, la regla objetiva de la conciencia moral cristiana es la ley divina. El hombre, creado por Dios, está orientado hacia Dios como su fin sobrenatural, y de ese modo su inteligencia y su voluntad están sometidas a lo que ordena la revelación y a las mociones de la gracia. Y aquí hay una distancia muy grande con el pensamiento griego porque, si bien la ley natural de la razón no es más que la ley eterna descubierta por el hombre, la ley natural de la razón no se reduce a las prescripciones de la razón natural. Lo que Dios ordena y prohíbe al hombre es mucho más de lo que su razón le prescribe o le prohíbe. Ambas cosas, lo que Dios ordena y prohíbe y lo que la razón prescribe o prohíbe al hombre, coinciden en muchas cosas sobre todo porque el fin natural del hombre se ordena al sobrenatural, pero no son lo mismo. La ley eterna está muy por encima de la razón humana. De aquí se sigue una diferencia muy grande que consiste en que la Filosofía pagana defina el mal moral como lo que se opone a la razón, mientras la Filosofía cristiana lo ve como un pecado, es decir, como una ofensa a Dios.[7] El filósofo cristiano no puede conformarse con el plano meramente intramundano porque el mal moral va mucho más allá. Para el cristiano desobedecer a la razón que juzga conforme a la ley establecida por Dios en la naturaleza, es desobedecer a Dios y por eso, para el cristiano todo pecado es una prevaricación.[8] Para el cristiano, la conciencia moral está sometida a la ley natural moral establecida por Dios. Todo esto supera por mucho la visión Aristotélica. Aristóteles no trasciende el ámbito del juicio de la razón, por eso lleva implícito el hecho de que la maldad tiene relación directa con la ignorancia a la manera socrática. Para Aristóteles todo hombre malo es ignorante de aquello que debería hacer o evitar. La injusticia y la maldad depende de un error del intelecto, o más precisamente de un error inicial de juicio.[9] Para Aristóteles, la maldad y la injusticia radical presuponen siempre el error inicial de la razón.[10] La maldad moral depende de la presencia de un vicio o cualidad estable que es la causa de las acciones defectuosas. Para Aristóteles se pueden cometer injusticias sin ser injusto y maldades sin ser malo, pero tener el juicio erróneo y la voluntad desordenada hasta ser capaz de elegir el mal es ser perverso o injusto. Para él, la virtud es el hábito razonable que nos hace capaces de alcanzar la felicidad, mientras el vicio es el hábito desrazonable que nos aleja de ella. En Aristóteles no hay más ley que la del hombre. Pero, además la felicidad Aristotélica es muy relativa, porque consiste en la vida virtuosa que se vincula con el éxito y el fracaso en este mundo. El Primer Motor inmóvil no es legislador porque no es creador. Sigue su curso sin producir leyes que dirijan. Para Aristóteles y el helenismo, no hay más dicha que acompañe al bueno que una felicidad intramundana sin cielo y sin un Dios personal y creador, ante el cual arrepentirse, y sin más consecuencia que la infelicidad mundana. Al Primer Motor aristotélico no le interesa la vida moral del hombre ni las consecuencias que esta pueda tener.
En lo que se refiere a Platón, las cosas son distintas, los dioses son los autores y gobernantes de la naturaleza. Ellos gobiernan el mundo por medio de leyes. Su postura se parece al cristianismo porque para él hay un orden moral definido por un orden divino, en el que no hay diferencia entre obedecer a los dioses o a la parte inmortal de nuestro ser.[11] Sin embargo, como vemos, el universo de Platón está sometido a una pluralidad de dioses que lo organizan pero que no lo crean, es decir, su universo no depende totalmente de su autor. El mal moral platónico es una violación de la ley establecida por el dios del que se hace intérprete el arte del legislador humano. La diferencia también radica en que las leyes que rigen a los Estados dependen también del azar y de la oportunidad que junto con ese dios gobierna todos los negocios humanos.[12] Se trata de un universo que no es creado y en el que la ley divina no reina como sucede en el universo cristiano, porque al no ser creado, el universo platónico está entregado a sí mismo. Se trata del reino de una providencia rodeada de sanciones establecidas para asegurar el respeto a sus decretos. Una justicia que recompensa a los buenos y castiga a los malos, pero como una ley impersonal. La recompensa es vivir como justo entre los justos. La vieja ley es que lo semejante ama a su semejante y eso basta para que reine el orden de los seres a quienes gobierna. Si se desvían, sus desvíos no trascienden a Dios, ni siquiera a la Justicia que no tiene responsabilidad sobre el hombre. El dios platónico y la justicia platónica no son responsables de lo que el hombre haga o deje de hacer.
El cristianismo es muy diferente porque en él, la ley divina se identifica con la inteligencia de Dios y por tanto es idéntica a Dios. Se trata de una ley por la que todas las cosas son creadas y gobernadas. El Dios cristiano es un Dios creador cuya ley eterna es Él mismo y cuya razón gobierna y mueve todas las cosas así como las ha creado.[13] Como vemos, la distancia entre la ley moral cristiana y la ley que propone Platón es muy grande. La ley eterna que coincide con la Sabiduría de Dios, atrae hacia sí todas las cosas que ha creado. Todo lo creado participa del ser de Dios de modo que la norma de su actividad está en la estructura misma de su ser. Por eso podemos decir que, en el cristianismo, la ley natural es a la ley eterna, lo que el ser es al Ser. Dios creador es fuente y causa de toda legislación natural, moral y social.[14] Pero además, el hombre es capaz de conocer racionalmente la ley eterna y de dirigirse a ella.[15] El orden de la naturaleza es una participación a la ley divina que lo crea y por eso todo lo que va en contra de la ley divina es un vicio.[16] Pero este vicio no se limita a trastornar un orden establecido en la materia por un Demiurgo, sino que al oponerse al orden establecido por Dios para el mayor bien del hombre, éste niega y destruye en sí mismo el fin que Dios se ha propuesto al crearlo. Este es el sentido en el que el cristiano considera el pecado como una ofensa a Dios. Porque Dios creó al hombre con el fin más noble que es Dios mismo, y con el pecado, el hombre rechaza y destruye lo que Dios se ha propuesto. En el fondo el pecado extermina la vida moral del hombre que fue creado para la bienaventuranza eterna. Por eso el pecado es un desprecio y un rechazo del plan de Dios.
Aristóteles no pudo vislumbrar esto, porque no concibió una ley natural creada por Dios. Tampoco Platón concibió el mal moral como algo contra la obra de Dios. Por eso, para el cristiano, aunque ontológicamente, nada de lo que hacemos puede herir a Dios formalmente, el que obra mal obra contra un Dios personal que le trasciende, de ese modo destruye lo que Dios mismo ha creado. No es Dios el que se afecta con el pecado, sino el hombre, o en su caso el ángel que opta por el mal. Dios no fracasa, ni el hombre o el ángel pueden cambiar el cumplimiento de la Voluntad de Dios. De hecho, el hombre o el ángel no pueden faltar al orden establecido por Dios, sino en la medida que Dios se los permite. Es el hombre o en su caso el ángel, quien se hace enemigo de Dios por el pecado haciendo necesaria la sanción. Aunque hay que considerar que muchas veces la ignorancia o la debilidad atenúan la gravedad de su pecado. Pero cuando el hombre opta por el pecado con conocimiento de causa y con dominio de su voluntad, desprecia a Dios en cuanto se niega a reconocerle, es decir, a darle gloria formalmente y eso es una grave ofensa a Dios.[17] Con eso el hombre se excluye de la gloria de Dios. A Dios no le resta nada, el que pierde es el hombre al rebelarse contra Dios.
Aquí se ve la distancia tan grande de la integridad moral cristiana respecto a la integridad moral griega, porque para el cristiano, las infracciones graves a la ley natural que es ley divina, cuando se hacen con conocimiento y voluntad, adquieren un sentido muy distinto al que tiene la moral griega. Es tal la gravedad del pecado por la desproporción tan grande que hay entre Dios y el hombre que por eso en el cristianismo sólo Dios ha podido remediarla. En el cristianismo el pecado es un atentado contra el orden establecido por Dios, de modo que el hombre ya no puede restituirlo porque él no lo ha creado. Sólo Dios puede dar al hombre lo que perdió, porque Dios es quien se lo había dado. No hay fuerza humana que salde la infinitud de la ofensa. En el cristianismo ya no se trata de virtudes ni de méritos, sino del orden de la gracia o don gratuito de Dios que restituye al hombre por su infinita bondad.
Los griegos pensaron que el hombre puede llegar a ser justo ejercitándose para obrar bien. Pero el cristiano es consciente de que la ofensa a Dios destruye al hombre al colocarlo al servicio del demonio en lugar de al servicio de Dios. Por eso cae en la cuenta que la restitución del pecado requiere de la gracia.[18] Porque el mal moral destruye la imagen de Dios en la obra de la creación con todas sus consecuencias y por eso es consciente del precio infinito que es necesario saldar para restaurarla.
[1] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., II-II, q.145, a.1, ad.2.
[2] Cfr. Aristóteles. Phys., VII, c.III, lect. V.
[3] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.71, a.1, Resp.
[4] “Sed considerandum est quod natura uniuscujusque rei potissime est forma, secundum quam res speciem sortitur. Homo autem in specie constituitur per animam rationalem. Et ideo id quod est contra ordinem rationis, proprie est contra naturam hominis, inquantum est homo; quod autem est secundum rationem, est secundum naturam hominis, inquantum est homo: Bonum autem hominis est secundum rationem ese, et malum hominis est praeter rationem ese, ut Dionysius dcit, IV c. De Div. Nom (lect. XXII). Unde virtus humana, quiae hominem facit bonum et opus ipsius bonum reddit, intantum est secundum naturam hominis, inquantum convenit rationi; vitium autem intantum est contra natura hominis, inquiantum est contra ordinem rationis”. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.71, a.2, Resp.
[5] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.71, a.2, ad.4.
[6] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.71, a2, a.4.
[7] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.71, a.6, ad. 5.
[8] “Loquimur autem nunc de actibus hominis; unde bonum et malum in activus, secundum quod nunc loquimur, est accipiendum secundum in quod est proprium hominis inquantum est homo. Haec autem est ratio, unde bonum et malum in actibus humanis consideratur secundum quod actus concordat rationi informatae lege difina, vel naturaliter, vel per doctrinam, vel per infusionem; unde Dionysius ait (IV cap. De Div. Nom), quid animae malum est praeter rationem ese, corpori praeter naturam”. Aquino, Tomás de. De Malo, II, 4, Resp.
[9] “Todo malo es ignorante de lo que debería hacer y de aquello de lo que debería abstenerse; por culpa de un error de ese género nos hacemos injustos y, generalmente hablando, malos.” Aristóteles. Ética Nicomaquea, III, 1, 1110b 28-30.
[10] Cfr. Aristóteles. Ética Nicomaquea, V. 8, 1135 b 11-25.
[11] Cfr. Platón. Leyes, IV, 713 D.
[12] Cfr. Platón. Leyes. IV, 709 B.
[13] “Sed contra est quod Augustinus dicit, in I De lib. Arbit., cap. VI; lex aeterna est summa ratio, cui Semper obtemperandum est. Respondeo dicendum quod, sicut in quolibet artífice praeexistit ratio eorum quae constituuntur per artem, ita etiam in quolibet gobernante oportet quod praeexistat ratio ordinis eorum quae agenda sunt per eos qui gubernationi subduntur. Et sicut ratio rerum fiendarum per artem vocatur ars vel exemplar rerum artificiatarum, ita etiam ratio gubernantis actus subditorum, rationem legis obtinet, servatis aliis quae supra (q.90) ese diximus de legis ratione. Deus autem per suam sapientiam conditor est universarum rerum, ad quas comparatur sicut artifex ad artificiata, ut in Primo (q.14, a.8) habitum est. Es etiam gubernator ómnium actuum et motionum quae inveniuntur in singulis creaturis, ut etiam in Primo (q.103, a.5) habitum est. Unde sucut ratio divinae sapientiae, inquantum per eam cuncta sunt creata, rationem habet artis vel exemplaris vel ideae, ita ratio divinae sapientiae moventis omnia ad debiturm finem obtinet rationem legis. Et secundum hoc, lex aeterna nihil aliud est quam ratio divinae sapientiae, secundum quod est directiva ómnium actuum et motionum”. Aquino Tomás de. S.Th., I-II, q.93, a.1, ad. Resp.
[14] Prov. 8, 15; Salmo 148, 6; Prov. 8, 29.
[15] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.93, a.6. Resp.
[16] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., II-II, q.142, a.1, Resp.
[17] Cfr. Aquino, Tomás de. In II Sent., 42, 2,2, q.3, sol.2.
[18] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.87, a.5, Resp.
2 comentarios
El Helenismo es una de las verdaderas religiones y doctrinas creadas de acorde al modelo del ser humano.
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