El monoteísmo cristiano frente al helenismo.
Aun con los invaluables elementos que la Filosofía griega aportó a la demostración racional de la existencia de Dios y la comprensión de la esencia divina, podemos afirmar con toda seguridad, que no existe sistema alguno en la Filosofía griega que promulgara un Dios único del que depende el universo entero. Es un hecho fácilmente observable, que la Teología natural griega nunca pensó eliminar el politeísmo. El pensamiento griego no superó el politeísmo ni siquiera en los colosos Platón y Aristóteles. Otra cosa es que los planteamientos de Platón y Aristóteles hayan aportado elementos muy importantes a la especulación cristiana. Sin embargo, el dios platónico[1], no elimina los dioses ni el carácter divino del mundo, es uno de tantos dioses y por lo mismo no puede decirse que sea el Dios cristiano.
En lo que se refiere a Aristóteles, hay evidencia de que tampoco salió del politeísmo, tal y como lo muestra su testamento en el que pide que la imagen de su madre fuera consagrada a Deméter y que en Estagira, erigieran dos estatuas de mármol que había prometido a los dioses, una a Zeus Sóter y la otra a Atenea Soteira. Es muy sorprendente el hecho de que, habiendo alcanzado los principios y fundamentos para alcanzar el monoteísmo, Aristóteles no lo haya hecho. Pero es evidente que no desarrolló hasta sus últimas consecuencias, los principios tan profundos e importantes que él había descubierto. El motor inmóvil separado está muy lejos de ser el Dios de la Biblia. Esto se ve porque la substancia inmaterial, separada, eterna e inmóvil de Aristóteles, deja abierto el saber si es una o más de una y acaba por afirmar que bajo el primer motor debe haber cuarenta y nueve o hasta cincuenta y cinco motores todos separados, eternos e inmóviles.[2] Por todas partes hay evidencias de que los griegos no pensaron en la existencia de un solo Dios. Los filósofos griegos nunca supieron cuántos dioses hay, porque no alcanzaron la claridad necesaria para percatarse que es imposible admitir más de un sólo Dios. Aunque sus divinidades son jerárquicas, no hay una exclusividad del término dios para un Dios supremo. Platón nunca dice que el “ser universal” que propone sea Dios. Para Platón el ser más divino es el ser más ser, pero eso es inaceptable para un cristiano puesto que no puede haber grados de divinidad. Para Platón, donde hay más ser hay más divinidad como si se tratara de una divinidad difusa en los seres, principalmente en las ideas.
Volviendo a Aristóteles, se ve que, de algún modo, comprendió que Dios es el que merece el nombre de ser por excelencia. Pero su politeísmo le impidió concebir lo divino como algo más que el atributo de una clase de seres. Aunque en él ya no se ve que todo lo que es, es divino, su Primer Motor inmóvil es el más divino y el más ser de los seres, de modo que sigue siendo uno de los seres. En su teología siempre está presente una pluralidad de seres divinos. Para Aristóteles, el ser necesario es siempre una pluralidad de seres. Además, los atributos del dios de Aristóteles son los del pensamiento que se piensa, es decir, se limitan a los del pensamiento puro. No es el ser sino el pensamiento puro. Cosa inadmisible para el cristianismo en el que el primer nombre de Dios es Ser tal como se presenta a Moisés.[3] En el cristianismo, el Ser designa la esencia de Dios pues en Él la esencia es idéntica a su Ser.[4]
Es Dios quien dice a Moisés que es el Ser, el acto puro de ser que excluye todo no ser. En el cristianismo no se trata de un concepto sino del acto absoluto del ser en su pura actualidad y por tanto perfecto e infinito, dotado de una suficiencia absoluta, perfección absoluta existida, no recibida.
La Idea de Bien de Platón[5] no alcanza sino un inteligible como fuente de todo ser y de toda inteligibilidad. Sin embargo, esa primacía del bien exige la subordinación del ser al bien, lo cual entra en contradicción con el pensamiento cristiano cuya primacía es del ser. La perfección de Dios en el cristianismo es la del ser en cuanto ser; Dios no es porque es perfecto, sino que es perfecto, es decir, bueno, porque es y por eso es infinito, no tiene límites. Es eterno porque el ser es su esencia que lo hace necesariamente inmutable en cuanto nada puede añadírsele ni quitársele.
La primacía del bien de los griegos trajo como consecuencia que concibieran la infinidad como imperfección en cuanto suponía un continuo devenir, un irse actualizando que no termina nunca. Fue hasta el cristianismo que se declaró la primacía del ser, subordinándose el bien al ser. El bien quedó como una propiedad trascendental del ser del que no es sino un aspecto aun cuando su distinción sea sólo de razón. Dios Es, y de su Ser se sigue su infinitud como una de sus características principales. En el cristianismo la primacía del Ser de Dios se sigue también que es incausable porque existe necesariamente.
Es patente que cuando Santo Tomás de Aquino habla de Dios utilizando el lenguaje de Aristóteles, está lejos del pensamiento aristotélico. Porque el acto puro del peripatetismo lo es sólo en el orden del pensamiento, mientras que el de Santo Tomás, lo es en el orden del ser, de donde se sigue que es infinito y perfecto.[6] Para Aristóteles lo infinito no es aquello fuera de lo cual no hay nada más, sino aquello fuera de lo cual siempre hay algo.[7] En cambio para Santo Tomás, lo infinito es aquello fuera de lo cual no hay nada y por eso el verdadero nombre de Dios es Ser.[8] La plenitud de la actualidad de ser de la que se deriva la infinitud de Dios fue desconocida por Aristóteles y por los griegos. La primacía metafísica del ser fue algo que no alcanzaron los griegos aun cuando estaba implícito en los principios que habían descubierto. La identidad entre la esencia y el acto de ser de Dios y sus derivaciones es una aportación del cristianismo a la Filosofía.
[1] Cfr. Platón. Timeo, 41, A-C.
[2] Cfr. Aristóteles. Metafísica XII,8; Física VIII,6.
[3] Cfr. Éxodo, III,14.
[4] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.13, a.11.
[5] Cfr. Platón. La República 509 B.
[6] Cfr. Gilson, Étienne. El espíritu de la Filosofía Medieval. Rialp, Madrid, 2009, p.65.
[7] Cfr. Aristóteles. Física, III, 6, 206, b 23.
[8] Cfr. Aquino, Tomás de. Compendio de Teología, I, cap.XX.
4 comentarios
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El principal problema del hombre de hoy justo es prescindir de la Metafísica, es decir, de la ciencia más importante para comprender la realidad concreta. Por eso vive en el relativismo, en el agnosticismo, en el ateísmo, destruyéndose a sí mismo y todo lo que le rodea. Esa es la fuente de todos los problemas y de todas las depresiones.
Concreto: 1. adj. Dicho de un objeto: Considerado en sí mismo, particularmente en oposición a lo abstracto y general, con exclusión de cuanto pueda serle extraño o accesorio.
No existe la ciencia de lo concreto, sólo de lo general, y la más universal de las ciencias es precisamente la metafísica. Las ciencias no pueden servir para comprender realidad concreta y particular porque la desprecia.
Sin ánimo de ofender, pero está muy pez en estos temas filosóficos.
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Todo el conocimiento humano es universal, porque es a base de conceptos universales. Pero es de ese modo como el hombre conoce la realidad concreta; partiendo de la abstracción.
La Metafísica es ciencia de lo concreto, porque el ser no es abstracto, sino concreto. El ser se da en los entes concretos que existen. En Dios y en las creaturas. El ser no es algo separado y universal que exista como en un topus uranus. El ser que es objeto de la Metafísica, es el ser de los entes. Lo más perfecto que hay en cada cosa, gracias a lo cual existe.
La verdad es el mejor antídoto contra la depresión porque apuntala la certeza, los libros de autoayuda, sin embargo, no sirven para nada. La depresión va in crescendo, luego la pérdida de la verdad produce inseguridad. Eso no quiere decir que el hombre no inquiera, o que no dude, pero si vive instalado en la duda caerá en la depresión sin lugar a dudas por mucho reiki que haga.
El metro-patrón no puede ser sustituido por ninguna medida al gusto de cada cuál o no podremos entendernos entre nosotros. Esa advertencia ya está en la Biblia con lo que pasó en el zigurat de Babel.
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