(RV/InfoCatólica) Rememorando en numerosas ocasiones la visita del Venerable Papa Juan Pablo II a esta misma Sinagoga el 13 de abril de 1986, Benedicto XVI ha recordado el patrimonio común que une a cristianos y judíos: rezamos al mismo Señor, tenemos las mismas raíces, pero a menudo permanecen desconocidos los unos de los otros. “Depende de nosotros –ha dicho el Papa- en respuesta a la llamada de Dios, trabajar para que permanezca siempre abierto el espacio del diálogo, del respeto recíproco, del crecimiento, de la amistad, y del testimonio común frente a los desafíos de nuestro tiempo, que nos invitan a colaborar por el bien de la humanidad en este mundo creado por Dios, el Omnipotente y Misericordioso”.
Evocando su peregrinaje a Tierra Santa, y a Estados Unidos donde visitó la Sinagoga de Nueva York, el Santo Padre ha recordado cómo la Iglesia “ha deplorado la falta de sus hijos e hijas, pidiendo perdón por todo lo que haya podido favorecer de algún modo en el antisemitismo y antijudaísmo. ¡Qué estas llagas se sanen para siempre!”.
Analizando los acontecimientos del siglo XX que marcaron la historia, el Papa ha calificado este periodo cómo “una época realmente trágica para la humanidad”. El drama de la Shoah representa, entre las guerras y los odios del periodo, “el vértice de un camino de odio que nace cuando el hombre se olvida de su Creador y se pone a sí mismo en el centro del universo”.
En este sentido el Papa ha evocado su viaje a Auschwitz. Ante esta tragedia, mucha gente permaneció indiferente, ha explicado Benedicto XVI, señalando que al mismo tiempo, muchos católicos reaccionaron con valentía sacrificando sus propias vidas. “También la Sede Apostólica –ha evocado el Papa- desarrolló una acción de socorro, a menudo escondida y discreta. La memoria de estos hechos nos tiene que empujar y reforzar los lazos que nos unen para que crezca la comprensión, el respeto y la acogida”.
En su denso discurso el Pontífice ha señalado la cercanía y fraternidad espiritual entre cristianos y judíos a través de la Sagrada Biblia. En concreto el Papa se ha detenido en la centralidad del Decálogo –las “Diez Palabras”, los “Diez Mandamientos”- que constituyen la estrella polar de la fe y de la moral del pueblo de Dios.
Las “Diez Palabras” piden reconocer al único Señor, contra las tentaciones de construirse otros ídolos. “En nuestro mundo –ha explicado el Santo Padre- muchos no conocen a Dios o lo consideran superfluo, sin relevancia para la vida; se han fabricado otros dioses nuevos a los que el hombre se inclina. Despertar en nuestra sociedad la apertura a la dimensión trascendente, testimoniar al único Dios, es un servicio precioso que los Judíos y Cristianos pueden ofrecer unidos”.
Asimismo las “Diez Palabras” evocan el respeto, la protección de la vida, contra toda injusticia y sobre todo, reconociendo el valor de cada persona humana creada a imagen y semejanza de Dios. “Testimoniar juntos el valor supremo de la vida contra todo egoísmo, es ofrecer una importante contribución por un mundo en el que reine la justicia y la paz, el ‘shalom’ deseado por los legisladores, por los profetas y sabios de Israel”.
Por último, Benedicto XVI ha recordado cómo esas “Diez Palabras” también promueven la santidad de la familia. “Testimoniar que la familia es la célula esencial de la sociedad y el contexto de base en el que se aprenden y se ejercitan las virtudes humanas –ha dicho el Papa- es un precioso servicio que ofrecer para la construcción de un mundo con el rostro más humano”.
Agradeciendo las palabras recibidas en esta visita, el Santo Padre ha concluido su discurso pidiendo la paz y elevando al Señor un agradecimiento por el encuentro de hoy, pidiéndole que Él refuerce nuestra fraternidad y haga más sólida nuestro entendimiento. “¡Aleluya! ¡Alabad a Yavéh, todas las naciones, celebradle, pueblos todos! Porque es fuerte su amor hacia nosotros, la lealtad de Yavéh dura por siempre” (Sal 117).