(Zenit/InfoCatólica) Casi 200 sacerdotes católicos de distintos países europeos se encontraron en Kisvárda para participar en la 17.ª edición del Campeonato Europeo de Fútbol Sala de Sacerdotes.
Este evento anual tuvo lugar del 10 al 14 de febrero. Durante una semana, clérigos de 14 naciones se enfrentaron en la cancha mientras compartían experiencias de fe y vocación. En esta edición, Polonia se alzó con la victoria tras una emocionante final contra Eslovaquia, que se quedó con el segundo puesto. Croacia, fiel a su tradición futbolística en el torneo, obtuvo la tercera posición.
Este encuentro deportivo, considerado uno de los más relevantes en el ámbito cristiano, va mucho más allá de los goles y trofeos: fomenta el fortalecimiento de lazos entre sacerdotes, el intercambio de vivencias pastorales y el diálogo sobre el papel de la fe en sus vidas.
Un evento con historia
El Campeonato Europeo de Fútbol Sala de Sacerdotes comenzó en Austria en 2003 para fomentar la hermandad y el deporte entre clérigos de distintos países. Desde entonces, se ha convertido en un evento anual itinerante.
La edición de 2023 tuvo lugar en Rumanía, y en 2024 fue organizada en Hungría por la comunidad greco-católica, con la participación de equipos de 14 países. Más allá de la competencia, el torneo es un espacio de fraternidad y fe. Como destacó el padre Žinić de Croacia: «Primero somos sacerdotes, luego futbolistas».
Más que un torneo: una experiencia de fe y cultura
El campeonato no solo se centró en los partidos, sino que también incluyó momentos de oración, misas y actividades culturales. El 12 de febrero, los sacerdotes peregrinaron al santuario mariano de Máriapócs, famoso por su icónico cuadro de la Virgen que llora. Allí, el obispo Ábel Szocska presidió una liturgia especial. Además, los participantes visitaron el primer Museo Católico Griego del mundo y la histórica Catedral de San Nicolás en Nyíregyháza.
En su homilía de apertura, el arzobispo Banach destacó que este evento trascendía el ámbito deportivo y ofrecía una oportunidad única para el encuentro fraterno entre sacerdotes de distintas realidades. «Este es un momento para que se reúnan, para comprender los desafíos, alegrías y experiencias de los demás», dijo. «Para que puedan irse no solo con medallas, sino con una fe y amistades fortalecidas». Muchos de los asistentes valoraron el torneo como un espacio de renovación, permitiéndoles desconectar momentáneamente de las exigencias del ministerio. «Este evento nos recuerda que no estamos solos», afirmó el padre Michael Semmelmayer de Austria. «Es una oportunidad para compartir, animarnos unos a otros y reafirmar nuestro sentido de pertenencia a una Iglesia que trasciende fronteras».
El fútbol como herramienta de evangelización
El entusiasmo por el torneo creció a lo largo de la competencia, con más de 1.500 espectadores presenciando la semifinal de Hungría el 13 de febrero y miles más siguiendo el evento a través de transmisiones en vivo y redes sociales. El impacto del campeonato llegó incluso hasta el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, quien envió un mensaje destacando el valor del fútbol como medio de evangelización. «Una vez le pregunté a un misionero cuál era la mejor manera de llevar a los niños a Cristo», escribió Orbán en una carta leída durante la ceremonia de premiación. «Me dijo: ‘Lanza una pelota entre ellos, juega algunos partidos y pronto podrás hablarles sobre Dios’. El fútbol, como el Evangelio, es universal: une a las personas».
El padre Daniel Kocsis, sacerdote greco-católico y exfutbolista profesional, compartió una reflexión similar. «Un sacerdote en el campo llama la atención de la gente», comentó. «Cada vez que salimos de la iglesia y entramos al campo, demostramos que somos parte de la comunidad, que vivimos y compartimos sus alegrías».
Con la victoria de Polonia, que sumó su noveno título en la historia del torneo, los organizadores ya ponen la vista en la próxima edición. Al concluir el evento, el obispo Kocsis expresó su deseo de que el impacto de esta experiencia trascienda los días de competencia. «Lo que sucedió aquí en Kisvárda es algo realmente especial», afirmó. «Rezo para que las semillas sembradas durante estos días den frutos duraderos, fortaleciendo la fe y la unidad entre todos los que participaron».