(RV/InfoCatólica) “La historia –explicó el Papa– no es el resultado de un destino ciego, o de un caso absurdo”. Al contrario en ella “obra el Espíritu Santo, que suscita un maravilloso diálogo de los hombres con Dios, su amigo y Señor”. Esta reflexión ha sido propuesta por el Papa a partir de las páginas escritas por Hugo de San Víctor, monje de esta abadía fundada en París, a principios del siglo XII por Guillermo Champeaux.
“De manera original respecto a sus contemporáneos –comentó el Pontífice– Hugo insistió sobre la importancia del sentido histórico-literal de las Sagradas Escrituras, por lo que antes de descubrir el valor simbólico y la enseñanza moral de los textos bíblicos, es necesario conocer y profundizar sobre el significado de la historia narrada por la Escritura”. En caso contrario –observó el Santo Padre, citando al monje– “se puede acabar, por ejemplo, como los estudiosos de gramática que desconocen el alfabeto”.
Para Benedicto XVI, de Hugo de san Víctor la Iglesia de hoy debería aprender a valorar “con sabiduría pastoral, los signos propios de los ritos sacramentales, cuidando atentamente la catequesis, para que la celebración de los sacramentos sea vivida por todos los fieles con devoción, intensidad y alegría espiritual.
"¡Cómo cambiaría el mundo –dijo el Santo Padre– si en las familias, en las parroquias, o en otras comunidades, las relaciones fueran vividas siguiendo siempre el ejemplo de las tres Personas divinas, que viven no solamente “con” las otras, sino “para” las otras y “en” las otras dos! Sólo el amor nos hace felices y es el amor el que cumple este incesante milagro: como en la vida de la Santísima Trinidad, la pluralidad se recompone en unidad, donde todo es complacencia y alegría”.
“La contemplación –dijo el Pontífice, citando luego a Ricardo de San Víctor, que fue alumno de Hugo– es el resultado final de un arduo camino, que comporta el diálogo entre fe y razón, es decir, un discurso teológico”, que “parte de la verdad, objeto de la fe, pero que intenta profundizar sobre el conocimiento, con el uso de la razón”. Solamente cuando el hombre alcanza el equilibrio y madurez humana en este campo, está preparado para acceder a la contemplación”, que Ricardo de San Víctor definió “una mirada profunda y pura del alma sobre las maravillas de sabiduría, asociada a un sentido estático de estupor y de admiración”.