(Fides/InfoCatólica) El religioso explica que «en la cultura congoleña, la violencia contra una mujer significa violencia contra la propia madre, porque es ella quien da la vida y educa a los hijos. Las violaciones están planeadas como una táctica de guerra por personas que conocen bien a la comunidad local. La violencia es, por tanto, la marca indeleble de una guerra sin fin. Las víctimas suelen ser niños, los más débiles y vulnerables».
«En esta zona los casos de violencia son sistemáticos», dice el padre Bernard. Según un informe de Naciones Unidas, la violencia contra las mujeres supera los 15.000 casos en un año. «Estas mujeres muy jóvenes son víctimas inocentes por partida doble, ya que después de ser abusadas, también son culpabilizadas por ese abuso lo que significa que serán rechazadas por su comunidad y quedarán abandonadas a su suerte», señala el sacerdote.
El Padre Bernard dirige, con un equipo de laicos congoleños, el Centro Nyota fundado en 1986 por las Hermanas Doroteas y que hoy sirve como escuela y refugio para 250 niñas a partir de los 11 años. «En su mayoría son huérfanas o abandonadas por sus padres y provienen de familias muy pobres. Vivían en la calle y sufrieron violencia y abuso. En el Centro reciben atención y protección. Un psicólogo les proporciona la escucha y el apoyo para ayudarlas a superar el trauma y construir una vida», explica el padre Ugeux.
Luego también hay un equipo de animadores y profesores congoleños que imparten clases de alfabetización, matemáticas, francés, educación sexual, cocina profesional y cursos de corte y costura. «La mayoría de las jóvenes usuarias no tienen documento de identidad, ni siquiera partida de nacimiento. Por eso, hemos iniciado un proceso para que puedan obtener documentos de identidad, porque sin ellos no pueden independizarse después de haber obtenido un diploma y haber aprendió una profesión», apunta el religioso. Pero la ayuda no está reservada solo para las mujeres. «También queremos apoyar una escuela vocacional para los chicos que trabajan en las minas de oro de Kamituga, en la diócesis de Uvira», explica el padre Bernard. Así, cada año 30 jóvenes aprenden la profesión de carpintero y al final del curso reciben herramientas para iniciar su propio proyecto.
La cercanía de la Iglesia a la población es concreta porque, como dice el padre Bernard, «se trata de estar presente entre las personas, de escucharlas, de ser solidario con ellas y de darles el apoyo del Evangelio». «Todos los días intentamos dar un pequeño paso juntos para alejarnos de las pesadillas del pasado y redescubrir nuevas sonrisas y esperanzas para el futuro», concluye el misionero.