(AsiaNews) «La fiesta del primer mártir, Esteban nos llama a recordar a todos los mártires de ayer y de hoy, a sentirnos en comunión con ellos, y a pedirles la gracia de vivir y morir con el nombre de Jesús en nuestros corazones y en nuestros labios». De esta manera el Papa Francisco recordó este pasado 26 de diciembre al primer mártir de la historia, cuya fiesta se celebra el día después de Navidad.
«En el alegre clima de la Navidad - dijo Francisco - esta memoria del primer cristiano asesinado por la fe podría parecer fuera de lugar. Sin embargo, desde el punto de vista de la fe, la celebración de hoy está en una sintonía con el verdadero significado de la Navidad. De hecho, en el martirio de Esteban, la violencia es derrotada por el amor, la muerte por la vida: él, en la hora del testimonio supremo, contempla los cielos abiertos y perdona a sus perseguidores» (cfr Hech 7,60).
Y continuó: «Este joven servidor del Evangelio, lleno del Espíritu Santo, supo narrar a Jesús con palabras y, sobre todo, con su vida. Mirándole, vemos que se cumple la promesa de Jesús a sus discípulos: ̏Cuando os maltraten por mi causa, el Espíritu del Padre os dará la fuerza y las palabras para dar testimonio˝ (Cfr. Mt 10,19-20). En la escuela de San Esteban, que se hizo similar a su Maestro tanto en la vida como en la muerte, nosotros también fijamos la mirada en Jesús, testigo fiel del Padre. Aprendemos que la gloria del Cielo, aquella que dura para la vida eterna, no está hecha de riquezas y de poder, sino de amor y de entrega de sí».
«Tenemos la necesidad de mantener la mirada fija en Jesús, ̏autor y perfeccionador de nuestra fe˝ (Hebr 12, 2), para poder dar razón de la esperanza que Él nos ha dado, por medio de desafíos y pruebas que debemos afrontar cotidianamente... De modo que el primer testimonio ha de ser justamente nuestro modo de ser humanos, un estilo de vida plasmado según Jesús: tierno y valiente, humilde y noble, no violento y fuerte».
«Esteban - concluyó- era diácono, uno de los primeros 7 diáconos de la Iglesia (cfr. Hech 6,1-6). Él nos enseña a anunciar a Cristo por medio de gestos de fraternidad y de caridad evangélica. Su testimonio, que culminó en el martirio, es fuente de inspiración para la renovación de nuestras comunidades cristianas. Esas comunidades están llamadas a hacerse cada vez más misioneras, todas orientadas a la evangelización, decididas a llegar a los hombres y mujeres de las periferias existenciales y geográficas, donde hay más sed de esperanza y de salvación». Están llamadas a ser comunidades «que no siguen la lógica mundana, que no se ponen a ellas mismas en el centro, su propia imagen, sino, únicamente la gloria de Dios y el bien de la gente, especialmente de los pequeños y de los pobres».
Después de la oración del Ángelus, Francisco invitó a los peregrinos que estaban en la plaza a rezar una Ave María por «el querido pueblo de Filipinas», afectado por el tifón Phanfone, que provocó numerosos muertos y heridos en las regiones centrales del país.