(Diario de Sevilla) Pablo Fernández Quintanilla entrevista al P. Miguel Ángel Jiménez:
-¿Tener contacto con los feligreses le ha ayudado a comunicar las campañas de Xtantos?
Efectivamente, porque en el mundo de la publicidad no estás hablando en la teoría ni desde un laboratorio. Tienes que tener contacto porque hablas desde lo concreto y lo real. Además, desde estas campañas siempre nos hemos preocupado de conocer lo que se hace, visitando muchas parroquias.
-¿Cuánto supone la casilla de la Iglesia en la declaración del IRPF?
El 25% de los ingresos de la Iglesia. El resto proviene de colectas, suscripciones y donativos. La mayor parte lo dedicamos a la labor social, pero también a la conservación del patrimonio. Los gastos de cada diócesis son diferentes y decide qué es más prioritario.
-En cuanto a recaudación y necesidades que se cubren, ¿se nota el final de la crisis?
Las personas que se encuentran en riesgo de exclusión social, parece, según los datos que manejamos en Cáritas, son menos. Pero yo creo que no hay que hablar de cifras, sino de situaciones concretas. La gran victoria es que un drogodependiente salga de esa situación, o que las personas que están sin hogar lo tengan gracias a esta labor. Ojalá pudiéramos hablar de éxito. Lo que yo conozco es gente muy generosa, se vuelca, incluso a pesar de la crisis.
-¿La Iglesia y otras organizaciones realizan la labor que debería hacer el Estado?
El Estado debería ser el que se preocupase de que todas las personas que formamos parte de la sociedad al menos tuvieran una forma de vida digna. Pero el hecho de que la red humana de una sociedad pueda proteger a cualquier persona que se encuentra en una mala situación es importante. Es verdad, el Estado es el responsable, pero éste no tiene derecho a abarcar tanto que la sociedad se convierta en una gran ramificación burocrática en el que el Estado controla todo. Es muy cómodo eso de que todo lo haga el Estado.
-¿Estamos ante una sociedad apática a la que le cuesta movilizarse?
Puede ser que haya una parte de la sociedad desencantada, pero en lo que yo conozco, tienen una gran sensibilidad social. Además, hay que preguntarse qué asociación tiene capacidad para movilizar a un millón de jóvenes, como ocurrió en las Jornadas Mundiales de la Juventud de Madrid. Yo no diría que estamos ante una sociedad apática. Quizás hay que reactivar un poco y decirles que merece la pena luchar por los demás, ser solidarios y comprometerse. Creo que cuando se les presenta una oportunidad, responden.
-¿Cómo se convence a la sociedad para que siga apostando por marcar la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta?
A los creyentes les digo que es una forma de ayudar a la Iglesia. Y a los que no lo son, que colaborar con nosotros reporta un beneficio social. Uno no necesita ser creyente para ayudar a los drogodependientes, para que se abran centros de mayores... Hay una inmensa labor, muy humana, que a veces no se ve. Los sacerdotes ofrecen su tiempo y su esfuerzo a los demás.
-¿Ha cambiado esa relación entre la sociedad y sus parroquias?
Me ha ocurrido como párroco. Recuerdo que casé a una chica que al año tuvo un problema. No era muy practicante, pero me dijo: «Me ocurre esto y busco a alguien que me ayude de forma desinteresada, por eso acudo a usted». ¿Conoce alguna otra institución que se siente, escuche y ayude a encontrar soluciones como la Iglesia? Eso sí, es importante que los propios feligreses se ofrezcan, cada uno de la forma en que le sea posible. No me vale ir a misa y no hacer nada por la comunidad, hay que pensar que nos tenemos que ayudar porque esa persona que lo necesita es mi hermano porque también es hijo de Dios. Históricamente, como en las novelas de Don Camilo, el cura ha sido el eje, el punto de apoyo social para creyentes y no creyentes. Toda esa labor tiene una perspectiva muy humana, y hay que hacerse consciente de ello.
-Uno de los grandes debates que ha surgido en el último tiempo es el del patrimonio inmobiliario.
La Iglesia tiene un patrimonio pero no en un sentido normal, sino que no podemos venderlo como haría cualquier propietario. Mantenerlo es un gran coste y reportamos un beneficio a la sociedad, porque en toda Andalucía hay ciudades en las que uno de los grandes atractivos turísticos es ese patrimonio. Genera puestos de trabajo, a la vez que para el creyente supone una gran riqueza espiritual. No es incompatible admirar, poniendo otro ejemplo, la Semana Santa de Sevilla, con la importancia que tiene para los creyentes.
-Uno de esos envites llegó por la titularidad de la Mezquita de Córdoba.
La Junta ya reconoció en los 90 que es una propiedad de la Iglesia. Lo es desde el siglo XV, cuando se consagró como catedral. Antes de la invasión, allí ya había una iglesia visigoda... Piensa en lo que cuesta conservarla... Nuestro patrimonio rinde mucho a la sociedad, y se lo debemos dejar a los cristianos que habrá cuando nosotros no estemos.