(National Catholic Register) Sophia Feingold entrevista al cardenal Napier, arzobispo de Durban (Sudáfrica):
Déjeme comenzar preguntándole: ¿Qué puede aprender la Iglesia en Occidente de la Iglesia en África, y viceversa?
Podría hablar de lo que hemos aprendido de vosotros, pero en términos de lo que Occidente puede aprender de África, diré algunas cosas. La primera serían las fuertes relaciones entre el sacerdote y el laicado, son mucho más reales y cercanas aquí en África de lo que son en otras partes del mundo. Considero que ello tiene que ver con el hecho que es usual que el sacerdote tenga un número elevado de puestos remotos, es decir, comunidades que debe visitar, y en la mayoría de los casos sólo puede hacerlo una vez al mes. Entonces por necesidad los ordenados tienen que contar con un número de laicos entrenados que administren esas comunidades en su ausencia, y eso significa que hay un buen intercambio de información y formación que tiene lugar entre el ministro y esas comunidades.
La segunda cosa en que creo que la Iglesia Europea podría poner atención –yo mismo veo las disputas que tienen lugar en Occidente, especialmente en torno a la Iglesia y en torno al Papa Francisco en este momento– es a las cosas molestas a las que la gente presta atención: las expresiones doctrinales no son precisas; no son correctas. Aquí en África nosotros decimos «Señores: debemos intentar sobrevivir, y necesitamos a Dios para que nos guíe en cómo sobrevivir, en cómo convertirnos en mejores personas». Entonces la urgencia de comprometerse con Dios es vivida de modo más cercano que lo que sería en Occidente.
Las tensiones raciales son todavía un problema en EE.UU. Esto se ha manifestado muy recientemente en el movimiento «Black Lives Matter» y la discusión política y social que ha creado. Dada (especialmente) su experiencia en África en los años noventa: ¿Qué diría Ud. que la Iglesia Norteamericana puede aprender en materia de reconciliación por la experiencia de la Iglesia en Sudáfrica?
Estaba por decirle que quizás la cuestión podría plantearse de manera inversa: «¿Qué podemos nosotros, aquí en Sudáfrica, aprender de la Iglesia en los Estados Unidos?» Considero que es un proceso. Lo que hemos podido hacer es concentrar todos nuestros esfuerzos en el aspecto edificador de la comunidad del plan pastoral del cual hablé ayer (en una charla en la Universidad Católica de Norteamérica) llamado «La comunidad sirviendo a la humanidad.» Esa es ciertamente una virtud que hemos desarrollado: la de cómo trabajar en hacer que la gente se sienta parte de una misma comunidad, incluso cuando provenga de diversos orígenes raciales, culturales e incluso religiosos. Creo que esa es una de las cosas que podríamos transmitir aquí.
Irónicamente, cuando hicimos eso en la arquidiócesis en la que estoy ahora, mi predecesor envió un equipo de personas a Rhode Island, dónde estaban aplicando un programa llamado «Renovar». Éste era un programa de «fe compartida» en dónde la feligresía de una parroquia era dividida en unidades menores y esas unidades debían reunirse semanalmente para reflexionar sobre material que les era suministrado. Todo apuntaba a volver real la fe en la vida de las personas. De igual manera, para implementar ese plan pastoral, el Arzobispo Denis Hurley envió este equipo de seis o siete personas aquí para que aprendieran sobre «Renovar», y luego regresaran para aplicarlo; así se fue esparciendo de una diócesis a otra. La esencia de «Renovar» es un laicado que se halla comprometido con el clero en urdir el camino hacia una fe más activa y comprometida.
Es irónico que mientas intentábamos poner en marcha nuestro propio programa aquí, el «Renovar» fue importado. Realmente hizo maravillas, otros programas incluso comenzaron a utilizar el modelo de iglesia de pequeña comunidad cristiana como forma de dar a otras comunidades el sentido de participación en su propia edificación. No debe pensarse que las únicas tensiones raciales son entre blancos y negros, también se encuentran en el interior de la comunidad negra dónde también se verifican algunas diferencias. No serán técnicamente raciales, pueden ser tribales o lingüísticas, pero en cualquier caso nosotros estábamos intentando hacer la misma cosa: lograr que se acepten como hermanos y hermanas, y el igualador es nuestra Fe en Cristo.
Dando un giro hacia el Sínodo, pero manteniéndonos en el tema de África y Occidente, una de las cosas que algunos han sugerido en el contexto de ciertas propuestas (como las del Cardenal Kasper) es que mientras que doctrinalmente la Iglesia Occidental y la Iglesia en los países en vías de desarrollo es la misma; son necesarias algunas diferencias en la práctica, por ejemplo: acerca de la comunión de los divorciados vueltos a casar. ¿Es esto posible?¿Es esto aconsejable?¿o no?
Cuando el debate tuvo lugar, el Cardenal Kasper hizo su propuesta inicial en el marco de una reunión convocada por el Papa Francisco para sentir el camino hacia adelante, en una empresa conjunta del Colegio de Cardenales y el Colegio de Obispos, como manera de reformar y renovar la Iglesia. El matrimonio fue considerado como lo principal, dado que forma la familia, y la familia es la base de la sociedad y de la Iglesia. De modo que cuando el Cardenal Kasper hizo su presentación inicial le fue bien argüido que el matrimonio es indisoluble, es uno solo, que se supone que sea fructífero, etc, etc… Esas cualidades fundamentales fueron bien enfatizadas.
Luego, cuando se trataron el divorcio y las segundas nupcias, la desintegración de la relación matrimonial, él utilizó una imagen que es muy interesante: el Matrimonio es como un navío que se ha ido contra las rocas, o en dificultades en aguas tormentosas ¿y qué hacemos cuando el matrimonio se mete en dificultades? Se envían lanchas de salvamento para rescatar a la gente del peligro en el cual se encuentran. Pensé que se trataba de una muy buena imagen: lo que estamos buscando, por lo tanto, es un bote de salvamento que ha de rescatar a esas personas en aquel matrimonio que se ha averiado. No fue tan lejos como para decir que el bote salvavidas significaba admitirlos a la Santa Comunión, pero utilizó esa imagen, y creo que fue una muy buena imagen, y he estado reflexionando en ella.
Luego, cuando llegamos al punto «Matrimonio y Comunión», bueno, si ambos son iguales, y las mismas demandas las hay para el matrimonio y para el acceso a la eucaristía en toda la Iglesia, entonces ¿cómo se puede decir que una práctica diferente puede convenir a una situación diferente como la nuestra? Porque así el primer planteamiento de África sería: «Bien, vosotros tenéis una situación distinta, vosotros tenéis matrimonios en situación irregular en Europa y queréis que la Iglesia les permita acceder a los sacramentos en esa situación irregular, ¿podríais ayudarnos con la forma en que hemos de tratar las situaciones irregulares en África? Por ejemplo: si un hombre desposa una mujer y dice que ha de tomar esa sola esposa, pero su cultura le hace tomar una segunda e incluso una tercera, ¿qué sucede si se es católico? Aquí se habrá colocado en una situación irregular en la cual tiene dos esposas al mismo tiempo, mientras que en la Iglesia Europea esto sería una situación tolerada. Por lo tanto ¿cómo pueden ser sus prácticas distintas a las nuestras si la situación es idéntica? El sentido esencial del matrimonio ha sido violado en ambos casos.
Creo que ahí es dónde se encuentra la encrucijada del problema. Diré lo siguiente: Nosotros tenemos nuestros puntos fuertes, y en Occidente tienen los suyos también. Ellos tienen una larga filosofía y teología del matrimonio mientras que nosotros tenemos la fuerte cultura y comunidad que los mantiene. Tenemos esa diferencia pero no veo que, como cristianos, como católicos, tengamos que tener dos prácticas distintas que en realidad contradicen lo básico tal cual lo hemos entendido hasta ahora, eso es que, para poder recibir la comunión, debemos estar en estado de gracia y si te encuentras en un segundo matrimonio, es dudoso que lo estés.
Hablando del Sínodo mismo, ¿qué ha conseguido y qué ha sucedido? ¿qué dejó por hacer?
Considero que lo primero que ha logrado es poner los problemas sobre la mesa de manera abierta y honesta. Ciertamente hubo una apertura y una franqueza de las cuales uno no había escuchado anteriormente y a menudo en el Vaticano. Para mí, esa fue la primera cosa que logró el Sínodo.
La segunda –en sus sesiones del 2015– fue identificar muy claramente cómo aparece el matrimonio desde el punto de vista de Cristo y cómo debemos tratar de verlo desde esa perspectiva nosotros mismos. Debemos ir directo a los fundamentos, cuando Cristo dice «esta no es la forma en que era en un principio.» Esta clara definición del matrimonio, que lleva al Antiguo Testamento y también lo refuerza con las palabras de Cristo, fue una de las cosas en las cuales el Sínodo puso énfasis. Las personas necesitaban escuchar eso, había mucha confusión surgida de algunas de las cosas que emanaron de la segunda semana del primer Sínodo.
La tercera fue que necesitábamos definir al matrimonio como una vocación, no una institución, ni un contrato, ni un acuerdo, debemos verlo como una vocación. Entonces, así visto, junto con el resto de las vocaciones, es necesario desarrollarlo, se debe formar a la gente en esa vocación. La preparación matrimonial no debería ser prepararse solamente para el día de la boda, debería ser un completo proceso de formación ¿cómo formas una relación? ¿Cómo la mantienes? ¿Cómo elevas su nivel? Esa es realmente la tercera cosa que pienso que el Sínodo logró: enfatizó la necesidad de una buena preparación matrimonial.
Una cuarta cosa fue que, mientras que siempre hemos ayudado a las personas a ingresar al estado marital, necesitamos también acompañarlas, especialmente en los primeros años de matrimonio que es dónde cada contrayente debe hacer los ajustes más serios. En primer lugar, convivir con alguien con el cual no habías convivido antes es un menudo ajuste. Mientras eso sucede pueden venir los hijos, bien, ¿cómo te posicionas? ¿Qué crees que le sucede a la relación entonces? Por eso, el acompañamiento de las parejas es otra de las claves que surgió del Sínodo.
La quinta cosa positiva pudo ser el cómo lidiar con situaciones problemáticas en las familias o en los matrimonios, ej.: un hogar llevado por los niños, un hogar de padre soltero, uniones del mismo sexo, niños que son mezclados, etc. ¿Cómo lidias con todo ello? Creo que esas han sido algunas de las cosas que han sido clarificadas en el Sínodo. Ciertamente no nos encontrábamos allí para resolverlas, dado que el tema del Segundo Sínodo fue la vocación y misión de la familia, no cómo resolver los problemas en ella.
Veo que muchas cosas positivas han emanado del Sínodo, y estoy esperando a leer lo que el Papa Francisco dirá en su exhortación, porque creo que habrá de enfatizar muchos, si no todos, los puntos que he identificado.
Entonces ¿espera la exhortación?
Sí, la espero. De todas formas, se produzca o no, ya estamos intentando aplicar estos puntos en nuestra diócesis.
Ud. habló un poco sobre la sinodalidad y la colegialidad ayer por la tarde. ¿Hay límites para ellas? ¿Hay algún momento en que el diálogo se agota, o un punto en el cual se deja de hablar para escuchar al Papa?
Creo que tenemos ambas situaciones. Tenemos un punto en el cual, respecto de ciertos temas, el Papa va a decir «Esto irá allí y es definitivo, y necesito que me apoyen en esto». Creo que es natural que eso ocurra. De la forma en que el Papa aborde la cuestión es otro tema totalmente diferente. Puede hacerlo por decreto, o puede hacerlo (como le gusta particularmente a Francisco) mediante frecuentes reuniones en dónde los temas se debaten para luego él definir el asunto. Él conoce en mayor o menor medida el sentimiento de su Colegio de Obispos, pero creo que sería un error que el Colegio decida salir en determinada dirección y Francisco en cualquier otra. Creo que eso socavaría el concepto de colegialidad.
Lo que me gusta del Papa Francisco –y creo que esta es una de las cosas que ha surgido con más fuerza– es su énfasis en la escucha. Él lo llama «escuchar», pero en realidad yo lo llamaría «consultar», y consultar seriamente, así las personas saben que sus puntos de vista están siendo sopesados. No siempre los aceptarán o seguirán, pero los están considerando constantemente, y creo que esa es una de las claves de la colegialidad y la sinodalidad.
¿Cómo debemos interpretar los comentarios recientes del Papa Francisco acerca de la utilización de la contracepción para evitar el virus zika? ¿Es similar a lo que dijo el Papa Benedicto sobre la utilización de condones en el contexto del SIDA en África?
En primer lugar, considero que debe hacerse una muy clara distinción. Acabo de leer un artículo esta mañana que no hablaba tanto de lo que el Papa Francisco dijo, sino que trataba sobre lo que una médica explicaba que el Papa había dicho.
Incluso más: el primer punto que ella tocaba era que, cuando hablamos de contracepción en términos generales, estábamos hablando de una relación a la cual ambos participantes habían ingresado libremente y que, dado que no quieren tener hijos, utilizan contraceptivos. En un caso de violación, por ejemplo, es una situación distinta. Esa podría haber sido una posible manera en que la pregunta fuera presentada a Francisco, comparando el riesgo de contagio del virus zika con la supuesta política de administrar anticonceptivos a las monjas del Congo para evitar que tuvieran hijos en caso de violación, y realmente se esperaba que fueran violadas. Esa es la segunda consideración.
Por último, debería sentarme y escuchar muy cuidadosamente a las personas que afirman que el virus zika debe combatirse con medidas contraceptivas, dado que no veo la conexión directa entre el virus y un posible embarazo con microcefalia, que amerite tales medidas. Una de las razones por las cuales tengo el problema de oponerme a dicha solución es porque creo que todos los métodos de control de la natalidad poseen un agente abortivo, y por lo tanto se me hace imposible condonar su utilización. Esta doctora decía que el Papa Francisco, al hablar de planificación familiar, se refería a la planificación natural, pero él nunca habló en esos términos, que yo sepa, todavía no he visto su texto completo. Sin embargo la interpretación de los medios fue que el papa avalaba que los anticonceptivos orales fueran repartidos ampliamente por todos lados.
Por pura coincidencia, ayer por la noche encendí mi radio y estuve escuchando una discusión en la BBC acerca de los efectos de algunos anticonceptivos. Creo que es algo así como 500… ¡5! millones de mujeres han muerto repentinamente por el uso de anticonceptivos en los últimos 25 años. Me desplomé. Por eso, cuando se habla de anticonceptivos como remedios universales se debe necesariamente suprimir una gran cantidad de información que es absolutamente pertinente.
En definitiva creo que tendremos muchas más aclaraciones acerca de lo que el Papa Francisco realmente quiso decir cuando dijo aquello.
¿Cree que hay una conexión entre el mensaje que el Papa Francisco intentará enviar en su exhortación apostólica post-sinodal, a publicarse en abril, y el Año de la Misericordia?
Con mucha claridad así será. Casi todo lo que el Papa Francisco ha hecho desde el primer día ha sido, principalmente, alcanzar a aquellos en las periferias. Ha utilizado expresiones como «La Iglesia es un hospital de campaña» ¿y dónde se encuentran esos hospitales? Los hospitales de campaña se encuentran en dónde vendrá la guerra, dónde las personas son víctimas, normalmente víctimas inocentes. También ha dicho que los sacramentos están ahí para aquellos que están enfermos y los necesitan, no están como un premio para aquellos que viven una buena vida. Por ello veo que el debate ciertamente se moverá en la dirección de cuestionarnos cómo podremos, durante el Año de la Misericordia, extender esa Misericordia de manera que la gente pueda sentir que Dios realmente está cuidando de ellos y que nosotros como Iglesia estamos tratando de encontrarlos, tratando de traerlos de nuevo para poder ponerlos en situación regular.
Considero que probablemente existe un malentendido o una sobre-simplificación acerca de que el Papa Francisco torcerá las reglas para adecuarlas a ese tipo de situaciones. No creo que suceda eso. El hecho de que haya simplificado el proceso de anulaciones recientemente es una manera de decir «Aunque no esté flexibilizando las reglas, las estoy simplificando, para hacer el proceso más efectivo y eficiente, para que pueda completarse más rápido también». Creo que esa es la manera en que se aplicará la Misericordia: usemos las reglas, usemos el Derecho Canónico para traer de vuelta a los que se han distanciado. A menudo las personas se separan solas, no son separadas por la Iglesia, es obra de ellas mismas. Traigámoslos de nuevo y superemos esos obstáculos que los han mantenido fuera.
Ya que ha hablado acerca de acompañar a la gente después de su matrimonio, a nivel práctico ¿cómo se vería eso? ¿Qué se necesita que suceda y que no está sucediendo?
Sé de ciertas parroquias en la diócesis que lo están haciendo. Lo que han hecho es designar a parejas mayores con buenos matrimonios para que acompañen a las parejas que se están preparando para el matrimonio. Es parte de la preparación pre-matrimonial. Sin embargo continuaran acompañando a la nueva pareja durante algunos años más. Creo que el sacerdote debe estar involucrado de alguna manera, no puede dejarlo todo a las parejas y decir «Bien, ellos los acompañarán». Pienso que la gente necesita al sacerdote presente, o al menos a un diácono, tenemos montones de diáconos permanentes ahora, y como están casados están en una mejor posición para hacer el trabajo. Los primeros seis o siete años después del matrimonio son cruciales, es allí donde el acompañamiento debe tener lugar. Sin embargo pueden existir otras ocasiones, tales como un cambio de status por una pérdida o cambio de trabajo, en la cuales considero que se necesita del clero y la parroquia debe estar alerta al acompañamiento que pueda necesitar esa pareja.
Muchos laicos, ciertamente, en los Estados Unidos ponen atención a la situación del matrimonio, y ven el divorcio rampante por generaciones, contracepción, pornografía, matrimonio igualitario; y dicen «¿qué podemos hacer? ¿Siquiera deseo formar una familia en este entorno? ¿Es eso posible? Y ¿qué pueden hacer los laicos para proteger el matrimonio y la familia?
Mi simple respuesta sería: ¡Vividlo!
¡Eso es muy simplista!
Ciertamente no lo es, pero si vais a vivirlo vais a encontraros con una serie de novedades. Primero, si vais a vivirlo, estáis contra la corriente y yo creo que debéis ser realmente fuertes. También creo en los movimientos como «Encuentros Matrimoniales» que fueron una moda en los años setenta (y eran realmente buenos) aunque se volvieron un poco sectarios, muy exclusivos, creo que algo por el estilo es realmente necesario. Tenemos algunos: Équipes du Notre Dame, Marriage Encounter, hay otro que ha surgido de las Filipinas recientemente, Parejas de Cristo. Estoy impulsando todos esos movimientos porque creo que algo que reúne a las personas para que puedan cuidarse unas a otras y revisar sus dificultades, resolverlas juntas, sabiendo que hay un grupo de apoyo rezando por ellos, incluso si ellos no asisten o hablan, debe ser algo muy bueno.
Creo que fue el mismísimo Papa Francisco el que dijo, el otro día, que la gente joven quiere casarse, que valoran el matrimonio. Entonces tenemos el deber de dejar en claro que estamos aquí para apoyarlos en la construcción de un matrimonio exitoso. Considero que ahí se encuentra el verdadero desafío de la Iglesia. De esta forma espero que la exhortación post sinodal aparecerá como una muy clara afirmación del matrimonio, diciendo «a pesar de esto y a pesar de aquello, esto es lo que sostenemos».
Y recordad que la sacramentalidad del matrimonio es en realidad la manera en que el esposo se relaciona con su esposa, de forma que sea reflejo evidente de como Cristo se relaciona con la Iglesia. Creo que tenemos que desarrollar la idea de sacramentalidad, porque las personas creen que un sacramento es algo que el sacerdote hace para administrarles en vez de algo para vivir ellos mismos. El hecho mismo de vivirlo muestra la presencia de Cristo en el mundo.
Traducido por Santiago Tognacca del equipo de traductores de InfoCatólica