(Portaluz)
Usted, que militó en el feminismo más laicista, ¿cómo llegó a la fe?
Soy historiadora y me atraían mucho, desde una óptica feminista, las historias de las mujeres. Las santas y las religiosas son de las mujeres más fuertes que existen. Sentía curiosidad y cayó en mis manos el Libro de la vida, de santa Teresa de Ávila. Me sorprendieron su inteligencia y su fuerza. Me di cuenta de que no había modelos así en el feminismo laico pero sí en la Iglesia. Profundicé más en el estudio de estas mujeres, pero como investigadora. Poco a poco me contagiaron su fe, y su espiritualidad tocó mi corazón. Así volví a la fe.
¿Cómo es esa mujer que descubrió?
Las mujeres que han sido importantes en la Iglesia siempre han sido «feministas», es decir, siempre han defendido la presencia de la mujer en un mundo de hombres. Hablo de Santa Teresa o de santa Hildegarda de Bingen. También he estudiado a las fundadoras de las congregaciones de vida activa y estas mujeres se emancipaban mucho antes que las mujeres del mundo laico. Comenzaron a dirigir estas «empresas», viajaban mucho cuando las mujeres laicas ni viajaban solas ni podían administrar su dinero. Es decir, tuvieron un espacio propio para afirmarse como mujeres modernas.
¿Eran feministas?
Un feminismo distinto. El feminismo en la Iglesia católica es el de la mujer que asume una responsabilidad y demuestra saber acarrear con ella. No pide ningún derecho. Ve que hay tareas que realizar, las realiza, y con eso demuestra que es capaz de ello pero no pide derechos. Actúa en lugar de quejarse y, sobre todo, en lugar de emprender una batalla política. Ocupa puestos pensados tradicionalmente para hombres y lo hace sin aportar una justificación ideológica. Ese feminismo católico de acción es desconocido, sin embargo, el laico ha logrado importantes conquistas. Una es el llamado «derecho al aborto». El feminismo ha hecho creer que el aborto ayuda a las mujeres a tener más libertad, pero basar la libertad en un asesinato es horrible. La mujer no necesita esto. Incluso cuando no tenía fe me parecía horrible reivindicar el aborto. Otra «conquista» ha sido la masculinización. Nos han hecho creer que la mujer tiene que ser como el hombre y denuestan la maternidad. También nos hacen pensar que la mujer solo es valiosa si hace lo que hace el hombre. Si hace «de mujer», es decir, si se ocupa de sus hijos, su hogar o las personas mayores, no tiene valor.
¿Qué hemos perdido con esta distorsión?
Esta imagen es errónea porque está muy ideologizada. Además, impone que la mujer tenga que ser bella, joven y sexy y, al mismo tiempo, deba hacer una carrera como un hombre. Pero no siempre somos jóvenes y bellas. Es lícito querer una carrera profesional de éxito, pero todas las mujeres albergan el deseo profundo de tener una familia. Es muy extraño que la mujer renuncie a esto, porque sabe que la familia da una alegría más profunda que una carrera profesional.
¿Y también quiere ser madre?
Las madres son únicas, no se pueden reemplazar. En cualquier trabajo te pueden sustituir por otra persona, pero una madre es insustituible. Sé que esto no es políticamente muy correcto, pero es así. La mujer quiere tener una familia, sabe que es lo más bonito del mundo.
¿Cómo lograr tener una carrera profesional y una familia?
A la mujer se la debe ayudar a entrar y salir del mercado laboral. El hombre tiene que ayudarla y se debe aceptar que, el tiempo que la mujer pasa al cuidado de los hijos no es un tiempo perdido desde el punto de vista profesional, porque ella adquiere más capacidades.
¿En qué mujeres podemos inspirarnos?
En Santa Teresa, Santa Hildegarda,santa Francisca Javiera Cabrini… Las santas son excelentes ejemplos para la mujer. Santa Teresa nos enseña, entre otras muchas cosas, a tener coraje, a no aceptar las situaciones de sumisión e injusticia, sino superarlas de forma diplomática, no agresiva.
¿Por qué las mujeres de hoy no buscamos estos ejemplos en la Iglesia?
Porque hay una secularización que nos ha hecho pensar que las mujeres en la Iglesia son maltratadas, cuando no es así, la Iglesia no es un lugar de opresión de la mujer. De hecho, es el cristianismo el que ha liberado a la mujer. En las palabras del Evangelio está la esencia de la libertad de la mujer, aunque la realidad haya sido algo diferente. Pero el verdadero mensaje es este: El Evangelio es el texto más favorable a las mujeres que existe en el mundo. Hombre y mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios.
Usted no está a favor del sacerdocio femenino. ¿Qué papel cree que le corresponde entonces a la mujer en la Iglesia?
Hay un feminismo muy radical en la Iglesia que quiere que la mujer sea sacerdote, siguiendo la línea del feminismo laico. Son una minoría. La mujer no quiere hacer lo que hace el hombre, sino tener un espacio propio. La mujer está avanzando en la Iglesia. Aunque por ahora no hemos visto grandes cambios, se está cayendo más en la cuenta de lo que es capaz de aportar la mujer.
¿Y qué aporta en el Vaticano?
En el Vaticano hay muchas mujeres, aunque hacen trabajos aún de segundo nivel; pero la presencia de la mujer en los ámbitos de decisión no es cuestión de dogma. Son leyes canónicas que se pueden cambiar. No existe una doctrina contra la mujer. Por ejemplo, una mujer podría dirigir el Pontificio Consejo para la Familia. De hecho, ya son las mujeres las que sostienen las parroquias siendo catequistas, atendiendo a las personas necesitadas y a los enfermos. Si las mujeres hicieran una huelga en la Iglesia, nos daríamos cuenta de todo lo que hacen.
¿Dónde encontramos la clave de la participación de la mujer en la Iglesia?
Hay que leer bien el Evangelio. Jesús dice que lo más importante es el servicio y Él asume el papel de servidor. Por tanto, hace ver que el servicio es el modo de actuar más cercano a Él mismo. Lo más importante que podemos hacer para imitar a Jesús es servir, y en eso la mujer lleva ventaja.