(Asia News/Gaudium Press) «Muchos católicos murieron durante el bombardeo, y esto ha creado una dispersión de la memoria del Kakure Kirishitan», explicó Chiyoko Iwanami, promotor de la iniciativa, haciendo referencia a la bomba atómica que cayó en 1945 sobre Nagasaki, una de las ciudades con mayor población cristiana.
«Queremos mostrar a la gente lo difícil que es proteger su fe si no hay libertad religiosa», manifestó el empresario de 66 años que destinará una parte de un edificio de la editorial para albergar el museo. La Archdiócesis aportará las piezas históricas que se exhibirán.
Se inaugurará en enero del 2015
La inauguración del museo tendrá lugar en enero de 2015, año en el que se celebran los 150 años del descubrimiento de la comunidad cristiana clandestina y la recuperación de su libertad religiosa. Su sede estará ubicada en el distrito Heiwamachi Nagasaki, relativamente cercano a la Catedral de Urakami y al Museo del Bombardeo.
El arte cristiano de la persecución japonesa tiene características únicas. Para poder mantener oculta la práctica de la fe católica, las imágenes de Cristo y de la Santísima Virgen fueron disfrazadas bajo apariencia de motivos budistas, al igual que las oraciones, transformadas en cantos tradicionales que preservaban las palabras del latín, el portugués y el español de forma velada. Algunos de los elementos que se podrán observar en el museo se encuentran actualmente en el Museo Nacional de Tokio e incluyen esculturas, medallas e íconos. La editorial que participa en el proyecto ha publicado varios trabajos de investigación sobre la historia de la persecución.
Persecución e Iglesia clandestina
La comunidad cristiana clandestina surge tras la expulsión de los misioneros y la prohibición de la fe católica por parte del shogunato Tokugawa en 1603. Cualquier práctica cristiana era prohibida y la desobediencia a esta norma era castigada con la muerte, motivo por el cual se produjo el martirio de miles de creyentes. Quienes consiguieron sobrevivir decidieron preservar su fe de forma oculta y transmitirla de generación en generación. El evangelio era relatado oralmente, ya que no se conservaban escritos que pudieran delatar a los creyentes.
El único sacramento con el que contaban los cristianos era el del Bautismo, que impartían a los niños, y las prácticas del culto local a los ancestros fueron dirigidas a la veneración de sus propios mártires cristianos. Aunque con las notables carencias de esta situación, una comunidad de cerca de 30 mil creyentes logró mantener su fe católica, y salió a la luz en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se permitió a los misioneros franceses edificar un templo en Oura.
El 17 de marzo de 1865, el P. Petitjean se encontraba orando en el templo, cuando pobladores locales se acercaron para «saludar a Jesús y María». La sorpresa del misionero fue enorme, porque creía imposible encontrar una comunidad de fieles después de más de dos siglos y medio sin presencia de sacerdotes. La inmensa mayoría de creyentes se hizo católica tras dejar las prácticas paganas que se habían mezclado durante la larga ausencia de los pastores y la religión católica vivió un notable florecimiento.