(RV) En su reflexión sobre las contribuciones de la Iglesia a la convivencia social y política, el presidente del dicasterio Justicia y Paz sacó a relucir, sobretodo en lo que respecta a las naciones que se definen democráticas, el discurso sobre la laicidad. “Èsta- explicó- viene con frecuencia entendida como una exclusión de la religión de la vida pública, como un hecho meramente privado, acentuando la separación entre la fe y la vida. En este contexto, el purpurado aclaró que la perspectiva de un régimen político auténticamente laico acepta tanto que el cristiano actúe como cristiano en la sociedad, sin camuflarse ni ocultarse, como que la iglesia manifieste sus propias valoraciones. Desde la perspectiva de la Iglesia, recordó, una separación del propio rol público es absolutamente impensable pues vendría a menos al criterio de la encarnación y de la unidad entre la fe y la vida.
Luego de plantear temas como el pluralismo democrático y la función del cristiano en la política, en las que expuso elementos fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia, el Cardenal Martino recordó a su predecesor en el dicasterio, el siervo de Dios cardenal Van Thuan quien una vez enumeró las bienaventuranzas del político: Bienaventurado el político que tiene un elevado conocimiento y una profunda conciencia de su papel; bienaventurado el político cuya persona refleja la credibilidad, que trabaja por el bien común y no por el propio interés, quien se mantiene fielmente coherente, que realiza la unidad haciendo a Jesús punto de apoyo de la unidad. Bienaventurado el político que está comprometido en la realización de un cambio radical, el que sabe escuchar y el que no tienen miedo.