Solzhenitsyn y IV: Volvernos a Dios, o perecer del todo

Alexander Solzhenitsyn

En este post terminamos con la última parte del discurso de Aleksander Solzhenitsyn en la entrega del premio Templeton. Los destacados en negrita y cursiva son nuestros.

Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008), es recordado como un eminente novelista, escritor e historiador ruso.

Para una breve biografía suya puede consultarse el siguiente enlace:

http://creyentesintelectuales.blogspot.com/2013/09/alexander-solzhenitsyn-los-hombres-han.html

Aquí va el final del discurso:


Frente a la presión del ateísmo universal, los creyentes se encuentran divididos y muchos de ellos desorientados. Y sin embargo el mundo cristiano –o lo que una vez fue el mundo cristiano- haría bien en no perder de vista el ejemplo del extremo oriente. Recientemente he tenido ocasión de constatar que en Japón o en China libre (Taiwan), aunque las concepciones religiosas sean más tenues, la sociedad y la juventud –con igual libertad de elección que en Occidente- están menos dañadas por el espíritu destructor del secularismo.

¡Y qué decir de la separación existente entre las diversas religiones, si el propio cristianismo se encuentra tan fragmentado! En estos últimos años, las principales Iglesias cristianas han dado algunos pasos hacia la reconciliación. Pero estos son demasiado lentos, y el mundo corre a una velocidad 100 veces mayor hacia el abismo. Incluso sin esperar una fusión de Iglesias ni una modificación del dogma, sino tan solo una simple resistencia común frente al ateísmo, los progresos son demasiado lentos.

Es verdad que existe un movimiento organizado para la reunificación de las Iglesias, pero este es bien singular. El consejo ecuménico de Iglesias, aparentemente preocupado más que nada del éxito de los movimientos revolucionarios en los países del tercer mundo, permanece ciego y sordo ante las persecuciones religiosas, ahí donde ellas son más sistemáticas: en la URSS. Sería imposible no verlas, pero por cálculo político se prefiere ignorarlas y no intervenir. Pero ¿en qué queda entonces el cristianismo?

Con profunda amargura debo decir aquí (no puedo callarlo) que mi predecesor titular en este premio, el año último (nota nuestra: se trata del predicador bautista Billy Graham), ha apoyado públicamente la mentira comunista justamente durante los meses de la recepción del premio, declarando contra toda evidencia que no se habían comprobado persecuciones religiosas en la URSS. ¡En nombre de todas las víctimas que han sido pisoteadas o asesinadas, que el cielo lo juzgue!

Hoy vemos cada vez en mayor escala el hecho de que a pesar de las más sutiles maniobras políticas, el nudo corredizo se cierra en torno de la humanidad en forma inexorable, y no hay escapatoria para nadie en ninguna parte; ni atómica, ni política, ni económica, ni ecológica. Parece verdaderamente ser así.

Frente a las grandes cumbres de los acontecimientos mundiales, puede parecer inadecuado y absurdo recordar que la llave fundamental de nuestra existencia y de nuestro aniquilamiento se encuentra en el corazón de cada uno de  nosotros, en la preferencia que le otorguemos al bien o al mal en concreto. Sin embargo, hoy como ayer, esta clave sigue siendo la más segura. Las prometedoras teorías sociales están en banca rota, y nos han traído a un callejón sin salida. Los hombres libres de Occidente deberían comprender que alrededor de ellos se han acumulados demasiados engaños libremente consentidos, y deberían negarse a seguir aceptándolos pasivamente.

Es inútil intentar buscar una salida a la situación del mundo sin volver nuestra conciencia arrepentida hacia el creador de todas las cosas. Ninguna puerta se abrirá para nosotros. No la encontraremos. Los medios de que disponemos son demasiado miserables.

Hay que ver primero el mal terrible –no el que podrían hacernos desde afuera los enemigos de nuestro país o de nuestra clase- sino el que está dentro de cada uno de nosotros; en el seno de cada sociedad, incluso y principalmente en las sociedades más libres y más desarrolladas, porque es ahí donde lo hemos cometido con pleno consentimiento. Si el nudo corredizo que nos asfixia se cierra cada día más, es por culpa de nuestra incuria y nuestro egoísmo.

Interroguémonos a nosotros mismos: ¿no serían mentirosos los ideales de nuestra época? ¿Y nuestra terminología a la moda tan llena de suficiencia? De esa suficiencia emanan todas esas soluciones superficiales que pretenden rectificar nuestra situación. En cada ámbito, antes de que sea demasiado tarde, hay que reconsiderarlas, purificada nuestra mirada. La solución de la crisis no se encuentra en esos caminos trillados por conceptos machacones repetidos a diario.

Nuestra vida consiste en buscar no el éxito material sino un progreso espiritual digno de tal nombre. Toda nuestra existencia no es sino una etapa intermedia hacia una vida más alta: se trata entonces de no rodar hacia abajo de este estadio y de no estancarse en forma estéril.

Las leyes de la física y de la fisiología no nos revelarán jamás la verdad irrefutable de que el creador participa de forma constante y cotidiana de la vida de cada uno de nosotros. El nos entrega fielmente la energía del ser: cuando esta ayuda nos falta, nosotros perecemos. No es menor su participación en el desenvolvimiento de la vida en todo el planeta y en esta época oscura y amenazante, es necesario empaparnos de esta verdad.

Las esperanzas desmedidas de los dos últimos siglos nos han traído a este caos, al borde de la muerte atómica o de otra naturaleza. No podemos oponerles sino la búsqueda porfiada de la dulce mano de Dios, que en medio de nuestra inconsciencia habíamos rechazado. Entonces nuestros ojos se abrirán sobre este desdichado siglo XX y nuestras manos se tenderán para reparar tantos errores. Nada más puede detenernos sobre la pendiente que lleva al abismo: todos los pensadores de la Ilustración nos han dejado las manos vacías.

Nuestros cinco continentes están envueltos en el ciclón. Pero pruebas semejantes a estas son capaces de revelar las más altas virtudes del alma humana. Si hemos de perecer, si hemos de perder nuestro mundo, será tan solo por culpa nuestra.

(Traducido de la Revista “Le Point” del 16 de Mayo de 1983)