1.08.19

LXIII. La pobreza voluntaria

711. –Después del capítulo sobre los consejos evangélicos, el Aquinate dedica otros cinco al de la pobreza. ¿Por qué se ocupa, en el primero de ellos, a presentar los argumentos, que se dan contra la pobreza voluntaria?

–Unos pocos años antes de su redacción, Santo Tomás había participado, en París, en la defensa de los ataques contra las ordenes mendicantes. Su manera de vivir la pobreza era uno de los puntos criticados por los enemigos de dominicos y franciscanos. Por ello, conocía muy bien todas las impugnaciones a la pobreza voluntaria, que vivían, y las respuestas que había de dar a las mismas. En el primer capítulo, presenta todo el compendio de las objeciones.

La primera es el siguiente: «Los hombres necesitan para la conservación de su vida muchas cosas que no pueden hallar en todo tiempo. Luego es natural que el hombre reúna y conserve lo que le es necesario. Es, por lo tanto, contra la ley natural el desparramar mediante la pobreza las cosas acumuladas»[1].

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17.07.19

LXII. Los consejos evangélicos

699. –¿Por qué, después de la exposición de los diez mandamientos, el Aquinate se ocupa, en la «Suma contra los gentiles», de los llamados consejos evangélicos?

–Comienza el capítulo de inicio del estudio de los consejos evangélicos, con la siguiente justificación de su existencia: «Lo mejor para el hombre es unirse con la mente a Dios y a las cosas divinas, y es imposible que se ocupe con intensidad en diversas cosas, por ello, para que con mayor desembarazo vuele su mente hacia Dios se dan, en la ley divina, consejos».

Gracias a estos consejos divinos: «los hombres se apartan de las ocupaciones de la vida presente, en cuanto es posible al que vive una vida terrena». Sin embargo, su cumplimiento no es imprescindible como lo es el de los mandamientos. El alejamiento que supone un consejo divino: «no es tan necesario para su justicia, que sin eso no la tenga, porque no se pierde ni la virtud ni la justicia, por usar conforme al orden de la razón de las cosas corporales y terrenas». Ello explica que: «esas advertencias de la ley divina se llamen consejos y no preceptos, por persuadir al hombre a que deje lo menos bueno por lo mejor»[1].

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3.07.19

LXI. Los mandamientos de la ley divina

688. En cuanto la naturaleza humana es común con los animales, que sería su género próximo, tiene inclinaciones dirigidas a la conservación de la especie, que desembocan en el matrimonio. Se ha visto, en los capítulos anteriores, que la ley divina las regula racionalmente. En cuanto a su género remoto, o a su comunidad con todos los seres creados, otras inclinacionesestán dirigidas a la conservación del individuo, ¿Existe también una ley divina, que prescriba el uso correcto de estas otras inclinaciones de la naturaleza humana?

–Como Santo Tomás ya ha probado que la ley divina manda guardar el orden de la razón en todas las cosas que pueden ser utilizadas por el hombre, a esta cuestión responde: «Así como el uso de lo sexual se da sin pecado, si se tiene conforme a la razón, así también el uso de alimentos». Debe tenerse en cuenta que: «Se hace algo según razón cuando se ordena convenientemente a debido fin». Además, que: «El fin debido al tomar alimento es la conservación del cuerpo por la alimentación». Como consecuencia: «Todo alimento puede conseguir eso y puede tomarse sin pecado. Por tanto, tomar cualquier manjar no es de suyo pecado».

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17.06.19

LX. Las inclinaciones humanas genéricas

674. –La ley divina, además de ser conocida por la razón y ser racional, porque su contenido pertenece a la ley natural, ¿guarda más relaciones con la razón?

–Toda la ley divina manda que el hombre se someta a la razón. Para probar esta nueva relación, argumenta Santo Tomás: «A todo legislador toca establecer por ley aquello sin lo cual no se puede cumplir la ley. Como la ley se propone a la razón, el hombre no la observaría, si todo lo concerniente a él no se sometiera a la razón. De aquí que toque a la ley divina mandar que todo lo del hombre se someta a la razón».

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4.06.19

LIX. El culto a Dios

662. –Se ha probado que la finalidad principal de la ley divina es que el hombre se una a Dios y que lo haga por el amor. Esta intención queda claramente expresada en el primer mandamiento, «Amarás a Dios sobre todas las cosas». Por consiguiente, en este primer y principal mandamiento se contiene el precepto del amor, o de la caridad. Afirma seguidamente el Aquinate que se sigue de ello que «los hombres están obligados a la verdadera fe por ley divina». ¿Por qué contiene este precepto también el de la fe?

–Además del precepto de la virtud de la caridad, el primer mandamiento preceptúa también la virtud de la fe. Santo Tomás lo prueba con cuatro argumentos. El primero, basado en el carácter previo de la fe respecto de la caridad, es el siguiente: «Así como el principio del amor corporal es la visión propia del ojo corporal, así también el comienzo del amor espiritual debe ser la visión inteligible del objeto espiritual amable. Pero la visión del objeto espiritual amable que es Dios, no podemos alcanzarla al presente sino por la fe, puesto que excede a la razón natural; y sobre todo consistiendo nuestra felicidad en su goce. Es preciso, pues, que seamos inducidos por la ley divina a la verdadera fe»[1].

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