XI. Primacía y Soberanía de la gracia

Gracia preveniente y subsiguiente

Después de la división de la gracia actual en operante y cooperante, según que se compare el efecto de la gracia de regenerar la voluntad humana y así causar su volición libre con el otro efecto de misma gracia de ayudarla en su obrar hacia su fin, Santo Tomás presenta otra división de la gracia actual: gracia preveniente y gracia subsiguiente.

Los efectos de la gracia actual, que justifican esta segunda división, son los cinco siguientes: «Primero, sanar el alma; segundo, hacerle querer el bien; tercero, ayudarle a realizarlo eficazmente; cuarto, darle la perseverancia en él; quinto, hacerle llegar a la gloria».

La gracia actual se dirá, por tanto, preveniente y subsiguiente, según el orden de estos efectos. Sin embargo, la gracia cuando produce el primer efecto es siempre preveniente, ya que no hay otro anterior. Las demás serán prevenientes con respecto a los efectos que siguen, pero subsiguientes en relación a los anteriores. De manera que: «La gracia es preveniente con respecto al segundo, y al producir el segundo es subsiguiente con relación al primero. Y como un mismo efecto puede ser anterior y posterior en relación a otros, la gracia que lo produce puede ser considerada a la vez como preveniente y subsiguiente, aunque bajo distinto respecto. Y esto es lo que dice San Agustín en su obra De la naturaleza y de la gracia (c. 31, n. 35): «Nos previene curándonos, y nos sigue para que, ya sanos, nos mantengamos robustos; nos previene llamándonos, y nos sigue para que alcancemos la gloria»[1] .

En este lugar citado por Santo Tomás, dice San Agustín que, en la Escritura: «Se halla escrito: «Encomienda al Señor tus caminos y espera en Él, y Él obrará» (Sal 36, 5), no como algunos creen que ellos obran. Con las palabras anteriores «Él obrará», parece aludir a los que dicen: «Nosotros somos los que obramos, es decir los que nos justificamos a nosotros mismos». Sin duda, también nosotros ponemos nuestro esfuerzo, más cooperamos a la obra de Dios, cuyo misericordia nos previene; nos previene curándonos, y nos sigue para que, ya sanos, nos mantengamos robustos; nos previene llamándonos, y nos sigue para que alcancemos la gloria; nos previene para que vivamos piadosamente, nos sigue para que vivamos con Él siempre, porque sin su ayuda nada podemos hacer. Ambas cosas están en la Escritura: «Dios mío, tu misericordia me precederá» (Sal 58, 11); y «Tu misericordia me acompañará todos los días de mi vida» (Sal 22, 6)»[2].

Tesis de Trento

La división de la gracia en preveniente y subsiguiente fue ratificada por el Concilio de Trento. El Decreto sobre la justificación, que puede considerarse el documento más importante del Concilio, contiene una exposición completa de la cuestión de la justificación, y en su capítulo V, titulado «De la necesidad que tienen los adultos de prepararse a la justificación, y de dónde proviene» se trata esta división.

Se dice en este texto, después de lo expuesto en los capítulos anteriores, que el Concilio: «Declara además, que el principio de la justificación en los adultos debe tomarse de la gracia divina, preveniente por medio de Jesucristo: esto es, de su llamamiento, por el que son llamados sin mérito ninguno suyo; de suerte que los que eran enemigos de Dios por sus pecados, se disponen por su gracia excitante y auxiliante para convertirse a su propia justificación, asintiendo y cooperando libremente a la misma gracia».

Queda así afirmada una primera tesis, la de la primacía de la gracia. Con la caracterización de la gracia actual como gracia preveniente, se establece frente al semipelagianismo, la absoluta primacía de la gracia en el inicio de la justificación.

Además de esta tesis sobre la iniciativa de Dios en la justificación, se afirma, una segunda. Frente al protestantismo, queda establecida la necesidad de la cooperación de la libertad del hombre para la misma.

Según esta segunda tesis, la gracia preveniente, que es necesaria para que actúe la voluntad humana para la justificación, no elimina su libertad, sino que exige su cooperación, aunque actuando por la misma gracia. «De tal modo que tocando Dios el corazón del hombre por la iluminación del Espíritu Santo, ni el mismo hombre deje absolutamente de obrar alguna cosa, al recibir aquella inspiración, puesto que puede también desecharla; ni puede, sin embargo, moverse sin la gracia divina hacia la justificación delante de Dios por sola su libre voluntad; por lo cual, cuando se dice en las Sagradas Escrituras: «Convertíos a Mí, y Yo me volveré a vosotros» (Za 1, 3), se nos advierte nuestra libertad; y cuando respondemos: «Conviértenos a ti, Señor, y seremos convertidos» (Lm 5, 21), confesamos que somos prevenidos por la gracia de Dios»[3]. El hombre, por tanto,no es pasivo completamente. La voluntad humana puede aceptar o rechazar la gracia de Dios, pero en ningún caso, incluso cuando la gracia hace que el acto humano continúe perseverando en el bien obrar, le quita la libertad.

Confirmación de las tesis

La afirmación de la primacía absoluta de la gracia, presentada en la primera tesis, queda claramente expuesta en el canon III:

«Si alguno dijere que, sin la inspiración preveniente del Espíritu Santo, y sin su auxilio, puede el hombre creer, esperar, amar, o arrepentirse según conviene, para que se le confiera la gracia de la justificación, sea excomulgado»[4].

Igualmente, la segunda tesis, que mantiene la existencia de la libertad, se encuentra expresada en el canon IV, que dice:

«Si alguno dijere, que el libre albedrío del hombre movido y excitado por Dios, nada coopera asintiendo a Dios que le excita y llama para que se disponga y prepare a lograr la gracia de la justificación; y que no puede disentir, aunque quiera, sino que como un ser inanimado, nada absolutamente obra, y solo concurre como sujeto pasivo; sea excomulgado»[5].

Queda explicado que la preveniencia de la gracia no implica la pasividad de la voluntad humana, porque el hombre tiene la opción entre el rechazo y aceptación de la gracia. Sin embargo, la aceptación no es algo extrínseco a la iniciativa y continuidad de la gracia, no es, por tanto, un acto dirigido por la mera voluntad libre humana. La misma aceptación es posible por la gracia, que actúa en la voluntad, aunque sin anular su libertad, como lo confirma el hecho de que puede ser rechazada.

Afirmación en la que insistía San Agustín. En un escrito contra los pelagianos, se lee:

«¿Acaso el libre albedrío es destruido por la gracia? De ningún modo; antes bien, con ella le fortalecemos (…) el libre albedrío no es aniquilado, sino fortalecido por la gracia. (…) se verifica (…) por la gracia, la curación del alma de las heridas del pecado; por la curación del alma, la libertad del albedrío; por el libre albedrío, el amor de la justicia, y, por el amor de la justicia, el cumplimiento de la ley (…) el libre albedrío no es aniquilado, sino antes bien fortalecido por la gracia, pues la gracia sana la voluntad para conseguir que la justicia sea amada libremente»[6].

Pueden considerarse estas dos tesis un desarrollo de lo enseñado en el II Concilio de Orange , del año 529, contra los semipelagianos, sobre el «inicio de la fe». En el canon 5 se lee:

«Si alguno dice que está naturalmente en nosotros lo mismo el aumento que el inicio de la fe y hasta el afecto de credulidad por el que creemos en Aquel que justifica al impío, y que llegamos a la regeneración del sagrado bautismo, no por don de la gracia –es decir, por inspiración del Espíritu Santo, que corrige nuestra voluntad de la infidelidad a la fe, de la impiedad a la piedad–, se muestra enemigo de los dogmas apostólicos, como quiera que el bienaventurado Pablo dice: «Confiamos que quien empezó en vosotros la obra buena, la acabará hasta el día de Cristo Jesús»(Flp 1, 6); y aquello: «A vosotros se os ha concedido por Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que por Él padezcáis»(Flp. 1, 29); y: «De gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, puesto que es don de Dios» (Ef. 2, 8). Porque quienes dicen que la fe, por la que creemos en Dios es natural, definen en cierto modo que son fieles todos aquellos que son ajenos a la Iglesia de Dios»[7].

Necesidad de la redención

Los dos último textos conciliares de Trento se refieren también a la «gracia de la justificación». Con el término «justificación», tomado de la Escritura, se significa la reconciliación del hombre con Dios y su justicia, o el que pase del estado de pecado –en el que se encuentra el hombre por el pecado original, que está en su naturaleza humana, y por sus pecado personales, en su individualidad–, al estado de justicia, al de no culpabilidad.

En el capítulo primero de este decreto del Concilio de Trento se dice:

«Primeramente declara el santo Concilio, que para comprender bien y sinceramente la doctrina de la justificación, es necesario que cada uno sepay confiese, que habiendo perdido todos los hombres la inocencia por el pecado de Adán, hechos inmundos, y como el Apóstol dice, «hijos de ira por naturaleza» (Ef 2, 3), según se expuso en el Decreto sobre el pecado original; en tanto grado eran «esclavos del pecado» (Rm 3, 9; 6, 17; y 6, 20), y estaban «bajo el imperio del demonio» (Hb 2,14), que no podían verse libres ni elevarse de aquel estado, no sólo los gentiles por las fuerzas de la naturaleza, sino ni aun los judíos por la virtud de la mismaley escrita de Moisés, a pesar de no estar extinguido en ellos el libre albedrío, aunque si debilitado en sus fuerzas e inclinado al mal»[8].

En el estado, en que se encuentra el hombre, ni su naturaleza ni el cumplimiento de la ley de Dios pueden justificarle. «Por este motivo el Padre celestial, «Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación» (2 Co 1, 8), envió a los hombres, cuando llegó la dichosa plenitud del tiempo, a Jesucristo, su hijo, anunciado y prometido a muchos Santos Padres, asíantes de la ley, como durante ella, para que redimiese a los judíos «que estaban debajo de la Ley, y para que los gentiles, que no seguían la justicia, la abrazasen» (Gal 4, 5) y todos recibiesen la adopción de hijos»[9].

Sobre esta redención universal, se precisa seguidamente:

«Mas, aunque «Jesucristo murió por todos» (2 Co 5, 15), no todos participan del beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunican los méritos de su pasión; porque así como no nacerían injustos los hombres, si no naciesen descendiendo de la sangre de Adán; pues siendo concebidos en esa misma sangre, contraen por virtud de esta descendencia su propia injusticia; del mismo modo, si no renaciesen en Jesucristo, jamás serían justificados; pues en este renacimiento se les confiere,por el mérito de la pasión de Cristo, la gracia con que se hacen justos»[10].

La salvación del hombre, la «justificación del impío» o del pecador se realiza:

«De modo que es el tránsito del estado en que nace el hombre, hijo del primer Adán, al estado de gracia y de adopción de los hijos de Dios,por virtud del segundo Adán, Jesucristo, nuestro Salvador, cuyo tránsito no puede verificarse, después de promulgado el Evangelio, sin el bautismo de regeneración, o sin el deseo de él, conforme está escrito: «Quien no renaciere (por el bautismo) del agua y (la gracia) del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3, 5)»[11].

Sobre el modo de preparación de los adultos para la justificación, se concluye, que éstos:

«Se disponen, pues, para dicha justificación, cuando movidos y ayudados por la divina gracia divina, recibiendo «la fe por el oído» (Rm 10, 17), se dirigen libremente hacia Dios, creyendo ser verdad todo cuanto Dios ha revelado y prometido; y principalmente, que Dios justifica al impío por su gracia «en virtud de la redención que todos tienenen Jesucristo» (Rm 3, 24); y en cuanto reconociéndose ser pecadores, y pasando del temor de la divina justicia, que útilmente los contrista, a considerar la misericordia de Dios, renacen a la esperanza, confiando en que Dios será benigno con ellos por causa de Jesucristo de Jesucristo; y comienzan a amarle como fuente de toda justicia; y por lo mismo se excitan contra sus pecados con cierto odio y detestación; esto es, con aquel arrepentimiento que deben tener antes del Bautismo; por último, cuando se proponen recibir este sacramento, se resuelven aemprender empezar nueva vida y a guardar los mandamientos de Dios. Acerca de esta disposición está escrito en la Sagrada Escritura: «El que llega a Dios, debe creer que Dios existe, y que es remunerador de los que le buscan» (Hb 11, 6)»[12].

Causas de la justificación

A la gracia actual preveniente siguen las gracias subsiguientes y con ello la justificación del impío El Concilio la define seguidamente, al indicar que la justificación: «No sólo es el perdón de los pecados, sino también la santificación y renovación del hombre interiormediante la recepción voluntaria de la gracia y de los dones; de donde resulta que el hombre, de injusto pasa a ser justo, y de enemigo a amigo, «para venir a ser heredero de la vida eterna, según la esperanza» (Tt 3, 7)».

El Concilio, para precisar esta definición de justificación, expone a continuaciónsus causas. Se sigue para ello la doctrina de las cuatro causas aristotélicas.

La causa final de la justificación es «la gloria de Dios, y de Jesucristo, y la vida eterna».

La causa eficiente es «Dios misericordioso, que gratuitamente nos lava y santifica, sellándonos y ungiéndonos «en el Espíritu Santo, que nos estaba prometido, y que es prenda de nuestra herencia» (Ef. I, 13 y 14)».

Se puede distinguir, en esta causa eficiente, por una parte, la «causa meritoria» que es «su muy amado unigénito Jesucristo, nuestro Señor, quien, «cuando éramos enemigos suyos» (Rm 5 10), «movido por la excesiva caridad con que nos amó» (Ef 2, 4), mereció para nosotroscon su santísima pasión en el árbol de la cruz la justificación, y satisfizo por nosotros a Dios Padre».

Por otra, la causa instrumental, que es «el Sacramento del Bautismo, que es Sacramento de fe, sin la cual ninguno jamás ha logrado la justificación».

En cuanto a las dos causas intrínsecas: «la única causa formal es la justicia de Dios, no aquella con que él mismo es justo, sino con la que a nosotros nos hace justos; esto es, con la que divinamente enriquecidos «somos renovados en lo interior de nuestra alma y no sólo somos reputados, sino que verdaderamente se nos llama y somos justos, recibiendo cada uno de nosotros la justicia según la medida que «el Espíritu Santo distribuye a cada cual, según quiere» (1 Co 12, 11), y según la especial disposición y cooperación de cada uno».

Se explica seguidamente: «Pues aunque nadie puede justificarse, sin que se comuniquen los méritos de la pasión de nuestro Señor Jesucristo; esto, sin embargo, se realiza en la justificación del impío, cuando por los méritos de la misma santísima pasión «se derrama la caridad de Dios, por medio del Espíritu Santo en los corazones» (Rom 5, 5) de los que se justifican, y queda inherente en ellos. Resulta de aquí que en la misma justificación, con la remisión de los pecados, recibe el hombre por Jesucristo, con quien se une, todas estas virtudes juntamente infusas, a saber: la fe, la esperanza y la caridad»

Al justificado, no se le infunde sólo la fe: «pues la fe, a no agregársele la esperanza y caridad, ni lo une perfectamente con Cristo, ni lo hace miembro vivo de su cuerpo; por esta razón, dícese con mucha verdad que: «la fe sin las obras está muerta» (Sant 2, 17) y es ociosa (…) Esta fe, según la tradición de los apóstoles, piden los catecúmenos a la Iglesia antes del sacramento del bautismo, cuando solicitan la fe, que da la vida eterna, la cual no puede dar la fe sin la esperanza y la caridad; por esto se les dice inmediatamente estas palabras de Jesucristo: «Si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos (Mt 19, 17)», y, por tanto, la caridad, o el amor a Dios y al prójimo.[13].

San Agustín notaba además que la caridad –dada igualmente por el Espíritu Santo–, confería la tendencia y el gusto por el bien. Escribía:

«La voluntad humana de tal manera es ayudada por la gracia divina, que, además de haber sido creado el hombre con voluntad dotada de libre albedrío y además de la doctrina, por la cual se le preceptúa cómo debe vivir, recibe también el Espíritu Santo, quien infunde en el alma la complacencia y amor de aquel sumo e inconmutable Bien que es Dios aun ahora, en la vida presente, cuando todavía camina el hombre, peregrino de la patria eterna, guiado por la luz de la fe y no por clara visión (2Co 5,7) (…) Para que el bien sea amado, la caridad divina es derramada en nuestros corazones no por el libre albedrío, que radica en nosotros, sino por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Rm 5,5)»[14].

Si la causa formal de la justificación es la justicia divina, en el sentido explicado, su acción no es hacer que los hombres sean «reputados» o considerados como justos, sino que les hace realmente justos. La razón es, porque, como nota Santo Tomás: «el efecto se asemeja a su causa según su forma»[15].

Las causas, al actuar según su forma,difunden o comunican en algún grado esta forma al efecto y así el efecto se asemeja a la causa. Por ello, la forma o esencia de nuestra justificación es la misma justicia de Dios, porque nos la ha comunicado realmente en una cierta medida. Por esta participación de la justicia divina, la justicia comunicada al hombre es la justicia de Dios. La justicia internaes así justicia de Dios y justicia del hombre. No sólo los hombres justificados son «reputados» o estimado como justos, sino que «se nos llama y somos justos».

Sobre la causa material, no se habla en el texto conciliar. No parece necesario, porque es patente que el sujeto de la justificación es el hombre. El Concilio le interesaba tratar de las anteriores causas, que, en cambio, están relacionadas directamente con Dios, porque es el único autor de la justificación. Afirmación, que se precisa en el capítulo siguiente, titulado «cómo se entiende que el impío se justifica por la fe y gratuitamente», al precisar que: «Cuando dice el Apóstol que el hombre se justifica «por la fe, y gratuitamente» (Rm 3, 22 y 24); deben entenderse estas palabras en aquel sentido que siempre y con unanimidad les ha dado y declarado la Iglesia Católica; es a saber, que en tanto se dice que somos justificados por la fe, en cuanto que la fe es el principio de la salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, «sin la cual es imposible hacerse agradables a Dios» (Hb, 11, 6) ni llegar a participar de la suerte de hijos suyos; y se dice que nos justificamos en cuanto que ninguna de las cosas que preceden a la justificación, sea la fe, o sean las obras, merece la gracia de la justificación: porque «si es gracia, ya no proviene de las obras: de otra suerte» (Rm 11, 6), como dice también el Apóstol, «la gracia no sería gracia»[16].

La primacía de la gracia en los catecismos

También la preveniencia de la gracia actual en la justificación es afirmada en el Catecismo de San Pío V del Concilio de Trento, publicado en 1566, el llamado Catecismo Romano. Al explicar que no se da en el Credo nombre al Espíritu Santo, se indica que: «Nos infunde la vida espiritual, y porque nada podemos hacer digno de la vida eterna sin la eficiencia de su divino poder»[17].

La primacía de la gracia queda más claramente explicada, al tratarse en el Catecismo el sacramento de la penitencia, y decirse: «Cristo nuestro Señor está continuamente comunicando su gracia a los que están unidos a Él por la caridad, como la cabeza a sus miembros, y la vid a los sarmientos. Y esta gracia indudablemente precede, acompaña y sigue siempre a nuestras buenas obras, y sin ella de modo ninguno podemos merecer al satisfacer ante Dios».

Seguidamente se infiere: «De donde resulta que parece no faltarles nada a los justos, puesto que con las obras que hacen con el divino auxilio, pueden por una parte cumplir la ley de Dios conforme a su condición humana y mortal, y por otra merecer la vida eterna, que ciertamente la conseguirán, si muriesen adornados de la gracia de Dios»[18].

En otro lugar del Catecismo, al referirse a la petición de auxilio de Dios por el desorden de las inclinaciones humanas, nota que los hombres:«En este deber natural son inferiores a las demás criaturas, de las cuales está escrito esto «Todas las cosas te sirven» (Sal 98, 91); y que son sumamente débiles, puesto que no pueden, sin ser ayudados de la divina gracia, no sólo no hacer completamente ninguna obra agradable a Dios, sino ni comenzarla siquiera»[19].

La tesis de la iniciativa divina exclusiva en la justificación, es recogida igualmente en el reciente Catecismo de la Iglesia Católica. Se afirma en el mismo que: «La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia». A continuación se explica que: «Ésta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la fe y a la santificación mediante la caridad». Por último, se concluye: «Dios completa en nosotros lo que Él mismo comenzó»[20].

Queda afirmada igualmente, en este catecismo de 1992, la tesis de la permanencia y activación de la libertad por la acción de la gracia, que coopera así en la obra de la justificación. Al exponer la misión de la Virgen María, se advierte que: «El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como «llena de gracia» (Lc 1, 28). Y se añade: «En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios»[21].

Eudaldo Forment

  



[1] Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, q. 111, a. 3, in c.

[2] San Agustín,  De la naturaleza y de la gracia, c. 31, n. 35.

[3] Concilio de Trento, Decreto sobre la justificación, c. V.

[4] Ibíd, can. III.

[5] Ibíd., can IV.

[6] SAN AGUSTÍN, Del espíritu y de la letra, c.30, 52.

 

[7] Concilio de Orange, Can. V. Dz 178.

[8] Concilio de Trento, Decreto sobre la justificación, c. I

[9] Ibíd., c. II.

[10] Ibíd., c. III.

[11] Ibíd., c. IV.

[12] Ibíd., c. VI.

[13].Ibíd., c. VII.

[14] SAN AGUSTÍN, Del espíritu y de la letra, c.3, 5.

[15] Santo Tomás de Aquino, Cuestiones disputadas sobre la potencia de Dios, q. 8, a. 1, in c.

[16] Concilio de Trento, Decreto sobre la justificación, c. VIII.

[17] Catecismo para los Párrocos según el Decreto del concilio de Trento, I, 9, 3.

[18] Ibíd., II, 5, 72.

[19] Ibíd., IV, 12, 23.

[20] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2001.

[21] Ibíd., n. 490.

9 comentarios

  
Carmen A.
Muchas gracias por sus escritos. La mente se llena de paz y alegría al encontrarse con la verdad bien expresada.No se mucho, pero veo que de alguna forma el Espíritu Santo enseña estas cosas, que son vida, no elucubraciones teológicas, y "todo es gracia" diría Santa Teresita.

14/02/15 2:05 PM
  
Alonso Gracián
Un post impresionante, D. Eudaldo. Dios se lo pague.


14/02/15 3:14 PM
  
Luis Fernando
Fil 1,6:
estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;


Este post explica, magisterio y teología católica en mano, cómo se produce lo que enseña san Pablo en ese versículo.

14/02/15 8:50 PM
  
Rexjhs
D. Eudaldo, le agradezco muchísimo su post. Cada vez creo más que no hay mayor caridad que enseñar al ignorante, que corregir al errado. Le doy las gracias por su caridad espiritual en este tema de la gracia, tan complejo, que Ud. explica con la difícil sencillez de la claridad. Este párrafo suyo, especialmente, me lo ha dejado completamente claro desde el principio: "Según esta segunda tesis, la gracia preveniente, que es necesaria para que actúe la voluntad humana para la justificación, no elimina su libertad, sino que exige su cooperación, aunque actuando por la misma gracia. «De tal modo que tocando Dios el corazón del hombre por la iluminación del Espíritu Santo, ni el mismo hombre deje absolutamente de obrar alguna cosa, al recibir aquella inspiración, puesto que puede también desecharla; ni puede, sin embargo, moverse sin la gracia divina hacia la justificación delante de Dios por sola su libre voluntad; por lo cual, cuando se dice en las Sagradas Escrituras: «Convertíos a Mí, y Yo me volveré a vosotros» (Za 1, 3), se nos advierte nuestra libertad; y cuando respondemos: «Conviértenos a ti, Señor, y seremos convertidos» (Lm 5, 21), confesamos que somos prevenidos por la gracia de Dios»[3]. El hombre, por tanto,no es pasivo completamente. La voluntad humana puede aceptar o rechazar la gracia de Dios, pero en ningún caso, incluso cuando la gracia hace que el acto humano continúe perseverando en el bien obrar, le quita la libertad. "". Veo esta explicación suya que viene al pelo de una lectura que, por gracia, he leído hoy. Se trata de 2Pedro, 1, 10-11, donde él dice "Hermanos, poned cada vez más ahínco en ir ratificando vuestro llamamiento y elección. Si lo hacéis así, no fallaréis nunca; y os abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo". Nosotros sólo "ratificamos" la divina voluntad, la gracia de Dios en nosotros, y así nunca fallamos. Y ese "ratificar" nos viene también por su gracia. Fallamos cuando hacemos nuestra voluntad y nos esclavizamos al pecado. ¡¡Dios se lo pague!!

15/02/15 12:35 AM
  
Luiscar73
Que textos tan impresionantes los de los concilios, que verdades tan vivificadas por el Espiritu en nuestras vidas; que edificante constatarlas y poder decir; Amen ,es Verdad, asi es.
Gloria a TI,Señor.

Que Dios se lo pague y le aumente siempre la gracia.

15/02/15 1:25 AM
  
Catholicus
Bellísima guinda la ilustración de todo con el sencillo ejemplo de María.

Dios le bendiga Don Eduardo!


15/02/15 1:18 PM
  
Manuel Ocampo Ponce
Ninguna exposición más clara, profunda y fundamentada sobre este tema que la del Dr. Eudaldo Forment Giralt, a quien tengo el honor de conocer personalmente desde hace muchos años y de llevar una entrañable amistad de hermanos unidos por la doctrina y la sangre de Cristo.
Sin duda el filósofo católico más importante del mundo actual, tanto por su magnífica obra, como por su calidad humana de la cual también soy testigo porque hemos convivido y compartido mucho, tanto en España como en México.
Con todo respeto para tantos y tan excelentes pensadores del mundo y para el selecto y exquisito grupo de InfoCatolica, pero hay que reconocer que hoy por hoy el Dr. Don Eudaldo Forment Giralt es por mucho, el mejor de entre todos los autores cristianos actuales. Dios nos lo conserve y le de fortaleza para seguir iluminando con su sabiduría.


16/02/15 8:03 PM
  
Manuel Ocampo Ponce
Estoy disfrutando tanto sus escritos y hoy los voy a promover en el programa "Concilios" por María Vision. www.mariavision.com . Muchas gracias por el bien que hace.
Saludos fraternos desde México.

03/03/15 12:49 AM
  
Victor
Después de leer este post me queda que la gracia es algo tan grande, tan magnífico e impresionante que... me quedo sin palabras.

Gracias D. Eudaldo
13/03/18 8:09 PM

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