II. las siete sabidurías

Apoteósis de Santo Tomás (Zurbarán)

Definición analógica

Si Santo Tomás afirma que las funciones del sabio son ordenar y juzgar, que puede realizarlas porque conoce con mayor o menor hondura las causas [1], podría definirse. la sabiduría como un conocimiento cierto por causas.

El rasgo esencial de la sabiduría es que se ocupa de las causas, pero puedo hacerlo en diferentes grados de profundidad. La sabiduría es múltiple, pero su diversidad está unificada, en cuanto que cada una de ellas expresa proporcional o gradualmente la esencia común de sabiduría. No hay variedad por diferencias específicas, que cuando se adicionan diversifican la misma esencia genérica, sino por la diferente graduación de unos únicos y permanentes constitutivos.

La sabiduría, por implicar grados de perfección en el conocimiento de las causas, es analógica. Las causas son así consideradas en diferentes ámbitos, como en el de la naturaleza, en sus muchos ordenes o en el del obrar humano, o bien, de una manera absoluta, como causas primeras universales.

Escala de la sabiduría

También de la explicación del Aquinate, en la Suma teológica, sobre las funciones del sabio[2], se sigue que la sabiduría tiene siete sentidos principales escalonados[3]. Los tres primeros son naturales, porque se dan en el ámbito natural de la mera razón humana. Las cuatro siguientes son sobrenaturales, porque todo o parte de su contenido trasciende cualquier naturaleza creada.

Las tres sabidurías naturales, en orden de menor a mayor perfección, son la del saber corriente o común; la de los saberes científicos, propios de las ciencias empírico experimentales, que se expresan en lenguaje matemático, y que se conocen por antonomasia, como «ciencia»; y la del saber filosófico.

  • La sabiduría corriente u ordinaria es un conocimiento racional por causas, pero confuso y sólo por las causas más superficiales e inmediatas.
  • La sabiduría de las ciencias, en cambio, es un conocimiento sin confusión o con distinción por las causas próximas, y además no ofrece sus contenidos sólo como una simple constatación, sino mostrando su conexión necesaria.
  • La sabiduría filosófica, que al igual que la «ciencia», en su sentido restringido actual, limitado a las ciencias empírico-experimentales y matemáticas, es conocimiento necesario, por causas, sin confusión o con distinción, y que explica que las cosas son así y que no pueden ser de otra manera, pero, en la ciencia filosófica, se hace por las causas últimas.

Las cuatro siguientes sabidurías, pero ya de ámbito sobrenatural, son la sabiduría teológica, la sabiduría mística o contemplativa, la sabiduría de la visión beatífica o la de los bienaventurados, y la sabiduría de Dios.

  • La sabiduría teológica, un conocimiento de los datos revelados con la razón humana para obtener conclusiones implícitas en ellos. La teología es así entitativamente natural, pero radicalmente sobrenatural, por su punto de partida en la fe revelada.
  • La sabiduría mística, que conoce por connaturalidad con lo divino, y que la proporciona los dones del Espíritu Santo. La sabiduría mística, que juzga por las más altas causas, es la «ciencia de los santos».
  • La sabiduría de la visión beatífica, que requiere el hábito sobrenatural de la «lumen gloriae», que hace capaz de la unión con de Dios, de la que gozan los bienaventurados en el cielo,
  • La sabiduría divina, que es increada. Esta «ciencia» infinita de Dios alcanza el sumo grado de perfección.

La ciencia, la nesciencia y la ignorancia

Las dos sabidurías naturales, la científica y la filosófica, y también el primer grado de las sobrenaturales, la teológica, en lo que tiene de racionalidad humana, por la distinción de su conocimiento y su carácter apodíctico, o el mostrar que algo es así y no puede ser de otra manera, pueden denominarse ciencias.

Todo conocimiento científico en general es un saber que implica pensamiento, un conocimiento racional. Todo pensamiento o juicio supone a su vez una indagación sobre su contenido objetivo y un asentimiento, o certeza, el aspecto subjetivo de todo juicio, que consiste en la adhesión individual a su verdad.

Teniendo en cuenta estos dos elementos, la indagación y la certeza, pueden darse varias clases de pensamiento. «De los actos que pertenecen al entendimiento, algunos incluyen firme asentimiento sin indagación o pensamiento, como cuando se consideran las cosas que se conocen o entienden, pues esta indagación está ya hecha. Otros actos del entendimiento tienen pensamiento, aunque sin terminar, y, por tanto, sin asentimiento firme, sea que no se incline a ninguna de las partes, como es el caso de quien duda, sea que se inclinen a una parte más que a otra inducidos por ligeros indicios, y es el caso de quien sospecha, sea porque se inclinan a una parte, pero con el temor de que la contraria sea verdadera, y estamos con ello en la opinión»[4].

La ciencia es un conocimiento completo o perfecto, porque en su adquisición la actividad de pensar o indagación es perfecta, e igualmente la certeza que le sigue. En la ciencia ya adquirida, se conserva la perfección del conocimiento intelectual, pero ya no hay indagación, porque ya se ha realizado, pero si la certeza, que continua siendo perfecta.

En, la ignorancia, lo contrario del saber científico, no hay ni indagación ni certeza. Es la ausencia de saber. Santo Tomás distingue, en otro pasaje de la Suma teológica, entre la nesciencia, falta de saber o desconocimiento, y la ignorancia, la falta de un saber, que debería tenerse, o una privación de una verdad debida.

En la primera, la nesciencia, el desconocimiento, es una limitación, en la segunda, la ignorancia es un mal, ya que: «La ignorancia difiere de la nesciencia, porque esta última es simple negación de ciencia; y, en este sentido, de cualquiera que no posee una ciencia se puede decir que la desconoce». Desconocimiento que puede ser común a toda la naturaleza humana o a algunos individuos de tal naturaleza.

La ignorancia se da sólo en las naturalezas humanas individuales. «La ignorancia es privación de la ciencia para cuya consecución somos aptos por naturaleza».

Debe distinguirse en la ignorancia personal la que es un mal de la que es una limitación individual. «De esas cosas que están al alcance de la naturaleza, algunas estamos obligados a conocer necesariamente, como las que se requieren para el acto debido (…) todos (…) los preceptos universales del derecho y cada uno, las cosas tocantes a su oficio. En cambio, hay otras cosas que, aunque uno pueda conocerlas, no es obligatorio saberlas, por ejemplo, los teoremas de la geometría y los casos particulares, a no ser en circunstancias especiales»[5].

La duda y la sospecha

Entre el conocimiento perfecto o acabado de la ciencia y su ausencia en la ignorancia, se da una escala de conocimientos imperfectos en distinto grado. Cuando la indagación es imperfecta, porque no se ha podido realizar correctamente por el motivo que sea, y, por tanto, también la certeza consiguiente es imperfecta, pueden darse tres tipos de saberes: la duda, la sospecha y la opinión.

La duda es un saber imperfecto. En el saber de la duda, la indagación no se ha concluido, porque, ante varias posibilidades de lo que sea la verdad, no se tiene preferencia por ninguna de ellas. La duda, por tanto, supone una certeza imperfecta. En realidad, en la duda no hay propiamente certeza, porque se suspende la afirmación y la negación. No se encuentra una razón para enjuiciar, lo que se llama «duda negativa», o se ven iguales las razones para afirmar o negar, que se denomina entonces «duda positiva».

No debe confundirse el dudar con el preguntar. Es distinto el acto de hacerse preguntas que el de dudar. Cuando se plantea una pregunta, hay algo que se ignora, pero también algo que se sabe sobre el contenido que se interroga. En la pregunta ya existe una indagación y certeza, pero que pueden completarse con mayores contenidos.

La pregunta supone un conocimiento que no ha concluido. En cambio, en la duda, no se posee ninguna certeza sobre lo cuestionado, porque ante la falta de éxito de la indagación, la certeza ha quedado totalmente suspendida.

La sospecha o conjetura es igualmente un conocimiento imperfecto. Tampoco la indagación ha terminado. Sin embargo, a diferencia, de la duda, hay una de las alternativas de la indagación, que se considera que tiene mayor posibilidad, porque hay señales que inducen a ello. Tales indicios generalmente son subjetivos, de tipo tendencial o pasional. A diferencia de la duda hay certeza, aunque es muy imperfecta.

La opinión

Por último, la opinión es un saber imperfecto, pero en menor grado que la duda y la sospecha. Es parecida a esta última, en cuanto a la indagación y certeza imperfectas. Sin embargo, hay una preferencia por alguna de las posibilidades, porque existen indicios externos u objetivos, pero que solamente implican probabilidad de verdad. Por consiguiente, a su certeza imperfecta, a la opinión le acompaña el temor que alguna de las otras posibilidades contrarias sea verdadera.

Del juicio, que es una opinión, debe seguirse siempre el respeto a las opiniones distintas a la propia. Notaba Jaime Balmes que «Cuando decimos que toleramos una opinión hablamos siempre de opinión contraria a la nuestra. En ese caso la opinión ajena es en nuestro juicio un error»[6]. Se tolera o condesciende algo considerado erróneo, y, por tanto, un mal, porque la tolerancia es «el sufrimiento de una cosa que se conceptúa mal, pero que se cree conveniente dejarla sin castigo»[7]. En este caso, el juicio, y la actitud tolerante, no se hace desde una opinión, sino desde un saber propio, que se tiene como cierto, y, por tanto, verdadero, y los opuestos como erróneos y males. El error o mal no se respeta, únicamente se puede tolerar.

Cuando el juicio propio es también una opinión, entonces no se toleran las otras, sino que se respetan. «Bajo este concepto podemos muy bien decir que respetamos la opinión ajena, con lo que expresamos la convicción de que podemos engañarnos y de que quizás no esta la verdad de nuestra parte». A diferencia del caso anterior se respeta el saber del otro, pero en ambos, aunque con el primero se considere un error, que así se tolera, pero que si se pudiera se eliminaría, se respeta siempre a los demás por su dignidad intrínseca. Tanto en la tolerancia como en el respeto de las opiniones se debe siempre: «respetar las personas que las profesan, respetar la buena fe, respetar sus intenciones»[8].

Los juicios temerarios

Para resolver la duda ante la bondad o malicia del comportamiento de los demás, e incluso la sospecha y la opinión, y evitar el juicio temerario —el juicio sobre su maldad por «ligeros indicios»[9]— Santo Tomás afirma que hay que interpretar su comportamiento favorablemente. Norma moral que argumenta así: «Por el hecho mismo de que uno tenga mala opinión de otro sin causa suficiente, le injuria y le desprecia. Más nadie debe despreciar o inferir a otro daño alguno sin una causa suficiente que le obligue a ello. Por lo tanto, mientras no aparezcan manifiestos indicios de la malicia de alguno, debemos tenerle por bueno, interpretando en el mejor sentido lo que sea dudoso»[10].

No obstante, considera que en el ser humano: «Lo defectuoso es lo más frecuente»[11], y así, con mayor frecuencia que el bien, los hombres obran el mal. Sin embargo, para no faltar a la justicia ni a la caridad debe procurarse pensar y hablar bien de los demás, aun con el riesgo de equivocarse. «Puede suceder que el que interpreta en el mejor sentido se engañe más frecuentemente; pero es mejor que alguien se engañe muchas veces teniendo buen concepto de un hombre malo que el que se engañe raras veces pensando mal de un hombre bueno, pues en este caso se hace injuria a otro, lo que no ocurre en el primero»[12]. Es mejor errar muchas veces juzgando bien, que una sola vez juzgando mal.

La ciencia y sabiduría prácticas

Queda, por último, señalar que las sabidurías científicas naturales proporcionan muchos bienes al hombre, Son un gran bien natural. Sin embargo, la supera la sabiduría de la fe. Santo Tomás, que tenía «el oficio de sabio», afirmaba: «Es evidente: ningún filósofo antes de la venida de Cristo, aun con todo su esfuerzo, pudo saber acerca de Dios y de las cosas necesarias para la vida eterna, lo que después de su venida sabe cualquier viejecilla por medio de la fe»[13]

Lo mismo se encuentra en la sabiduría popular española, tan acorde con el tomismo, expresada en la siguiente copla, que comentó, junto otros muchos autores, Lope de Vega en varias de sus obras teatrales:

«La ciencia más acabada
es que el hombre en gracia acabe,
pues al fin de la jornada
aquél que se salva sabe
el otro no sabe nada».

Eudaldo Forment

Nota

[1] Cf. Santo Tomás, Suma teológica, I-II, q. 57, a. 2, in c.

[2] Ibíd., I, q. 1, a. 6, in c

[3] También se sigue que nada impide llamar sabiduría a la prudencia, en el lenguaje corriente saber comportarse adecuadamente en la vida. También es sabiduría la virtud infusa sobrenatural de la prudencia y el correspondiente don del Espíritu Santo que la perfecciona, que se llama sabiduría.

[4] SANTO TOMÁS, Suma teológica, II-II, q. 2, a. 1 in c.

[5] Ibíd., I-II, q. 76 a. 2, in c.

[6] JAIME BALMES, El protestantismo comparado con el catolicismo, en IDEM, Obras completas, Madrid, BAC, 1948, 8 vv., Vol. IV, XXXIV, p. 342.

[7] Ibíd., XXXIV, p. 341.

[8] Ibíd., XXXIV, p. 342.

[9]Santo Tomás, Suma teológica, II-II, q. 60 a. 3 in c.

[10]Ibíd., II-II, q. 60 a. 4 in c.

[11]Ibíd., I, q. 49 a. 3 ad 5.

[12] Ibíd., II-II, q. 60 a. 4, ad 1.

[13] IDEM, Consideraciones sobre el Credo, Prol., 3.

3 comentarios

  
Franco
Don Eudaldo, es notable todo lo que se aprende en sólo un post.
Por hoy sólo le hago una pregunta: en la sabiduría mıstica, ¿Se incluye el conocimiento adquirido mediante una revelación privada?
Saludos.


02/10/14 3:18 AM
  
Juan de los Palotes
Qué buena sorpresa encontrar que D. Eudaldo Forment escriba aquí. Gracias!


02/10/14 5:14 AM
  
Horacio Castro
Valiosos los dos artículos publicados. También tuve el gusto de conocer al Profesor Mendoza mencionado por Ud. en una anterior respuesta. Coincidimos en la amistad con una muy querida familia y éramos todos vecinos de “F.A.S.T.A. Catherina” en Bs. As. Allí asistí a un curso y comencé a concurrir a conferencias igualmente magnificas. Uno de los libros que me prestó Don Rodolfo era del Padre Cornelio Fabro y nos motivó a una charla sobre la excelsa (término que aplicaba Mendoza) razón en Santo Tomás. El Padre Fabro explicaba en ese libro que advirtió en un párrafo de apariencia perfecta algo que no podía corresponder al pensamiento del Doctor Angélico. Como experto autorizado examinó el texto original y comprobó que durante siglos había permanecido mal copiado. Lo saludo.


13/10/14 2:52 AM

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