(567) Evangelización de América (76). Río de la Plata (II). Difícil conquista y evangelización
–Muy bella la iglesia.
–Bellísima. La hicieron en 1587 los franciscanos, fray Luis de Bolaños y compañeros, con los guaraníes que venían adiestrados en las Reducciones franciscanas. Es una muestra admirable del arte hispano-guaraní. Fíjese más abajo en el retablo.
–Comienzos fracasados
Las primeras aproximaciones a la zona del Río de la Plata fueron realizadas por Magallanes, en 1520, entrando en el gran estuario, y por Frey García Jofre de Loayza, en 1525, pero no dejaron consecuencias.
La primera entrada considerable se produjo en 1527, cuando el veneciano Sebastián Caboto, Piloto Mayor del Rey hispano, infringiendo las instrucciones recibidas de ir al Oriente por el estrecho de Magallanes, se adentró por el río Paraná, pues había oído que conducía a la Sierra de la Plata. Bastante arriba del río encontró, al regresar, la expedición de Diego García de Moguer, ésta sí autorizada. Pero el hambre, la ignorada geografía y la hostilidad de los indios les obligó, tras graves pérdidas humanas, a regresar a España en 1529.
–Primer Adelantado don Pedro de Mendoza
Mendoza partió en 1535 de España con una buena flota, compuesta por catorce naves y unos dos mil hombres, que llegaron al Mar Dulce, estuario del Río de la Plata, a comienzos de 1536. Rodrigo de Cepeda, de Avila, aquél que cuando era chico se escapó de casa con su hermanita Teresa hacia tierras de moros «pidiendo por amor de Dios que allí nos descabezasen», iba en la expedición. Y en febrero de 1536 establecieron una precaria fundación, el puerto de Nuestra Señora del Buen Aire, en zona habitada por indios charrúas, guaraníes y de otras tribus. Estos hombres de Mendoza tuvieron muy graves dificultades para sembrar, para cazar, para edificar, y el peor de los obstáculos fue sin duda para ellos la hostilidad de los indios querandíes, bartenis, charrúas, timbúes.
En los Relatos de Ulrico Schmidel hallamos una crónica impresionante de todo lo que allí pasaron (cp.8-11). A todo esto, el adelantado Mendoza, gravemente enfermo de sífilis, quiso volver a morir en España. Dejó a Ruiz Galán de gobernador de Buenos Aires, embarcó en 1537, y murió en la navegación. En 1541 se tomó la decisión de despoblar Buenos Aires. Entre tanto, los principales capitanes de Mendoza, el vergarés Domingo Martínez de Irala, y los burgaleses Juan de Ayolas y Juan Salazar de Espinosa, habían partido en diversas misiones de exploración o conquista. En 1537 Salazar fundó, con 57 hombres, el fuerte de la Asunción, bien arriba del río Paraná, y allí fueron a recogerse los sobrevivientes del Buenos Aires despoblado. Y más tarde llegó noticia de que Ayolas había sido matado, con todos sus hombres, por los indios naperus y payaguáes. De todos estos sucesos da también referencia detallada Ruy Díaz de Guzmán, nieto de Irala, en una crónica escrita en 1612 (La Argentina).
En 1539 se dió el mando al vasco Irala, y cuando éste pasó revista en la Asunción, cuenta Ruy Díaz de Guzmán, halló que de los 2.400 que habían entrado en la conquista, sólo tenía ya 600. Un desastre. Asunción era entonces una mínima isla de españoles perdida en un mosaico de tribus indias, unas veces aliadas, otras hostiles. Para colmo de males, era una ciudad en buena medida podrida de vicios. La costumbre indígena daba el trabajo del campo a las indias, de modo que los españoles tenían que adquirir un buen número de ellas para cultivar sus tierras.
En 1545, el capellán Francisco González Paniagua, sin exagerar nada, le escribía al Rey: «acá tienen algunos setenta [mujeres]; si no es algún pobre, no hay quien baje de cinco o seis; la mayor parte de quince y de veinte, de treinta y cuarenta» (+Morales Padrón, Historia 639). Se hablaba por esos años de la Asunción como del Paraíso de Mahoma.
Y cuenta Schmidel: «Entre estos indios el padre vende a la hija, item el marido a la mujer, si ésta no le gusta; también el hermano vende o permuta a la hermana; una mujer cuesta una camisa, o un cuchillo de cortar pan, o un anzuelo o cualquier otra baratija por el estilo».
–Segundo Adelantado, don Alvar Núñez Cabeza de Vaca
En 1542 llegó el segundo Adelantado,y Asunción aumenta en cuatrocientos habitantes. Pero al año siguiente un terrible incendio destruye la ciudad de paja y madera. Alvar Núñez era hombre experimentado: más arriba recordamos, siguiendo su misma crónica Naufragios, lo que hubo de pasar, como sobreviviente, en su interminable travesía solitaria desde La Florida al sur de México. Hombre enérgico y atractivo, emprendió pronto la reconstrucción de la ciudad, esta vez en adobes, y sobre todo intentó poner límite a la inmoralidad de sus pobladores poligámicos, sumamente pobres.
La pobreza paraguaya era ya cosa famosa entre los españoles de las Indias. Vestidos de cueros o algodón, en chozas pobres, sin oro ni plata, malvivían de la ganadería y del trabajo agrícola de las indias. Tuvo Alvar Núñez buena política con los indios, y con la ayuda de los guaraníes, redujo a los guaycurúes, que eran tenidos por invencibles. Él mismo hizo crónica de sus aventuras, con gran viveza, en sus Comentarios. Pero una parte de los españoles, resentidos de su autoridad y deseosos de un caudillo más audaz, que les llevara a los reinos fantásticos –a la Sierra de Plata, al Reino de las Amazonas, al Imperio del Rey Blanco…–, lo apresó y lo envió a España, donde su proceso duró ocho años.
–Domingo Martínez de Irala
Hubo, por cierto, muchos vascos en los comienzos del Plata. Y en 1544 llegó Irala otra vez al poder. Una entrada penosísima por el Chaco, en 1547, permitió que llegara con sus hombres hasta Charcas, donde los indios macasíes, cuenta Schmidel, «nos recibieron muy bien, y empezaron a hablar en español, lo que nos asustó mucho» (Relatos cp.48). Se enteraron así de que estaban, con inmensa decepción, en el Perú hispano. Otra entrada por el Chaco en 1553 fue también un desastre. Y cuando muere el gobernador Irala en 1556, se han apagado ya las ansias de Reinos fabulosos, y la gente quiere «poblar y no conquistar».
Gonzalo de Mendoza, yerno de Irala, tomó entonces el mando, pero murió pronto, en 1558. El Cabildo de Asunción eligió gobernador a Ortiz de Vergara, que sometió a los indios guayrá, y sujetó también a los guaraníes, alzados en 1563. Pronto Vergara sufre un proceso, y cuando se le restituye en el cargo, en 1567, ya la Audiencia limeña ha nombrado gobernador a Juan Ortiz de Zárate.
En estos años, el hidalgo vizcaíno Juan de Garay, partiendo de Asunción, funda Santa Fe (1573) con ochenta soldados, «todos los más hijos de la tierra», según Ruy Díaz (Argentina III,19); y vuelve a fundar Buenos Aires (1580) con sesenta y cuatro vecinos, diez de ellos españoles, los demás «mancebos de la tierra», es decir, mestizos de español e india.
–Difícil evangelización
A los comienzos en el Plata, los españoles se aliaron principalmente con los guaraníes y con los guaycurúes, sobre todo con los primeros, en un mestizaje de guerra y también de sangre, del que nacieron los llamados en las antiguas crónicas «mancebos de la tierra». Y los misioneros pronto se dieron cuenta de que los guaraníes del Paraguay, así como sus parientes los carijó y los tape del Brasil meridional, también de habla guaraní, eran con bastante diferencia los indios que mejor recibían la acción evangelizadora y civilizadora. Además la lengua guaraní, de gran belleza, era sin duda entre las cien lenguas de la zona, la de mayor extensión.
De todos modos, la evangelización del Plata se presentó desde el principio como una tarea sumamente ardua y difícil, que parecía estrellarse con lo imposible. Aparte del mosaico inextricable de pueblos hostiles entre sí, apenas conocidos, y difíciles de conocer por su agresividad, se daba otra dificultad complementaria, y grave. Al carecer la tierra de riquezas mineras, el flujo inmigratorio de españoles era muy escaso, menor en cantidad y calidad que en otras zonas privilegiadas, como Perú o México. Aquí los españoles que llegaban habían de limitarse al cultivo de la tierra y a la ganadería con la ayuda, muchas veces difícil de conseguir, de los –o más bien de las– indígenas.
Tardía evangelización
Todo eso explica que, a finales del siglo XVI, cuando ya en los grandes virreinatos de Perú y México había notables ciudades, universidades y catedrales, en el cono Sur de América apenas se había logrado una organización aceptable de lo cívico y lo religioso. El obispado de Asunción es relativamente antiguo, de 1547, pero el de Buenos Aires es de 1620, y el de Montevideo data de 1878, pues hasta entonces Uruguay había sido un vicariato apostólico.
Los trámites civiles y religiosos eran por aquella región indeciblemente lentos… Sólo un ejemplo: La fundación de una Universidad en San Miguel de Tucumán (1763) costó a los jesuitas 13 años de memoriales, expedientes y gastos… Como veremos, sólo con las Reducciones de indios, desde finales del siglo XVI, y sobre todo desde comienzos del XVII, comenzará a arraigar allí el Evangelio de Cristo. El convento dominico de Montevideo es de 1810.
–Los Borbones de la Ilustración
Todo había ido muy lento en el Plata durante los siglos XVI y XVII, por las dificultades aludidas, pero ya más tarde las dificultades iban a ser las propias del XVIII y XIX. En efecto, «los ministros del despotismo borbónico, que llevaban por bandera el programa de la Ilustración, se oponían a la fundación de colegios y universidades, aun sin gastos para el real erario» (Esponera Cerdán, Los dominicos y la evangelización del Uruguay 273).
Ya había quedado atrás la época en que la Corona hispana apoyaba con fuerza la evangelización, y ahora el Plata hallaba para el Evangelio las mismas dificultades que en el XVIII halló en México el franciacano San Junípero Serra, o en el XIX en Colombia el agustino San Ezequiel Moreno.
En este mundo del Plata, tan heterogéneo, con tantos aspectos negativos, tan revuelto y desorganizado por parte de los indios y también de los españoles, ¿qué podían hacer los misioneros?… Con la fuerza de Dios omnipotente y misericordioso, lograron plantar la Iglesia de Cristo en aquellas extensas y heterogéneas regiones, que habrían de florecer como naciones verdaderamente cristianas.
Laus Deo!
José María Iraburu, sacerdote
Bibliografía de la serie Evangelización de América
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