(563) Evangelización de América (73). Nueva Granada. -San Pedro Claver, S.J., de Verdú a Cartagena de Indias (I)

–El Padre Claver hacia muchas obras de caridad corporales, ¿pero también hacía las espirituales, el apostolado con los esclavos, la evangelización?

–Ciertamente, admirablemente. Lo veremos en el próximo artículo. 

 

Un catalán de Verdú

En Cataluña, en el Valle de Urgel, provincia de Lérida, está el pueblo de Verdú, que a finales del XVI tenía unos 2.000 habitantes. Allí, en una hermosa masía, donde vivía un matrimonio de ricos labradores, Pedro Claver y Minguella y Ana Corberó y Claver, nació en 1580 San Pedro Cla­ver. Su padre fue alcalde y regidor primero del pueblo. Y él fue el menor de varios hermanos, Juan, Jaime e Isabel. Seguiremos su vida atendiendo a la biografía escrita por Ángel Valtierra y Rafael M. de Hor­nedo.

Teniendo Pedro trece años, murió su madre, y poco después su hermano Jaime. El padre volvió a casarse, con Angela Escarrer, y muerta ésta, con­trajo terceras nupcias, con Juana Grenyó. No parece que estos aconteci­mientos enfriaran en Pedro su cariño a la familia, pues en una carta a ella dirigida desde Mallorca se expresaba en un tono muy confiado y afectuoso.

De chico habría estudiado sus primeras letras con los beneficiados de la iglesia parroquial, y muy pronto sintió la vocación eclesiástica, pues a en 1595 recibió del Obispo de Vich la primera tonsura en Verdú. Y viendo sus padres esta inclinación vocacional, en el año 1596 o 1597 enviaron a Pedro a Barcelona, al estudio general, como estudiante externo. Allí realizó tres cursos de gramática y retórica. En 1601 ingresó en el Colegio de Belén, de los jesuitas.

 

En la Compañía de Jesús, con vocación de esclavo

Estando en el Colegio de Belén, de Barcelona, se decidió Pedro a ser je­suita, y en 1602, con veintidós años, entró en el noviciado de Tarragona. Los dos años que allí vivió marcaron en él la espiritualidad ignaciana para siempre.

La Compañía de Jesús, por esos decenios, estaba en plena expansión. Por esos años, concretamente al morir San Ignacio en 1556, la Compañía tenía ya unas cien casas y unos mil religiosos. Y en 1615, a la muerte del padre Aquaviva, cuarto General, había unos 13.000 jesuitas distribuídos en 372 colegios, 156 residencias y 41 noviciados. El ím­petu misionero de los jesuitas, encabezado por San Francisco de Javier (1506-1552), fue desde un principio formidable, de tal modo que ya muy pronto se extendieron por todo el mundo cristiano y por las misiones. Desde el último cuarto del siglo XVI desplegó la Compañía su gran fuerza espiritual y misional por toda América.

El hermano Nicolás González, que acompañó a San Pedro Claver en Cartagena durante veintidós años, cuenta que cuando el padre hizo en 1604 sus votos, escribió en un cuaderno de notas que llevaba siempre con­sigo: «Hasta la muerte me he de consagrar al servicio de Dios, haciendo cuenta que soy como esclavo que todo su empleo ha de ser en servicio de su Amo y en procurar con toda su alma, cuerpo y mente agradarle y darle gusto en todo y por todo».

Al realizar con tanto amor esta consagración personal al Señor, el padre Claver tenía veinticinco años, y según un contemporáneo era un hombre «esforzado, enérgico y robusto, con un rostro perfecto y regular, iluminado por ojos grandes y negros, por los cuales brota el fuego de su alma juvenil, cuerpo con una gran entereza física, aún no gastado y atenazado por aque­lla melancolía que será típica en sus últimos años».

Durante un año en Gerona completó sus estudios de latín, griego y ora­toria. Ya estaba entonces espiritualmente maduro para un encuentro de­cisivo, dispuesto para él en Mallorca por la providencia amorosa de Cristo.

 

San Alonso Rodríguez (1531-1617)

Los tres años que San Pedro Claver pasó en la isla de Mallorca, en el Colegio de Montesión, realizando sus estudios eclesiásticos con los jesui­tas, fueron recordados por él siempre como «los más bellos de su vida», y no tanto por el encanto de aquellos lugares, o por la calidad de los estudios, sino ante todo por su amistad espiritual con el hermano por­tero de la casa, el jesuita San Alonso Rodríguez.

Este santo anciano, que allí vivía y servía desde 1571, tenía entonces setenta y tres años venera­bles. Nacido en Segovia en 1531, fue durante toda su vida religiosa, es de­cir, durante cuarenta y siete años, portero de Montesión. Murió en 1617, fue beatificado en 1824, y canonizado, al mismo tiempo que San Pedro Claver, en 1888.

Al llegar a Mallorca, Pedro Claver no estaba muy seguro de su vocación sacerdotal, ni tenía idea apenas de lo que el Señor quería hacer con él. En cuanto llegó a Montesión, dice el hermano Nicolás González, «tuvo per­miso para hablar todas las noches un cuarto de hora a solas con Alonso sobre el modo de adquirir la perfección evangélica». Y allí fue, por media­ción de San Alonso, donde el corazón de San Pedro recibió de Dios su orientación definitiva. Por su parte, aquel santo portero tenía un carisma especial para formar espiritualmente a los jóvenes jesuitas, y para susci­tar en ellos vocaciones misioneras hacia las Indias.

En este tiempo tuvo Alonso, acompañado de su ángel de la guarda, una visión del cielo, donde vio un precioso trono vacío, y oyó que le era dicho: «Éste es el lugar preparado para tu discípulo Pedro Claver en premio de sus muchas virtudes y de las innumerables almas que convertirá en las Indias con sus trabajos y sudores». Nada de esto dijo San Alonso a Pedro, pero ya, con más seguridad interior, le fue hablando del apostolado misio­nero en las Indias: «Cuántos que están ociosos en Europa –le decía con lágrimas en los ojos– podrían ser apóstoles de América»… Y le añadía: «¡Oh, que la caridad de Dios no haya de surcar aquellos mares que ha sa­bido hendir la humana avaricia!».

Ya llegaban por entonces muchas noti­cias de los grandes misiones llevadas adelante por la Compañía de Jesús entre los indios. Tantos pueblos nuevos, tantos hombres que todavía igno­raban el amor de Cristo y la fuerza salvadora de su Espíritu… «Pues qué, ¿no valen también aquellas almas la vida de un Dios? Por ventura, ¿no ha muerto El también por ellas? Ah, Pedro, hijo mío amadísimo, ¿y por qué no vas tú también a recoger la Sangre de Jesucristo? ¡No sabe amar el que no sabe padecer, y allá te espera, y ay si supieses el gran tesoro que te tiene preparado!».

 

Hombre de pocos libros

Terminado el trienio de Mallorca, en 1608 fue Claver a Barcelona para estudiar teología durante dos años. El padre Gaspar de Garrigas, su con­discípulo, escribirá del padre Pedro acerca de ese tiempo: «No le vi que­brantar ni faltar en la observancia de ninguna regla, por mínima que fuese. En todo trataba de imitar al santo hermano Alonso Rodríguez».

San Pedro Claver, siguiendo la norma ignaciana, non multa, sed mul­tum, hizo su lectura espiritual mucho más a fondo que en extensión. En su celda de Cartagena, según cuenta el hermano Nicolás, tenía unos pocos libros en los que leía siempre.

La biblioteca básica del padre Claver estaba compuesta por el Evangelio, San Bernardo, el Kempis, escritos de Santa Teresa, las Meditaciones de los misterios de nuestra Santa Fe en la prácti­ca de la oración mental sobre ellos, del padre La Puente (1605), el Libro de la guía de la virtud y de la imitación de Nuestra Señora, tres volúmenes editados en Madrid (1624-1646), y otro, con 160 grabados, del padre Barto­lomé Ricci, Vita D. N. Iesv Christi, impreso en Roma (1607). Otro libro que alegró mucho al padre Claver en su última enfermedad, fue el escrito por el padre Francisco Colín, catalán: Vida, hechos y doctrina del Venerable Hermano Alonso Rodríguez, publicada en Madrid (1652). «Bendito sea Dios –dijo nuestro Santo– que me ha dejado ver impresa cosa que tanto deseaba».

De todos modos, puede decirse en realidad que toda la lectura y medita­ción de San Pedro Claver podía concentrarse en el texto sagrado de la Pa­sión de Nuestro Señor Jesucristo: pensaba él «que no se debía leer otra cosa en el mundo». Y aún hubiera podido Claver dejar a un lado todos esos escritos referidos, y quedarse mirando solamente el Crucifijo. Ese era su libro único, en el que el Señor se lo decía todo.

 

Un precioso cuaderno de avisos espirituales

San Alonso Rodríguez supo ciertamente que Pedro Claver iba a ser un gran santo. En Mallorca, antes de separarse de él, le dió, escrito de su mano, el Oficio parvo de la Inmaculada, que toda su vida guardó San Pe­dro, y rezó tres veces por semana. Y le dió además un cuaderno de avisos espirituales, también autógrafo. Pedro Claver, con especial licencia de sus superiores, lo recibió como un precioso tesoro, y siempre lo llevó consigo, hasta su última enfermedad, en que lo tuvo sobre su pecho. 

Merece la pena que transcribamos aquí una selección de los avisos espi­rituales de San Alonso Rodríguez, hecha por A. Valtierra y R. M. de Hor­nedo (44-45), ya que en ellos tenemos una síntesis exacta de la espiritua­lidad de San Pedro Claver. Esto es justamente lo que él vivió:

«Para buscar la voluntad de Dios es necesario que el hombre, en todos los casos, me­nosprecie hacer su voluntad; porque cuanto más muriere a sí mismo, tanto más vivirá a Dios; y cuando más se purgare de el amor suyo, y amor propio, tanto más abundará en el de Dios. Y para cumplir la voluntad de Dios, es menester que el hombre le ame; porque la medida del amor será el cumplimiento de la voluntad de Dios.

«No está la perfección del religioso en tener el cuerpo cerrado de paredes, sino en tener el alma acompañada de virtudes.

«Si quiere ganar mucho y bien hablar, hable de Dios siempre y con Dios, viviendo con El a solas humildemente.

«Hablar poco con los hombres y mucho con Dios.

«Antes de salir de casa, visite a Nuestro Señor en su templo y pídale que le acompañe y vaya siempre con El.

«Nunca comer cosa dulce, ni regalada, ni otra que la necesaria para sustentar la vida: quien admite el regalo del cuerpo pierde el del espíritu, y quien se regala con los hombres pierde los regalos de Dios.

«Gócese en los vituperios y estime los baldones, por los que Cristo sufrió por él; humíllese en las afrentas, pues merece más por sus pecados.

«Medite a menudo la pasión del Señor; acuérdese en cada hora lo que padeció por él y déle muchas gracias y pídale su cruz y llévela con gusto por su amor.

«Sirva a las misas siempre que pudiere, acordándose que los ángeles asisten y sirven al Señor que allí se ofrece; mírele en el altar, como en el Calvario, y ofrézcale con el sacerdo­te a su Eterno Padre.

«Sea muy devoto de la Santísima Virgen, amándola y sirviéndola de todo corazón; visítela muchas veces cada día; ofrézcale todas sus obras; récele su rosario y si pudiere sus horas; y no pierda ocasión de hacerle cualquier servicio; contemple sus virtudes, y anímese a imitarlas con la gracia de Dios.

«Sea también devoto del santo ángel de su guarda y de San Ignacio, nuestro padre, ámele como hijo, venérele como a padre y ponga a ambos por intercesores para alcanzar lo que pidiere a Dios.

«Velar mucho y dormir poco; cuanto se ahorra de sueño se añade de vida y merecimien­tos.

«Estudiar con cuidado lo necesario y no lo supérfluo; la ciencia conveniente aprovecha, y la supérflua envanece.

«Busque en todas las cosas a Dios y le hallará y tendrá siempre a su lado».

Bajo la acción de la gracia de Dios, cumpliendo fielmente estas normas de vida, San Pedro Claver, convirtió y bautizó 300.000 esclavos negros en las Indias.

 

Claver a las Indias

Había en Sevilla una casa en la que se reunían los jesuitas que iban a partir a las Indias. Allí se juntó la expedición conducida por el padre Alon­so Mejía, el cual dispuso que se ordenaran de subdiáconos los que ya te­nían órdenes menores. El hermano Claver, con toda humildad, se excusó. Aún no le había mostrado claramente el Señor su vocación sacerdotal, ni siquiera a través del hermano Alonso. Este, según manifestó Claver poco antes de morir, le había comunicado claramente tres cosas: que él trabaja­ría con negros, en Nueva Granada, y concretamente en Cartagena. Pero, según parece, no más.

En abril de 1610, partió por fin la expedición rumbo a las Indias, cuando Pedro Claver tenía treinta años, en uno de los 60 o 70 galeones que por entonces salían anualmente de Sevilla. Cuando llegaron al puerto de Cartagena, la audiencia del Nuevo Reino de Granada comprendía Colom­bia y parte de Panamá, Venezuela y Ecuador, y un buen gobernador la presidía, don Juan de Borja, nieto de San Francisco. En el Colegio jesuita de Santa Fe de Bogotá, hasta 1613, Pedro Claver acabó sus estudios de teología, cobrando gran amistad con el profesor Antonio Agustín, que fue su padre espiritual hasta 1635.

Un año más, el de su tercera probación, en 1614, pasó Claver en el cole­gio que la Compañía tenía en Tunja, pequeña ciudad llena de encanto, so­bria y ascética. Al noviciado jesuita que allí había legó antes de morir, como preciado tesoro, el cuaderno autógrafo de San Alonso. Y desde Tunja, en 1615, San Pedro Claver, a los treinta y cinco años, se diri­gió por el camino de Honda, río de Magdalena y Mompox, a Cartagena, su destino final.

 

Cartagena de Indias

En contraposición a Tunja, ciudad serena, y un poco triste, en la que predominaban los indígenas asimilados, Cartagena, el puerto fortificado que daba acceso a Nueva Granada, con sus muchos mestizos y negros, fo­rasteros y comerciantes, era una ciudad revuelta y bulliciosa, en la que la caridad no podía ser ejercitada sino en forma heróica. Sumaba entonces Cartagena unos 2.000 españoles y 3 o 4.000 negros, muchos de ellos a la espera de ser vendidos y llevados a otros lugares. Por entonces, sólo en Cartagena y en Veracruz estaba autorizada en América hispana la trata legal de negros.

El mismo Claver describe aquella ciudad: «Estos lugares son tan calurosos, que estando al presente en la mitad del invierno, se siente mayor calor que en la canícula. Los esclavos negros, en número de 1.400 en la ciudad, van casi desnudos. Los cuerpos humanos de continuo están bañados en sudor. Hay gran escasez de agua dulce, y la que se bebe es siempre caliente… Creo que en ninguna parte del mundo hay tantas moscas y mosquitos como en estas regiones; la mayor parte de los campos son pantanosos; el aire es poco pro­picio a la salud; los europeos se enferman aquí casi todos… No escribo esto apesadumbra­do por haber venido, antes bendigo a Dios de haber secundado mi deseo de padecer algo por El. Sólo pretendo informaros de la calidad de estas partes del Nuevo Mundo.

«En cuanto a forasteros, ninguna ciudad de América, a lo que se dice, tiene tantos como ésta; es un emporio de casi todas las naciones, que de aquí pasan a negociar a Quito, Mé­jico, Perú y otros reinos; hay oro y plata. Pero la mercancía más en uso es la de los escla­vos negros. Van los mercaderes a comprarlos a valiosísimos precios a las costas de Angola y Guinea; de allí los traen en naves bien sobrecargadas a este puerto, donde hacen las primeras ventas con increíble ganancia… A los esclavos que desembarcan por primera vez en Cartagena, gente sumamente ruda y miserable, acude la Compañía con toda caridad, pues para esto fue llamada acá en años pasados. Según muchos me dicen, yo seré uno de los destinados a la obra de su catequización, y ya se trata de darme los intérpretes» (+Valtierra 63).

 

Padre Alonso de Sandoval (1576-1652)

La Providencia divina fue guiando la vida del padre Claver, y le acercó en cada momento la persona que necesitaba. Pues bien, lo que fue para él en Mallorca el hermano Alonso Rodríguez, como formador de su vida espi­ritual, eso fue el padre Alonso de Sandoval, para la orientación de su mi­nisterio apostólico con los esclavos negros. En 1603 la Compañía de Je­sús, con la ayuda de su buen amigo dominico Juan de Ladrada, Obispo de Cartagena, había iniciado en aquel puerto su presencia y servicio. Y el gran impulsor y organizador del apostolado con los esclavos negros fue el padre Alonso de Sandoval.

Su padre, contador de la Real Hacienda en Lima, tuvo doce hijos, de los que seis fueron religiosos. Alonso, nacido en Sevilla en 1576, ingresó en la Compañía de Jesús en Lima. Aunque muy inteligente, no obtuvo calificaciones demasiado altas, y a causa de su carác­ter algo fuerte y desabrido, y de la audacia de sus acciones apostólicas, se le negó siempre la profesión perpetua, aunque llegó a rector del Colegio de Cartagena en 1623.

Desde que el padre Sandoval fue asignado en 1605 a la joven fundación de Cartagena, hasta su muerte en 1652, casi toda su vida transcurre en este puerto, entregado en cuerpo y alma al servicio de los esclavos negros recién llegados o bozales, con una caridad y abnegación indecibles.

Alonso de Sandoval visitaba la cargazón de negros cuando llegaban los galeones, prestaba los primeros auxilios, averiguaba la lengua y proceden­cia de aquellos esclavos atemorizados, hacía unas catequesis de urgencia, bautizaba a los moribundos. Atendía después a los negros en las armazo­nes, donde se formaba una verdadera Babel de lenguas diversas: angolas, congos, jolofos, biafaras, biojos, enau, carabali, etc. Sandoval llegó a dis­tinguir más de setenta lenguas, y habló varios de los dialectos.

La Com­pañía, en esta situación, se vio obligada a comprar negros intérpretes, hasta dieciocho, algunos de los cuales, como el llamado Calepino, hablaba once lenguas diversas. El celo apostólico de Sandoval, su experiencia tan prolongada, su inteligencia y sentido práctico, quedaron expresados en una obra asombrosa, Naturaleza, policía sagrada i profana, costumbres i ritos, disciplina i catecismo evangélico de todos los etíopes, publicada en Sevilla en 1627, y conocida por el título De instauranda Aethiopum salute. Éste fue el maestro apostólico del padre Claver.

La Compañía de Jesús, que tan numerosos esclavos negros tuvo en América, mostró por ellos al mismo tiempo una muy especial solicitud. Con razón, pues, pudo el padre Sandoval, en el libro cuarto de la obra citada, tratar ampliamente De la gran estima que nuestra sagrada religión de la Compañía de Jesús siempre ha tenido, y caso que ha hecho del bien espiritual de los morenos, y de sus gloriosos empleos en la conversión de estas al­mas. Por lo demás, a nombres tan gloriosos como el de Sandoval o Claver, es preciso aña­dir el de otros jesuitas, como el del segoviano Diego de Avendaño (1594-1688), que pasó casi toda su larga vida en el Perú, desde 1610. Allí escribió la obra Thesaurus Indicus (1668), en defensa de los indios e impugnando con gran fuerza la esclavización de los ne­gros (+Losada, 1-18).

 

Pedro Claver, sacerdote

El influjo de Sandoval sobre Claver fue, como el del Hermano Alonso, decisivo, para siempre. Y él fue también quien influyó para que Claver se ordenara, por fin, en 1616 sacerdote.

Pedro Claver, por otra parte, a la hora de su incorporación definitiva a la Compañía con la formulación de los cuatro votos, solicitó, por humildad, permanecer sin grado fijo. Pero no le aceptaron su petición, y en 1622, con mano firme, escribió la fórmula de su entrega personal, poniendo como in­troducción: «Amor, Jesús, María, José, Ignacio, Pedro, Alonso mío, Tomé, Lorenzo, Bartolomé [apóstoles de la raza negra], santos míos, patronos míos, maestros y abogados míos y de mis queridos negros, oídme». Seguía después la fórmula, y al final la firma: «Petrus Claver, ethiopum semper servus» (esclavo de los negros para siempre). Cuarenta años mantuvo la veracidad de esta firma.

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o apostasía

Bibliografía de la serie Evangelización de América

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