(557) Evangelización de América (68). El Evangelio en Nueva Granada, y II
–Fue una evangelización más lenta y laboriosa…
–Sin duda, comparada con la de los imperios incaico y azteca. En éstos una fuerte unidad integraba etnias y regiones distintas. Ganados para Cristo los centros imperiales, pronto el Evangelio se difunde por el cuerpo de los dos imperios.
–La primera evangelización
Los franciscanos llegaron a Nueva Granada con la expedición de Alonso de Ojeda, en 1509; formaron custodia en 1550, y provincia en 1565. Los dominicos llegaron a Santa Marta, como hemos visto, en 1529, con García de Lerma, y formaron provincia en 1571, con dieciséis conventos, tres mayores (Santa Fe, Cartagena y Tunja), y el resto menores (Popayán, Tocaima, Valledupar, Pamplona, Mariquita, Ibagué, Tolú, Mérida, Muzo, Santa Marta, Guatavita, Ubaque y Tocarema). En 1575 servían 175 doctrinas de indios, y antes de fin de siglo fundaron también conventos en Cali, Buga, Pasto y Riohacha. Posteriormente llegaron los agustinos, en 1575, y los jesuitas, en 1599.
La evangelización más tardía, la de la actual Venezuela, fue iniciada por los dominicos y seguida por los franciscanos y jesuitas; pero sin tener en menos su labor, «podemos afirmar que fueron los capuchinos [que comenzaron su labor en Cumaná, en 1657] los que en esa obra de civilización y evangelización de Venezuela llevaron la mayor parte» (Buenaventura de Carrocera, OFM cap., Las misiones capuchinas de Cumaná: MH 17,1960, 281).
–Graves dificultades
La evangelización de Nueva Granada halló innumerables dificultades en los primeros decenios. El clima era muy cálido, los caminos malos o inexistentes, y la organización civil hispana se veía continuamente perturbada por graves conflictos personales entre los conquistadores, enfrentados entre sí, obsesionados por Eldorado, y más empeñados en conquistar y rapiñar que en poblar y evangelizar.
Un caso significativo de esta locura por las exploraciones y conquistas es el de Jiménez de Quesada, el antiguo conquistador, que había recibido el título, más bien honorífico, de mariscal de Nueva Granada. A los setenta años de edad, en 1569, en vez de estarse tranquilo en Santa Fe, hechas las capitulaciones de rigor, sale de la ciudad a la conquista de un pretendido Eldorado con 8 clérigos, 1.300 blancos, 1.500 indios y 1.100 caballos. Después de tres años de indecibles calamidades, en que llegan a los ríos Guaiyaré y Guaracare, regresan 64 blancos, 4 indios y 18 caballos. Y aún intenta Quesada más tarde repetir la entrada, pero, felizmente, se muere antes.
Por otra parte, el mundo indígena, muy apegado a sus ídolos y adoratorios, y azuzado por brujos y sacerdotes paganos, se resistió con frecuencia al Evangelio. En realidad, como dice el padre Carlos Mesa al estudiar La idolatría y su extirpación en el Nuevo Reino de Granada (225-252), «no fue tarea fácil y breve extirpar del territorio novogranatense la idolatría y el gentilismo» (225).
Los muiscas de la altiplanicie de Cundinamarca y Boyacá, uno de los grupos más cultos, aunque ya en decadencia, seguían apegados a sus ritos paganos. Los paeces de la zona de Cauca, de muy baja cultura, se mantenían medrosos bajo el influjo despótico de sus sacerdotes hechiceros. Los pijaos de las montañas de Ibagué y Cartago eran tan terriblemente belicosos que el Consejo de Indias les declaró guerra abierta en 1605. Los taironas, como veremos, en defensa de unas reliquias veneradas, casi consiguen dar muerte al misionero dominico San Luis Beltrán…
–Lenguas indígenas
Carlos E. Mesa, al estudiar La enseñanza del catecismo en el Nuevo Reino de Granada (299-334), consigna algo tan obvio como impresionante: «América es un continente bautizado… El hecho está ahí y supone un esfuerzo enorme, casi milagroso» (299). En efecto, supone ante todo un esfuerzo enorme, casi milagroso, de catequización. Y en esta formidable tarea el medio primero era, por supuesto, el aprendizaje de las lenguas, innumerables entre los indios de Nueva Granada.
Todavía en 1555, en las ordenanzas de Cartagena de Indias para la doctrina de los indios, se disponía que la doctrina fuese enseñada «en la lengua vulgar castellana» (309). Pero sin tardar mucho, también en esta región de la América hispana, los misioneros supieron enfrentar el desafío, aparentemente insuperable, de la multiplicidad de las lenguas indígenas.
En cuanto podían, procuraban sacarvocabularios de las diversas lenguas, y componer o traducir en ellas un catecismo. Así, con un empeño admirable, fueron ganando para el Evangelio –y para la lingüística de todos los tiempos– las principales lenguas de los pueblos de la zona: entre otras el mosca (dominico Bernardo de Lugo, natural de Santa Fe, 1619), el chibcha (los jesuitas Dadey, Coluccini, Pedro Pinto y Francisco Varáiz), el achagua (los jesuitas Juan Rivero y Alonso de Neira), el zeona (Joaquín de San Joaquín, en 1600), el páez (el presbítero Eugenio de Castillo y Orozco, en 1775), el betoyés (el jesuita José de Gumilla), el sarura (el jesuita Francisco del Olmo), y el sáliva (agustinos Recoletos o Candelarios, en 1790) (302-303).
Por lo que se refiere a Venezuela, antes de 1670 el padre Nájera, capuchino, había impreso un Catecismo y Doctrina en la lengua de «los indios chaimas o coras de la provincia de Cumaná, y en la de los negros de Arda», que no se conserva. Y el también capuchino Francisco de Tauste compuso un Arte y vocabulario de la lengua de los indios chaimas, cumanagotos, cores, parias y otros diversos de la Provincia de Cumaná o Nueva Andalucía, con un tratado a lo último de la Doctrina cristiana y Catecismo de los misterios de nuestra santa fe, impreso en Madrid en 1680.
–Catequesis y doctrinas
Los primeros Sínodos celebrados en lo que hoy es Colombia, como el de Popayán (1555) o el de Santa Fe de Bogotá (1556), y lo mismo las Ordenanzas dispuestas por la autoridad civil, como en Cartagena de Indias (1555) o en Tunja (1575), centran siempre su atención en la necesidad de catequizar bien a los indios, urgiendo con fuerza la responsabilidad de clérigos y religiosos, funcionarios y encomenderos.
Y para este inmensa labor de catequesis «las doctrinas fueron los instrumentos providenciales. La instrucción fue [así] colectiva y masiva, como lo demandaban las circunstancias. Y para instruir y catequizar, se empleaban todos los medios» (Mesa, La enseñanza 303-304). No es una exageración afirmar que la vida de la población en las doctrinas venía configurada principalmente por la catequesis.
En la Historia memorial del franciscano Esteban de Asensio, escrita hacia 1585, se describe bien esta estructura comunitaria de la catequesis en las doctrinas franciscanas. Y más o menos se hacía lo mismo en las doctrinas o en las reducciones atendidas por clérigos o religiosos de otras órdenes. Dice así:
«Lo primero que se hace es poner por memoria y sacar [hacer listas de] todos los niños y muchachos, varones y hembras, y éstos han de ir cada día, a hora de misa, a la iglesia, donde, después de haber dicho misa el sacerdote, dice la doctrina cristiana rezada o cantada, como mejor se amaña o le parece, y después de haberles rezado, se van a sus casas hasta la tarde, y vuelven a hora de vísperas y se les dice la doctrina, como es dicho, y se van a dormir a sus casas. De más de esto, todos los domingos y fiestas de guardar se juntan a misa todos los indios varones y mujeres, viejos y mozos, con todos los niños y muchachos, así infieles como cristianos, y entran todos en la iglesia a misa hasta el prefacio, y en aquel punto se echan fuera todos los que no están bautizados. Y acabada la misa, se junta con los demás indios cristianos y luego les reza el sacerdote, y les dice a alta voz la doctrina y oraciones que dicen dominicales, y enseñándoles cómo se han de signar con la señal de la cruz. Después de esto les predica y da a entender la virtud de los sacramentos, declarándoles lo que es de creer en la santa fe católica y ley evangélica, persuadiéndoles dejar sus ritos ceremoniáticos con que adoran y hacen veneración al demonio y dándoles a conocer a Dios» (+Mesa 315).
El padre Mesa estima con razón que esta catequesis diaria, de mañana y tarde, que era norma general en muchas doctrinas y reducciones, «contradice la opinión o tesis de algunos sociólogos católicos de la última hornada que recriminan las prisas de los misioneros españoles para bautizar a los indios americanos» (316). Hubo, sin duda, en los comienzos de la evangelización de América, bautismos prematuros, a veces masivos, pero dejando a un lado estos casos aislados de celo apostólico imprudente, ha de decirse que en parroquias, doctrinas y reducciones de indios se realizó en la América española una gigantesca labor catequética.
–Nueva Granada cristiana
Como he informado, en el siglo XVI la acción misionera en Nueva Granada hubo de vencer, con grandes trabajos, incontables dificultades y resistencias. Sin embargo, el árbol de la cruz siempre da buenos frutos, y como dice el historiador jesuita Antonio de Egaña,
«a pesar de todo este cúmulo de fuerzas contrapuestas a la obra misional, el siglo XVII neogranadino conoció una edad media de glorias y de resultados positivos. En la capital bogotana, dominicos y jesuitas cimentaron instituciones docentes de amplia eficacia; en el mundo misional, en zonas de indígenas, nuevas generaciones de indios se educaron en las escuelas misionales, con el catecismo como primera asignatura, y además con otros conocimientos adaptados a su estado mental; comenzaron a adentrarse en la vida civilizada gentes hasta entonces montaraces; se iban ya domesticando costumbres inveteradas de canibalismo antropófago, y las relaciones sexuales adquiriendo un grado superior de moralidad. No es raro hallar notas de optimismo en las narraciones de la época, confirmándonos que la labor misional no era estéril» (Historia 549-550).
Hoy Colombia, nación de arraigada tradición católica, tiene la sede del CELAM, Consejo Episcopal Latinoamericano, en Medellín, ciudad centrada entre norte y sur de América, y equidistante del Pacífico y del Atlántico.
José María Iraburu, sacerdote
Bibliografía de la serie Evangelización de América
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