(543) Cristo glorioso (1): conocerlo y amarlo

«En esto está la vida eterna:

–…en que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo» (Jn 17,3)

 * * *

Gracia suprema, conocer a Jesucristo: conocer–dar-a-conocer, por obra del Espíritu Santo, «el misterio escondido desde los siglos en Dios, y ahora manifestado a sus santos» (Col 1,26; +Ef 3,9). Decimos como aquellos griegos a Felipe: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Querían conocerlo.

Cristo mismo es el Evangelio. Propiamente, el Evangelio –«os anuncio una Buena Noticia»– es Jesús mismo, su nacimiento en Belén (Lc 2,10-11). San Juan apóstol declara que para revelar a Jesucristo han sido escritos los Evangelios: «Éstas señales fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo en él tengáis vida en su nombre» (Jn 20,30-31). Asi lo entiende también San Pablo, para quien evangelizar es «anunciar el misterio de Cristo» (Col 4,3).

No evangelizamos simplemente con enseñar las doctrinas morales del cristianismo. Si no predicamos al mismo Cristo, esas enseñanzas morales –no podrán ser entendidas y creídas –ni menos podrán ser vividas. Predicar, por ejemplo, la pobreza exige ante todo predicar a Cristo Pobre. Predicar la oración ha de hacerse partiendo de Cristo Orante, que nos comunica su espíritu filial. Predicar el amor al prójimo ha de ser enseñar a amar «como Cristo nos amó», etc. Sin centrarlo todo en Cristo, no evangelizamos, sino que sólo ofrecemos un moralismo pelagiano y estéril.

 

—I) Conocer a Jesús

 

1. Por Escritura, Tradición y Magisterio apostólico

«El justo vive de la fe» (Rm 1,17), «la fe es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo» (10,17). La fe: esta palabra humana y celestial, verdadera y vivificante, nos llega de una fuente triple y única: Escritura, Tradición y Magisterio apostólico (Vat. II, Dei Verbum 10). Por eso cualquier enseñanza sobre Cristo que no fluya de esa fuente es ciertamente falsa, y no debemos darle más valor –por muy admirada y prestigiada que esté– que el que podamos dar al ladrido de un perro o al rebuzno de un burro.

«Habite Cristo por la fe en vuestros corazones» (Ef 3,17). «En esto está la vida eterna», en conocer a Jesucristo, centro y vida de la fe cristiana, pues es Él quien, en la plenitud de los tiempos, nos revela al Padre, nos comunica el Espíritu Santo, y así nos hace «partícipes de la naturaleza divina» (2Pe 1,4). El Credo católico, que una y otra vez confesamos solos o en la comunidad litúrgica, es muy acentuadamente cristocéntrico:

«Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho… que por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre»…

Por eso el apóstol San Pablo confesaba a los fieles de Corinto: «Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1Cor 2,2). Él es la clave de todos nuestros conocimientos sobrenaturales, de tal modo que podemos afirmar con San Agustín:  «Si Christum noscis, nihil est si cætera nescis - Si Christum nescis, nihil est si cætera noscis». En traducción libre: Si conoces a Cristo, nada importa que ignores lo demás. Pero si ignoras a Cristo, de nada te vale conocer las demás cosas.

 

2. Por la oración

Conscientes de nuestra incapacidad mental y cordial para conocer al Señor, porque tenemos sucios los ojos y el corazón, acudimos ante todo a la oración de súplica.

Pedir al Padre, que es quien nos envía a su Hijo: Él es quien pronuncia a su Hijo en la encarnación. «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquél a quien el Padre lo quiera revelar» (Mt 11,27). «Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien te ha revelado eso, sino mi Padre, que está en los cielos» (Mt 16,16-17). Para conocer a Jesús no confiamos en nuestra inteligencia, ni en nuestras lecturas y meditaciones, sino en la misericordia del Padre que nos ama: Padre, muéstranos «el rostro de tu Ungido» (Sal 84,10; 132,10).

Pedir a la Virgen María, que nos lo dio y que nos lo da: «Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre». Es la misión de la Virgen, pues es Ella la que da a Jesucristo al mundo.

Pedir la intercesión de los santos que más han sobresalido por su conocimiento del misterio de Cristo: Juan, Pablo, Francisco, Teresa…

Sta. Ángela de Foligno (1248-1309), madre de familia, terciaria franciscana: «¡Oh Dios mío¡ hazme digna de conocer tu profundo misterio, que brota de tu abrasado e iefable amor, comunicado a nosotros por la misma Trinidad: el misterio de tu santísima Encarnación… ¡Oh caridad incomprensible! El amor más grande es que Dios se haya hecho hombre para hacer al hombre Dios. ¡Oh amor entrañable! Cuando tomaste nuestra forma humana, te entregaste para recibirme a mí. No te rebajaste de modo que perdieras algo de tu divinidad, sino que el abismo de tu concepción me hace exclamar palabras de fuego: ¡oh incomprensible, que te has hecho comprensible! ¡Oh increado, que te has hecho criatura! ¡Oh impensable, que te has hecho pensable! ¡Oh impalpable, que puedes ser tocado! ¡Oh, Señor, hazme digna de contemplar la profundidad del amor tan excelso, que nos comunicaste en la santísima Encarnación! ¡Oh feliz culpa, que nos has merecido ver el abismo del amor de Dios, que nos estaba escondido!» (Última carta antes de morir +1309: Experiencia de Dios Amor,  Apostolado Mariano, Sevilla 1991, 236).

 

3. Por la penitencia

«Los limpios de corazón verán a Dios» (Mt 5,8). La ascesis, la vida de oración perseverante, la frecuencia de los sacramentos, el ejercicio asiduo de las virtudes, han de pretender sobre todo «la adquisición del conocimiento de nuestro Señor Jesucristo» (2Pe 1,5-8). Aunque también en cierto modo, al revés:

–Por otro lado: «contemplad al Señor, y quedaréis radiantes» (Sal 33,6). La penitencia, que nos purifica mente y corazón, hace posible la contemplación. Y la contemplación del Señor, como ninguna otra cosa, purifica nuestros ojos y nuestra alma.

Contemplad al Señor, y quedaréis radiantes: se encenderá vuestro corazón, se harán limpios vuestros ojos, y os llenaréis de una alegría que os permitirá no sentir la fascinación de ningún mal, y entregaros apasionadamente a todo bien.

De la fe a la visión. Si la fe en Cristo es la clave primera de nuestra configuración a Él, será la visión de Cristo, en su segunda venida, en la otra vida, la que nos configure a Él plenamente, incluso en el cuerpo:  «sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es» (1Jn 3,2). Contemplaremos al Señor y quedaremos radiantes.

 

4. Por el Evangelio

Los cuatro Evangelios fueron escritos ante todo para dar a conocer a Jesucristo. Y hay que leerlos, por tanto, saliendo al encuentro de la intención de los evangelistas. Declara San Juan apóstol: todas estas cosas «fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo en Él tengáis vida en su nombre» (Jn 20,31). Por eso cuando alguno dice «este pasaje del Evangelio no me dice nada», es porque busca ante todo en el Evangelio enseñanzas morales, y no al mismo Jesucristo, del que hablan los Evangelios en todos sus pasajes.

Hoy muchos cristianos no creen en los Evangelios, porque niegan su historicidad o la ponen en duda siempre que hallan algo en ellos que los incomoda o reprueba. Alegan, siguiendo el criterio del protestantismo liberal y el modernismo católico, que fueron escritos muy tarde, y dan una visión idealizada de Jesús. Los discursos, y más aún los milagros, no son «históricos» a su juicio, sino la expresión de la fe de las primeras comunidades cristianas, a partir de recuerdos, oralmente transmitidos, y ampliamente idealizados.

Ejemplo, los comentarios al evangelio de San Juan escritos por F. F. R.,  profesor en una Facultad católica (Comentario al N.T., Casa de la Biblia, Madrid 1995): –Jesús no anduvo sobre las aguas: «el hecho es más teológico que histórico… Es una forma poética y adecuada para afirmar el poder sobrehumano de Jesús» (288). –Jesús no resucitó a Lázaro: más que un hecho real, viene a ser «una parábola en acción» para mostrar que Jesús es la vida. «El último de los signos narrados debía ser un cuadro de excepcional belleza y atracción. El evangelista ha logrado su objetivo. Nos ha ofrecido un audiovisual tan cautivador»… «De cualquier forma, debe quedar claro que la validez del signo y de su contenido no se ven cuestionados por su historicidad» (o para hablar con más precisión, por su no-historicidad) (304-5). –La resurrección de Jesús «rompe el molde de lo estrictamente histórico y se sitúa en el plano de lo suprahistórico». Los 4 evangelios dan versiones distintas: ¿quién tiene razón?: «ninguno, porque las cosas no ocurrieron así», como las cuentan (sepulcro vacío, ángeles, etc.) (329). –Tampoco son reales las apariciones de Jesús: «El contacto físico con el Resucitado no pudo darse. Sería una antinomia [ya prohibida por el señor Kant en 1793: La Religión dentro de los límites de la sola razón]. Como tampoco es posible que él realice otras acciones corporales que le son atribuidas [por los evangelistas], como comer, pasear, preparar la comida a la orilla del lago de Genesaret, ofrecer los agujeros de las manos y del costado para ser tocados… Este tipo de acciones o manifestaciones pertenece al terreno literario y es meramente funcional» (330)… –Pesca no-milagrosa: «El andamiaje de la pesca milagrosa» (331).

La Iglesia siempre ha creido en la historicidad de los Evangelios, como con toda firmeza declara en el Concilio Vaticano II (Dei Verbum 19) y en el Catecismo (107, 115ss, 124ss). Consiguientemente, aquel que no confiesa que Los Evangelios son verdaderos e históricos (Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2014, 70 pgs.), no conoce realmente a Jesucristo, sino que de Él tiene sólo las falsas ideas que, a su gusto y medida, concibe su pobre mente.

 

—II) Enamorarse de Jesús

Nada es querido si no es previamente conocidoNihil volitum nisi præcognitum. Para el progreso de la vida espiritual cristiana importa mucho conocer bien al Señor. Cuanto más se le conoce, más se le ama. Y cuanto más se le ama, más se le conoce. 

Pocos adagios tan necios como el que dice que «el amor es ciego». Es todo lo contrario, como lo sabemos por experiencia. Cuando vuelve un niño del colegio, por ejemplo, y está con alguna pena, es la madre la primera que se da cuenta: «algo le ha pasado a este chico», porque es la que más le ama. Sus hermanos, que le tienen un amor menor, ni se enteran de nada. Nadie conoce a Cristo tanto como los santos, porque ellos son los que más lo aman.

 

–La belleza de Cristo

La hermosura de la humanidad de Cristo es inefable, pues es revelación perfecta  de la belleza de Dios: «Quien me ve a mí, ve al Padre» (Jn 14,9). Él es «el esplendor de la gloria» del Padre (Heb 1,3). No hay palabras para describir su belleza:

Siendo «la imagen del Dios invisible, y el Primogénito de toda criatura», que en Él subsisten (Col 1,15-19), podemos –no podemos– concentrar en Él las bellezas de toda la creación: niños, música, flores, mujer, hombre, bosques, ríos, nubes, lagos, arte, luz, estrellas… Él es el canon ejemplar de todo el Universo, «todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho» (Jn 1,3). «Todo fue creado por Él y para Él. Él es antes que todo, y todo subsiste en Él» (Col 1,16-17).

¿Cuál sería el atractivo fascinante de Jesús? Lo vemos comprobado en la vocación de los Apóstoles. Hombres rudos e ignorantes, cuando el Señor los llama, lo dejan todo al momento –todo– y le siguen. ¿Cómo explicarlo?… No están deslumbrados por su doctrina o por sus milagros, pues la elección de los Doce está al comienzo mismo de su vida pública; apenas le han oído predicar, y su primer milagro, el de Caná, es posterior a la vocación de los apóstoles. Tampoco se ven atraídos por la misión apostólica que el Señor les va a encomendar: no tienen de ella ni la menor idea. ¡Es Él mismo! quien los atrae con atracción irresistible, y moviendo sus corazones por la gracia para que acojan su llamada. Cuando son llamados, al punto dejan familia y amigos, casa, tierra, trabajos, todo, y se van a vivir con Él como discípulos. Y aunque fallan a la hora de las tinieblas, la de la Cruz, siempre han perseverado en su seguimiento: «Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas» (Lc 22,28).

 

El que alegra los corazones

Sólo en la medida en que el hombre conoce y ama a Jesucristo puede ser feliz en este mundo. Sufrirá persecución, ciertamente, como lo anunció el Señor. Pero saberse amado por Él –«¿quién podrá separarnos del amor de Cristo?» (Rm 8,35)– y amarlo, nos guarda en una alegría que supera toda pena. «Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: alegraos» (Flp 4,4). En tantos casos lo vemos testimoniado por el Evangelio.

–Alegría de los pastores, a quienes los ángeles habían anunciado «una gran alegría», «cuando vieron» a Jesús en Belén (Lc 2,9-20). –Alegría de Simeón, tomando en brazos al «Consuelo de Israel», al que es «Luz de las naciones» (25-32). –Alegría de Pedro, Santiago y Juan, contemplando la gloria de Cristo transfigurado: «Señor, qué bien se está aquí: hagamos tres tiendas… No sabía lo que decía», enajenado de gozo (9,33)… –«Toda la muchedumbre, al verle, quedó maravillada, y en seguida corrió a saludarle» (Mc 9,15). Y en tantas otras ocasiones se alegra el corazón de los hombres viendo a Cristo, cómo es, qué dice, qué hace. –A Magdalena, que está llorando como una magdalena, se le cambia la pena en una inmensa alegría: «He visto al Señor» (Jn 20,18). –Los discípulos de Emaús: «¿No ardían nuestros corazones cuando nos hablaba en el camino, explicándonos las Escrituras?» (Lc 24,32). –Después de ver cómo Cristo asciende a los cielos, «se volvieron a Jerusalén llenos de gozo» (24,52).

 

El que enamora

+San Pablo

Nuestro corazón debe «aprender a amar a Jesucristo», conociendo el ejemplo de los santos, como el de San Pablo: «cuanto tuve por ventaja, lo reputo daño por amor de Cristo, y aun todo lo tengo por daño, a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por estiércol, con tal de gozar de Cristo» (Flp 3,7-8). Es el lenguaje de una persona totalmente enamorada: cuando sale el Sol, quedan ocultas las estrellas.

Y así dice el Apóstol: «para mí la vida es Cristo, y la muerte, ganancia. Y aunque el vivir en la carne es para mí fruto de apostolado, todavía no sé qué elegir. Por ambas partes me siento apretado, pues por un lado deseo morir para estar con Cristo, que es mucho mejor; por otro, quisiera permanecer en la carne, que es más necesario para vosotros» (1,21-24). Y es que «mientras moramos en este cuerpo estamos ausentes del Señor, porque caminamos en fe y no en visión; pero confiamos y quisiéramos más partir del cuerpo y estar presentes al Señor» (2Cor 5,6-8).

Leamos los escritos de los santos que mejor han expresado el amor de Cristo, para que al menos, sabiendo de oídas lo que es ese enamoramiento, lo pretendamos, confiando en la ayuda de la gracia. Mientras tanto, cuando estamos, por ejemplo, en oración ante el Señor, sin verle ni sentirle, podemos decir: «no te veo, Señor, por mis pecados; pero me conformo con verte ahora en las visiones de tus santos, y después en el cielo cara a cara». Recordemos lo de San Pablo: «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que lo aman» (1Cor 2,9).

 Quizá las santas mujeres han tenido una mayor elocuencia que los hombres santos para expresar el enamoramiento de Cristo, aunque pensando en Ignacio de Antioquía, San Agustín, San Francisco de Asís, San Juan de la Cruz podría ponerse en duda lo que he dicho. Cito algunos textos femeninos:

El libro de la Vida, Sta. Ángela de Foligno; Vida, Sta. Teresa de Jesús; Elevación a Cristo, Sta. Brígida: el Diálogo y otras obras de Sta. Catalina de Siena; Autobiografía, Sta. Margarita Mª Alacoque… En efecto, cuando Santa Teresa exhorta a «enseñarse a considerar al Señor en lo muy interior de su alma», añade: «hay muchas más [mujeres] que hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo fray Pedro de Alcántara» (Vida  40,8).

+Santa Teresa de Jesús

Veamos algunas confesiones de Santa Teresa de Jesús acerca de su enamoramiento de Cristo:

«Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad… que no se puede decir, que no sea deshacerse… Si estuviera muchos años imaginando cómo figurar cosa tan hermosa, no pudiera ni supiera, porque excede a todo lo que acá se puede imaginar

Si la visión de Cristo es con «imagen, es imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios, no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado. Y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan señor de aquella posada, que parece toda deshecha el alma, se ve consumir en Cristo… ¡Oh Jesús mío, quién pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos, y de otros mil mundos…

«Tan imprimida queda aquella majestad y hermosura que no hay poder olvidar, si no es cuando quiere el Señor que padezca el alma una sequedad y soledad grande, que aun entonces de Dios parece se olvida… Queda el alma siempre embebida»… (Vida 28,3-9).

Llegaron a mandarle a Sta. Teresa que no estuviera siempre pensando e imaginando al Señor:. Pero era para ella un mandato de imposible cumplimiento. Ad impossibilia nemo tenetur.

Y «en queriéndome divertir [distraer, pensar en otra cosa], nunca salía de oración; aún durmiendo me parecía estaba en ella, porque aquí era crecer el amor y las lástimas que yo decía al Señor, y el no lo poder sufrir, ni era en mi mano, aunque yo quería y más lo procuraba, dejar de pensar en Él. Con todo, obedecía cuando podía, mas podía poco o nada en esto, y el Señor nunca me lo quitó… Dábanme unos ímpetus grandes de este amor que, … yo no sabía qué me hacer; porque nada me satisfacía ni cabía en mí, sino que verdaderamente me parecía se me arrancaba el alma… No procura el alma [ahora] que duela esta llaga de la ausencia del Señor, sino que hincan una saeta en lo más vivo de las entrañas y corazón a las veces, que no sabe el alma qué ha, ni qué quiere… Es esta pena tan sabrosa que no hay deleite en la vida que más contento dé. Siempre querría el alma estar muriendo de este mal» (29,7-11).

«De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez, cuanto más tantas como el Señor me hace esta merced. Quedó con un provecho grandísimo y fue éste: tenía yo una grandísima falta, de donde me vinieron grandes daños y era ésta, que como comenzaba a entender que una persona me tenía voluntad, y si me caía en gracia, me aficionaba tanto que me ataba en gran manera la memoria a pensar en él [se ve que “la persona” tenía bigotes]… Era cosa tan dañosa que me traía el alma harto perdida;

[pues bien], después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien, ni me ocupase [la memoria y el corazón]; que con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen que tengo en mi alma, he quedado con tanta libertad en esto que después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación de las excelencias y gracias que en este Señor veía. Ni hay saber, ni manera de regalo que yo estime en nada en comparación de lo que es oír una sola palabra dicha de aquella divina boca, cuanto más tantas. Y tengo yo por imposible, si el Señor por mis pecados no permite se me quite esta memoria, podérmela nadie ocupar, de suerte que, con un poquito de tornarme a acordar de este Señor, no quede libre» (37,4).

En realidad, una vez alcanzada la contemplación de Cristo, «después quisiera ella estarse siempre allí, y no tornar a vivir, porque fue grande el desprecio que me quedó de todo lo de acá. Parecíame basura, y veo yo cuán bajamente nos ocupamos los que nos detenemos en ello» (38,3).

* * *

El que por don de Dios se aficiona mucho a la mejor música, es incapaz después de tolerar músicas baratas y ramplonas… Pidamos al Señor que nos capacite y mueva para leer a los santos maestros espirituales de la Iglesia, por los que recibiremos grandes luces e impulsos. Ellos además nos dejarán inmunizados en relación a otros libros mediocres de espiritualidad, que alimentan al alma tanto como al cuerpo los pirulís, chupa-chups y bolitas de anís.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

 

 

9 comentarios

  
maru
Efectivamente, P. Iraburu, santa Teresa se enamoró perdidamente de Cristo. En todas sus obras sobre todo en VIDA, lo plasma maravillosamente. Lo triste , hoy dia, es que muchos, en todos los estamentos dejan de lado la fuente triple y.única que vd.menciona: ESCRITURA, TRADICION Y MAGISTERIO.
25/04/19 1:50 PM
  
Luis López
Cualquier persona sensata debería amar a Dios por el simple hecho de habernos creado, por habernos hecho pasar de la nada a ser alguien -con capacidad de pensar y de amar- en un momento determinado de la historia.

Pero si esa persona además es cristiano, el amor se desborda no sólo de gratitud por lo que somos, sino sobre todo por lo que Él ha hecho por nosotros.

Como decía el "Ofertorio" de la Misa antes de la reforma de Pablo VI:

"Oh Dios, que una manera maravillosa formaste la naturaleza humana, y de una manera más maravillosa la reformaste..."
25/04/19 4:43 PM
  
José Ignacio
Sublime Padre.
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JMI.-Bendigamos al Señor.
Bendición +
25/04/19 8:04 PM
  
Feri del Carpio Marek
Muchas gracias Padre por brindarnos este artículo, cuya lectura es como esa mejor música de la que habla al final, por la que recibiremos grandes luces e impulsos. Mientras iba leyendo el artículo pensé en el Evangelio de Lucas, cuando nos dice que en una llanura «estaban muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos».

En efecto, Cristo es el Dios de Israel que ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación según lo había predicho por boca de sus santos profetas. Él es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian para que libres de temores carnales y mundanos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia todos nuestros días. Él es el sol que nace de lo alto que nos visita para iluminar a los que viven en tinieblas y en sobra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Ahora dejo la computadora y me voy a contemplar Su Rostro a una capilla de adoración, y por misericordia quedar radiante y gustar cuán bueno es el Señor.

Por cierto, al leer «aunque pensando en Ignacio de Antioquía, San Agustín, San Francisco de Asís, San Juan de la Cruz podría ponerse en duda lo que he dicho.», por mi parte no pude evitar pensar en los santos monjes cistercienses, comenzando por San Bernardo y terminando por San Rafael Arnaiz.

Un abrazo de Octava Pascual.
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JMI.- El Espíritu Santo nos une en una misma fe, una esperanza, una caridad única... "¡Qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos!" (Sal 132,1).
Abrazo y bendición +
25/04/19 9:01 PM
  
Sictransit
Por lo que nos desvela y nos revela el P. JMI, es por la oración, la contemplación y el amor silencioso de unos pocos, por lo que el mundo no ha podido ser destruido ni destrozado en mil pedazos.

Desde que Lo conocimos, Lo amamos y jamás Lo dejamos de adorar, aun con nuestras fragilidades, hemos entendido el poema del amor que expulsa el temor:

«no tienes que me dar porque te quiera,
porque aun lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera»

Que esa luz que derrama a raudales, martillo de herejes e iluminación para enamorados, no cese, caro P. José María.

Stat crux...
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JMI.-Bendición +
Aleluya -El logo de InfoCatolica es el STAT CRUX
26/04/19 5:54 PM
  
Rosa
Que bien si pudiera experimentar tanto amor salido de mí hacia El pues de El hacia mí, ya se que,igual que a todos me ama.Cuando estoy en oración ante el Sagrario siento que debo compartir el Amor de Jesús con todos,y van pasando por mi corazón todos los pueblos de la tierra,porque así,todos y yo,Adoraremos más y mejor,a nuestro Dios,y Señor.
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JMI.-Suya es la gloria, el honor y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Bendición +
26/04/19 11:27 PM
  
Gustavo
Gracias Padre por su hermosisimo articulo!!. Una duda: He entendido que sta Teresa llegó a ver a Cristo Glorioso, es asi?
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JMI.-Lo que ella describe haber "visto" no es la visión beatifica del Cristo glorioso celestial. Es lo que ella describe: una visión del Cristo glorioso, vencedor de la muerte, Señor de todo... de mil mundos.
No sabemos de sus visiones más de lo que ella misma nos describe.

Gracias por su elogio: viene a ser mi art. una antología de textos preciosos sobre ntro. Sr. Jesucristo.
Bendición+
27/04/19 3:58 AM
  
Manuel d
Gracias estimado Padre,
Efectivamente la dirección espiritual ayuda mucho al conocimiento de Cristo, pues en ella podemos saborear las bondades del reinado de Cristo sobre el pecado.
Un abrazo en Cristo Resucitado
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JMI.-Santo y feliz tiempo pascual.
Bendición+
28/04/19 10:14 AM
  
Ricardo de Argentina
Gracis Padre por ayudarnos a elevar la mirada en estos momentos de tribulación y de confusión.
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JMI.- Oración y bendición +
29/04/19 3:40 AM

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