(530) Evangelización de América, 57. Perú. Evangelización fulgurante del imperio inca
–Por fin llegamos a la evangelización: ya le ha costado…
–Primero he descrito el Imperio Inca, una realidad muy notable, y después hago crónica de su transformación cristiana.
–Conquista de Chile
Después de la fracasada expedición de Almagro, nada se había intentado hacia Chile. Don Pedro de Valdivia, hidalgo extremeño, maestre de campo y hombre de confianza de Pizarro, le pide a éste autorización para intentar la conquista de Chile y la obtiene. Parte del Perú a comienzos de 1540, con una docena de hombres. El nombre de Chile inspiraba temor y casi nadie se animaba a la empresa. Se le suman más hombres por el camino, hasta 150, la mayoría de ellos hidalgos, de los que incluso 33 sabían leer y escribir, y 105 firmar: gente culta.
Superando grandes resistencias de indios, desiertos y distancias, llega Valdivia a fundar en 1541 Santiago de Chile. En sus cartas a Carlos I se nota que él, como Hernán Cortés, el primer mexicano, se ha enamorado de aquella tierra –«para perpetuarse no la hay mejor en el mundo»–, y viene a ser el primer chileno.
Con mucha solicitud por poblar, se fundan en su tiempo varias ciudades, como La Serena (1544), Concepción (1550), Valdivia (1552), La Imperial (1552) y Villarrica (1552). Finalmente Valdivia, en 1553, acudiendo a sofocar la insurrección de Arauco, conducida por un antiguo paje suyo, el valeroso Lautaro, muere con todos sus compañeros en Tucapel.
–Antes y ahora
Los cronistas de la época dejan ver en ocasiones que al encontrarse los españoles y los indios, tanto en el extenso y ordenado Imperio inca peruano como en otros lugares de América, se produjo a veces una relativa degradación moral de los indios, que ya no se sujetaban a sus antiguas normas, y que todavía no habían asimilado los ideales cristianos y las nuevas autoridades civiles. Es ésta, por ejemplo, una tesis continua en la obra del inca Felipe Guamán Poma de Ayala (1534-1617), cristiano sincero, que idealiza quizá un pasado inca, no conocido personalmente por él, pues nació en 1534. Él piensa, o sueña, que los incas «guardaron los mandamientos y buenas obras de misericordia de Dios en este reino, lo cual no lo guardan ahora los cristianos» (Nueva crónica 912).
Guamán dice que la atención de huérfanos e inválidos, enfermos y pobres, antes era mejor (898-899). Ahora abundan el juego, las deudas y los robos, cosas que antes apenas se daban (914, 929, 934). Ahora hay pereza y rebeldía en el indio, mientras que antiguamente «el indio tenía tanta obediencia como los frailes franciscanos y los reverendos padres de la Compañía de Jesús. Y así los indios besaban las manos y el corazón del cacique principal para salir a trabajar… Antes había más humildad y caridad y amor del servicio de Dios y de su Majestad en todo este reino. Ahora está perdido el mundo» (876). Antes, «en tiempo de los Incas no había adúlteras, putas, mal casadas» (929), «no hubo adúltera ni lujuriosa mujer, y a ésta luego le mataban en este reino» (861). Pero ahora las indias, en trato con españoles y españolas, se han echado a perder, y «salen muy muchos mesticillos y mesticillas, cholos y cholas. Y así no hay remedio en este reino» (861). Antes «los Incas a los indios, indias borrachos los mandaba matar luego como a perros y puercos. Ahora en esta vida se les perdona por Dios y así recrece más» el vicio (882).
Guamán, al recordar el caído imperio incaico, no quiere que sea restablecido, pero sí que se aplique a los indios conversosuna ascética cristiana de dureza incaica. Él quiere que «todos los indios en este reino obedezcan todo lo que manda la santa madre Iglesia y lo que mandan los prelados y curas y sacerdotes, los diez mandamientos, el evangelio y la ley de Dios que fuere mandado. Y que no pasen de más ni menos. Y a los que pasasen, sea castigado y quemado en este reino» (860)…
En sus ingenuos escritos, Guamán hace observaciones realmente conmovedoras: «Mira, cristiano lector, aprende de esta gente bárbara que aquella sombra de conocer al Creador no fue poco. Y así procura de mezclar [todo lo bueno que esos indios vivieron] con la ley de Dios para su santo servicio» (62).
–Del orden al caos (1537-1546)
El socialismo totalitario y centralista de los Incas era un todo, de tal modo que una vez descabezado por los españoles, cae totalmente. Ya muy pronto los incas, completamente desorganizados y desmoralizados, no suponen un peligro para los viracochas españoles. Más bien encuentran éstos el peligro en las guerras civiles que entre ellos mismos producen, hasta dar durante un decenio en un caos de anarquía…
Por esos años, el Perú era un hervidero de guerras civiles entre los españoles, algo vergonzoso para aquellos indios, tan hechos a la disciplina imperial del Inca. Luchan Francisco Pizarro y Diego de Almagro (1537-1538); pelean a muerte el hijo de Almagro y Vaca de Castro, nuevo gobernador del Perú (1541-1542); se rebela Gonzalo Pizarro contra las Leyes Nuevas que llegan de España, y es muerto el virrey Núñez de Vela (1544-1546); lucha Gonzalo Pizarro contra el licenciado La Gasca, eclesiástico enviado por la Corona con plenos poderes, y el primero es derrotado y muerto (1547-1548); se alza Hernández Girón contra la Audiencia de Lima (1553-1554), y finalmente (1546) La Gasca, sacerdote y diplomático, impone la autoridad de la Corona como virrey. Sólo entonces el virreinato del Perú se afirma y va adelante.
–Del caos al orden (1546-1581)
La Gasca trajo al Perú la paz, tras los primeros años de caos. Pero fue el virrey Francisco de Toledo más tarde quien estableció el orden (1569-1581), hasta el punto que ha sido llamado «el nuevo Pachacutec» del mundo hispano-incaico. Toledo hizo personalmente una visita larga y minuciosa del antiguo imperio, y tras recoger amplias informaciones de los funcionarios de provincias –publicadas en el siglo XIX en cuatro tomos, con el título Relaciones geográficas de las Indias–, fue configurando un orden nuevo, no indio, ni hispano, sino hispanoindio. Según Louis Baudin, «los destinos de un pueblo han sido rara vez dirigidos por administradores tan grandes como el presidente La Gasca o el virrey F. de Toledo» (Imperio socialista 367).
En efecto, dice el mismo autor en otra obra, «los españoles han destruido los ídolos y los quipos, pérdida irreparable, pero han conservado muchas instituciones y no han tratado de suprimir a los habitantes, como colonizadores menos bienintencionados no han dudado de hacer en otras partes. En un estilo muy actual, el Rey de España designaba al Perú como un “reino de ultramar” y no como una colonia, y lo miraba como una réplica de la metrópoli al otro lado del océano, no como un territorio para explotar. Los indígenas gozaban de las disposiciones protectoras “inve-rosímilmente modernas” de las leyes de Indias [J. A. Doerig], y ya desde mediados del siglo XVI, Lima vino a ser uno de los grandes centros culturales del Nuevo Mundo» (Les incas 165).
–Perú cristiano de 1550
Daremos aquí solamente unos pocos datos significativos. Pedro Cieza de León (1518-1554), soldado e historiador, describe la situación de las diócesis y de los religiosos misioneros del virreinato del Perú en 1550, cuando él regresó a España, es decir, a unos quince años de la conquista del Perú y de la fundación de Lima. Parece increíble lo que cuenta.
Hay ya cuatro obispados constituidos: en Cuzco (con Huamanga, Arequipa y la Paz), en la Ciudad de los Reyes (Lima), sede del arzobispo Loaysa, en Quito (con San Miguel, Puerto Viejo y Guayaquil), y en Popayán (Crónica cp.120). Y en esas mismas fechas son ya muchas las comunidades de religiosos establecidas: en Cuzco (dominicos, en el mismo lugar de Coricancha, el templo principal del Sol, franciscanos y mercedarios), la Paz (franciscanos), Chuquito (dominicos), Plata (franciscanos), Huamanga (dominicos y mercedarios), Ciudad de los Reyes (franciscanos, dominicos y mercedarios), Chincha (dominicos), Arequipa (dominicos), León de Guanuco (dominicos), Chicama (dominicos), Trujillo (franciscanos y mercedarios), Quito (dominicos, mercedarios y franciscanos). Todo esto lo hizo Dios en quince años.
Y «algunas casas habrá más de las dichas, que se habrán fundado, y otras que se fundarán por los muchos religiosos que siempre vienen proveídos por su Majestad y por los de su Consejo real de Indios, a los cuales se les da socorro, con que puedan venir a entender en la conversión de estas gentes, de la hacienda del Rey, porque así lo manda su Majestad, y se ocupan en la doctrina de estos indios con grande estudio y diligencia» (cp.121).
–Lima cristiana en 1600
El fraile jerónimo Diego de Ocaña, enviado desde su monasterio extremeño de Guadalupe, como visitador y limosnero de las cofradías de esta advocación de la Virgen, llegó a Lima en octubre de 1599, donde visitó al arzobispo don Toribio Alfonso Mogrovejo y presentó sus respetos al virrey don Luis de Velasco. Dos años estuvo en la Ciudad de los Reyes, que llevaba entonces sesenta y cinco años desde su fundación, y las informaciones que de ella nos dejó (A través de la América del Sur) merecen ser recordadas en extracto.
«En esta ciudad asiste de continuo el virrey, los oídores y Audiencia real, el arzobispo [casi siempre ausente en interminables visitas pastorales] con su cabildo, porque esta iglesia de Lima es la metrópoli; aquí está el tribunal de Inquisición y el juzgado de la Santa Cruzada. Hay universidad [la de San Marcos, creada en 1551, abierta a españoles, indios y mestizos], con muchos doctores que la ilustran mucho, con las mismas constituciones de Salamanca. Hay cátedras de todas ciencias [concretamente: Teología, Leyes, Cánones, Medicina, Gramática y Lenguas indígenas]; provéense por oposición; tiénenlas muy buenos supuestos. Florecen mucho los criollos de la tierra en letras, que tienen muy buenos ingenios. Y en particular los conventos, donde también se leen artes y teología y cada semana hay conclusiones [reuniones de estudio] en los conventos, que son muchos y muy buenos, con muy curiosas iglesias. En particular la de santo Domingo, hay doscientos frailes; en san Francisco hay más de doscientos; en san Agustín hay otra iglesia de tres naves muy buena y muchos frailes; en nuestra Señora de las Mercedes muy buen claustro y muchos frailes; en la Compañía de Jesús, mucha riqueza y curiosidad de reliquias, muchos religiosos y muy doctos que lucen mucho en las conclusiones. Conventos de monjas, la Encarnación, donde hay doscientas monjas de lindas voces, mucha música y muy diestras, y que en toda España no se celebran con más solemnidad las fiestas como en este convento»… Y siguen sus elogios sobre los conventos de la Concepción, de santa Clara, de las descalzas de san José y del convento de la Santísima Trinidad, «que son cinco» de mujeres.
Fuera de la ciudad hay casa de los frailes descalzos, «y hay en ella santísimos hombres; está de la otra parte del río, donde acude mucha gente a consolarse con la conversación de aquellos religiosos. Hay también otros lugares píos y de devoción, como es nuestra Señora de Copacabana, la Peña de Francia [muy citada por Guamán], nuestra Señora del Prado, Monserrate. Y nuestra Señora de Guadalupe, camino de la mar; es buena iglesia, está en sola esta casa de los lugares píos el Santísimo Sacramento y, así, es muy frecuentada de mucha gente».
«Hay en esta ciudad cuatro colegios muy principales que ilustran mucho a esta ciudad, como es el colegio Real, el de san Martín, el del Arzobispo, y el seminario de los padres de la Compañía; y sólo éste tiene 120 colegiales. De estos colegios se gradúan muchos en todas facultades, con que la universidad se va aumentando y la ciudad de Lima ilustrando mucho. Hay hospitales para españoles y para indios, muy buenos y bien proveídos, con muchas rentas, como es el hospital de san Andrés, que es de los españoles, y el de santa Ana, que es de los naturales, y el hospital de san Pedro, que es para curar clérigos pobres. Hay otro fuera de la ciudad, de la otra parte del río, que es el de san Lázaro, donde se curan llagas; y a todos éstos se acude con mucha limosna que para ellos se pide. Hay muchas cofradías en todos los conventos, y todas hacen sus fiestas y con mucha abundancia de cera que gastan; y las noches de las vísperas ponen en las iglesias luminarias y arrojan cohetes y hacen muchas invenciones de fuegos, con que en esta tierra nueva se celebran las fiestas» (cp.16).
Aquella Lima de 1600, cabeza de la América hispana del sur –que sólo hacia 1800 llega a tener unos 50.000 habitantes, como Santiago de Chile o La Habana–, era un mundo abigarrado de blancos e indios, mestizos y negros, encomenderos y funcionarios, clérigos y frailes, descendientes de conquistadores, muchas veces venidos a menos –«verse nietos de conquistadores y sin tener qué gastar»–, todos luchando por mantenerse o subir, y todos celosos de mantener en casa y cabalgaduras, vestidos y criados, una buena imagen. Particularmente las mujeres, según nuestro buen monje jerónimo, ofrecían una elegante presencia: «el mujerío de Lima es muy bueno. Hay mujeres muy hermosas, de buenas teces de rostros y buenas manos y cabellos y buenos vestidos y aderezos; y se tocan y componen muy bien, particularmente las criollas, que son muy graciosas y desenfadadas» (cp.17).
No hay en Lima, por supuesto, un ejército de ocupación, como no lo había en ningún lugar de Hispanoamérica. «Hay en esta ciudad dos compañías de gentiles-hombres muy honrados. La compañía de arcabuces tiene cincuenta hombres; la compañía de lanzas tiene cien hombres. Las compañías son muy lucidas y de gente muy honrada y mal pagada. Estas dos compañías son para guarda del reino y de la ciudad», pero sobre todo sirven para dar categoría y esplendor a la Ciudad de los Reyes; en efecto, «ilustran mucho la ciudad porque tienen buenos morriones y grabados y muchos penachos; y salen de continuo muy galanes y bien aderezados con sus trompetas y estandartes que lucen mucho todas las veces que salen».
Fray Diego de Ocaña concluye en fin: «Es mucho de ver donde ahora sesenta años no se conocía el verdadero Dios y que estén las cosas de la fe católica tan adelante» (cp.18).
–Otras ciudades cristianas del 1600
También Guamán, a pesar de su actitud crítica hacia todos los españoles, hace de Lima un gran elogio. En dicha ciudad vive «con toda su policía y cristiandad y caridad y amor de prójimo, gente de paz, grandes servidores de Dios y de su Majestad». En Lima «corre tanta cristiandad y buena justicia» (Nueva crónica 1032). Y siguiendo a Guamán en sus pintorescas informaciones y apasionados juicios –él pasó muchos años viajando por la región–, podemos asomarnos también a las otras ciudades del virreinato del Perú, a cada una de las cuales dedica una página descriptiva y calibradora.
Nuestro autor habla mal de Quito y de Trujillo, «malos cristianos», «gente de poca caridad»; medianamente de Ica, Nazca, Oropesa y Huamanga; y elogiosamente –«gente cristianísima», «muchas limosnas, todo verdad», «fieles servidores de Dios y de su Majestad», etc.– acerca de Santa Fe de Bogotá, Popayán, Atres, Riobamba, Cuenca, Loja, Cajamarca, Conchocos, Paita, Zana, Puerto Viejo, Guayaquil, Cartagena, Panamá, Guánuco, Callao, Camana, Cañete, Pisqui, Cuzco, Arequipa –«todos se quieren como hermanos, así españoles como indios y negros»–, Arica, Potosí, Chuquisaca, Chuquiyabo, Misque –«tierra de santos, muy buena gente»–, Tucumán y Paraguay, Santiago de Chile –«buena gente cristiana»– y el fuerte chileno de Santa Cruz.
Ésa era la presencia del cristianismo en el extenso virreinato del Perú hacia 1600, unos sesenta y cinco años después de la evangelización y civilización. Para saber más de esa realidad tan sorprendente y entender mejor sus causas, mostraré especialmente los hechos de algunos apóstoles del Perú.
Así pues, en los siguientes artículos, dedicados biográficamente al santo Arzobispo Toribio de Mogrovejo, a San Francisco Solano, a San Martín de Porres, con alusiones breves a Santa Rosa de Lima, San Juan Macías, Santa Mariana de Jesús, iré dando otras importantes notas detalladas de la naciente Iglesia en el Perú, muy floreciente en santos.
José María Iraburu, sacerdote
Bibliografía de la serie Evangelización de América
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