(450) Evangelización de América, 1. –Introducción
–¿Una nueva serie de artículos?… Pidamos al Señor que no sea muy larga.
–Es mejor que no se lo pida, porque, si Dios quiere, va a serlo.
–«De la abundancia del corazón habla la boca»
Debo confesar desde el principio que llevo en el corazón a la América hispana. Ordenado sacerdote en 1963, allí pasé, enviado por la OCSHA (Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana), los primeros años de mi vida de sacerdote, en la diócesis chilena de Talca (1964-1969).
Y allí –a Chile y a otras naciones– he vuelto muchas veces, unas 25, para dar cursos, conferencias o ejercicios espirituales, en los veranos de mis años de docencia en Burgos (Facultad de Teología, 1972-2002) y también después. Mi especialidad fue y es la Teología espiritual, pero con ocasión de mis viajes americanos, además de hacer muchas amistades duraderas –don de Dios inapreciable–, leía siempre sobre la fascinante evangelización de las Indias textos muy preciosos de los cronistas primitivos, y otros estudios valiosos de autores antiguos o modernos, centrando mi atención sobre todo en la espiritualidad de aquella acción apostólica.
–Vº Centenario de la Evangelización de América
Para iniciar este Centenario, el papa Juan Pablo II viajó a Santo Domingo, y la homilía de la solemne Misa concelebrada (11-X-1992) comenzó con estas palabras:
«“Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz” (Is 60,1). La conmemoración del Vº Centenario del comienzo de la evangelización del Nuevo Mundo, es un día grande para la Iglesia. Como Sucesor del Apóstol Pedro tengo la dicha de celebrar esta Eucaristía junto con mis Hermanos Obispos de toda América Latina, así como miembros de otros Episcopados invitados, en esta bendita tierra que, hace ahora quinientos años, recibió a Cristo, luz de las naciones, y fue marcada con el signo de la Cruz salvadora.
«Desde Santo Domingo quiero hacer llegar a todos los amadísimos hijos de América mi saludo entrañable con las palabras del apóstol san Pablo: “Que la gracia y la paz sea con vosotros de parte de Dios Padre y de Nuestro Señor Jesucristo” (Gal 1,3). Al conmemorar el 12 de octubre de 1492, una de las fechas más importantes en la historia de la humanidad, mi pensamiento y mi afecto se dirigen a todas y cada una de las Iglesias particulares del continente americano. Que a pesar de la distancia llegue a todas mi voz y la cercanía de mi presencia».
En mis lecturas abundantes sobre la primera evangelización de América nunca pensé en escribir nada sobre tan grandioso tema. Pero aproximándose la celebración del Quinto Centenario, ya se dijeron verdades formidables y mentiras enormes. Ambas, verdades y mentiras, me animaron a escribir siete cuadernos, que reunidos y complementados fueron a dar en un libro:
–«Hechos de los Apóstoles de América»
La Fundación GRATIS DATE, constituida en 1988, se encargó de publicarlo al iniciarse el Centenario (Pamplona, 1992, 557 pgs) y de reeditarlo varias veces. Esta serie de artículos que ahora comienzo se apoya, pues –sobre todo cuando cito documentos antiguos–, en mi libro de los Hechos.
Al plantear este escrito, decidí seguir, hasta en su mismo título, el modelo de San Lucas evangelista, el primer historiador de la Iglesia: Hechos de los Apóstoles. Él centra su preciosa crónica en las figuras de los santos apóstoles Pedro y Pablo. No hace mucho caso de los aspectos negativos de las Iglesias locales de su tiempo, que sin duda existieron –judeocristianos, Simón Mago, Ananías y Safira, los cristianos de Corinto, siempre peleando entre sí y con el sexto mandamiento–. Como tampoco da apenas cuenta de la organización progresiva de la Iglesia naciente.
Fiel a ese noble modelo, mi crónica centrará su atención en los hechos apostólicos de los más grandes misioneros y santos, como Martín de Valencia, Zumárraga, Motolinía, Juan Diego, Montesinos, Toribio de Mogrovejo, Francisco Solano, Rosa de Lima, Martín de Porres, Pedro Claver, etc. Y no describiré, como no sea ocasionalmente, la figura lamentable de otros personajes oscuros de su entorno, ni tampoco trataré de la organización de diócesis y parroquias, doctrinas y provincias religiosas.
Por otra parte, si San Lucas dedica once capítulos de los Hechos a San Pablo y seis a San Pedro, no es porque piense que aquél tiene doble importancia que éste en la historia del apostolado, sino simplemente porque él, San Lucas, fue compañero de San Pablo y conoció mejor su vida y acciones. Tampoco mi escrito guardará una proporción estricta entre la importancia de cada apóstol y las páginas que le dedico.
Tanto la Iglesia universal, como las Iglesias locales, deben crecer como un árbol: siempre fieles a sus raíces
El Concilio Vaticano II, en su decreto Sobre la adecuada renovación de la vida religiosa (Perfectae caritatis, 28-X-1965), al tratar de los Principios generales de la renovación, señala que
«redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, ha de conocerse y mantenerse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos» (2,b).
Algo semejante ha de decirse de la renovación de las Iglesias locales, en este caso de las fundadas en América por misioneros de raigambre ibérica. Para que esa renovación sea fructífera es necesario el «reconocimiento» de su verdadera historia, y la «fidelidad» al espíritu de sus fundadores misioneros y de sus propios santos.
En este sentido, dice Juan Pablo II: «La expresión y los mejores frutos de la identidad cristiana de América son sus santos… Es necesario que sus ejemplos de entrega sin límites a la causa del Evangelio sean no sólo preservados del olvido, sino más conocidos y difundidos entre los fieles del Continente» (exhort. apost. Ecclesia in America 15; 22-I-1999). Son muchos los santos y beatos: Juan Diego, niños mártires de Tlaxcala, Felipe de Jesús, Rosa de Lima, Mariana de Jesús, Roque González, Alonso Rodríguez, Martín de Porres, Toribio de Mogrovejo, Héctor Valdivielso, Laura Vicuña, Paulina do Coração de Jesus, Antonio de Santa Ana Galvâo, Alberto Hurtado, Teresa de los Andes, Mártires cristeros, Carlos Manuel Rodríguez (Charlie), Oscar Romero y tantos más.
«Persevere cada uno [cada Iglesia local] ante Dios en la condición en que por Él fue llamado» (1Cor 7,24)
«Ande cada uno según el Señor le dio y según lo llamó» (ib. 17).La serie de artículos que ahora inicio pretende modestamente que el crecimiento de las Iglesias locales de América se potencie con un conocimiento y una estima cada vez mayores de sus gloriosos orígenes, de sus numerosos santos y de sus propias tradiciones. Es decir, con el conocimiento, estima y continuación de sus vidas. Sería para la Iglesia en América algo muy semejante al suicidio desconocer o rechazar ese pasado, para procurar ahora su «renovación» siguiendo «los pensamientos y caminos» de algunas Iglesias locales de Europa, precisamente de aquellas que con paso más firme caminan hacia su extinción.
Los trabajos de los primeros evangelizadores de América, concretamente, han sido muchas veces ignorados o denigrados por autores agnósticos, protestantes y también por católicos engañados en su visión de la historia, especialmente de la historia de la Iglesia, por ideologías protestantes, ilustradas, radicales, marxistas, liberacionistas o indigenistas. Los argumentos que unos y otros emplean están a veces vinculados a la Leyenda Negra, contraria a España, política y sobre todo religiosamente.
Pero la verdad histórica de los hechos se impone. Aquellos misioneros fueron ciertamente desde el siglo XVI quienes realizaron en América una evangelización tan extensa y profunda, tan rápida y duradera que en la historia de la Iglesia sólo ha sido superada por la evangelización misionera de los primeros Apóstoles de Jesucristo. Aquellos misioneros que se adentraban en lo desconocido fueron quienes, enviados por el Padre, sostenidos por Cristo y por obra del Espíritu Santo, fundaron la Iglesia en todas partes de América, encendiéndola con el fuego de «la fe operante por la caridad» (Gal 5,6).
Por sus frutos los conoceréis
La calidad de la evangelización de América y de las Iglesias locales que en ella nacieron ha de ser apreciada mirando sus frutos sobrenaturales, es decir, sobrehumanos. Éste es el criterio principal de discernimiento que nos enseñó nuestro Señor Jesucristo: «por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,16). Ahora bien, «¿no es acaso motivo de esperanza gozosa pensar que para finales de este milenio los católicos de América Latina constituirán casi la mitad de toda la Iglesia?» (Juan Pablo II, 14-6-1991).
Benedicto XVI, en mayo de 2007, viajó al Brasil con motivo de la Vª asamblea del CELAM celebrada en la sede de la Virgen Aparecida. Y al regresar a Roma dedicó a este viaje una Audiencia General (23-V-2007).
«Mi viaje tuvo ante todo el valor de un acto de alabanza a Dios por las “maravillas” obradas en los pueblos de América Latina, por la fe que ha animado su vida y su cultura durante más de quinientos años […] Ciertamente el recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de evangelización del continente latinoamericano». Sin embargo, el conocimiento de aquellas «sombras» evocadas, «no debe impedir reconocer con gratitud la admirable obra que ha llevado a cabo la gracia divina entre esas poblaciones a lo largo de estos siglos.
«Así, en ese continente el Evangelio ha llegado a ser el elemento fundamental de una síntesis dinámica que, con diversos matices según las naciones, expresa de todas formas la identidad de los pueblos latinoamericanos» (23-V-2007).
Oración
Terminemos esta introducción pidiendo la intercesión poderosa de Nuestra Señora, la Virgen de Guadalupe, Patrona de la Iglesia en América, rezando aquella oración de Juan Pablo II en México (23-I-1999):
«¡Oh Madre! Tú conoces los caminos que siguieron los primeros evangelizadores del nuevo mundo, desde la isla Guanahaní y La Española hasta las selvas del Amazonas y las cumbres andinas, llegando hasta la Tierra de Fuego en el sur y los grandes lagos y montañas del norte… Oh Señora y Madre de América! Salva a las naciones y a los pueblos del continente… ¡Para ti, Señora de Guadalupe, Madre de Jesús y Madre nuestra, todo el cariño, honor, gloria y alabanza continua de tus hijos e hijas americanos!». Y no americanos también.
José María Iraburu, sacerdote
1. Post post.–El inicio de esta serie Evangelización de América se ve estimulada por dos realidades de InfoCatólica que nos son muy queridas. Una, que aunque la Fundación InfoCatólica está radicada en España, donde su diario digital tiene su equipo director, la gran mayoría de nuestros lectores está en América, incluyendo por supuesto los hispanos de los Estados Unidos: en números redondos, 36% en España, 60% en América y 4% en otros países. Y otra segunda motivación: de los 39 blogueros infocatólicos, 13 son americanos, radicados en 9 naciones.
2. Post post.–Esta serie Evangelización de América quedará cerrada a los comentarios. Al tener los artículos que la componen una condición predominantemente histórica, es de prever que no pocos comentarios tratarían de la objetividad de ciertos datos. Pero para aceptar, rechazar o responder tales comentarios, necesitaría yo tener a mano las excelentes Bibliotecas, que ya no están a mi alcance, en las que trabajé los Hechos de los Apóstoles de América. En todo caso, mis artículos estarán siempre fundamentados en citas textuales de documentos antiguos o de autores antiguos o modernos altamente fidedignos.
10 comentarios
Nos quedamos a la espera del pistoletazo de salida...
¡Gran tarea!
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JMI.- Gracias, Estéfano
Bendición +
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JMI.-Gracias por su gratitud. Que permanezca viva en la oración por mí.
Bendición +
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JMI.-Bendición +
Pido oraciones
El Señor le bendiga y le guarde.
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JMI.-Oración y bendición +
Dios le otorgue grandemente a usted la recompensa merecida, apreciado pastor de almas.
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JMI.-Gracias por su gratitud.
Bendición +
Los poderosos enemigos del Evangelio no perdonan la gesta de los misioneros españoles. Dios bendiga a usted y su familia
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JMI.-Gracias. Bendición +
«Ante los nuevos horizontes que se abrieron el 12 de octubre de 1492, la Iglesia, fiel al mandato recibido de su divino Fundador (Cf. Mt 28, 19), sintió el deber perentorio de implantar la Cruz de Cristo en las nuevas tierras y de predicar el Mensaje evangélico a sus moradores. Esto, lejos de ser una opción aventurada o un cálculo de conveniencia, fue la razón del comienzo y desarrollo de la Evangelización del Nuevo Mundo.
Ciertamente, en esa Evangelización, como en toda obra humana, hubo aciertos y desatinos, «luces y sombras», pero «más luces que sombras», a juzgar por los frutos que encontramos allí después de quinientos años: una Iglesia viva y dinámica que representa hoy una porción relevante de la Iglesia universal.» (Discurso a los participantes en el Simposio internacional sobre la historia de la evangelización de América, Jueves 14 de mayo 1992)
Gracias, P. Iraburu, por honrar la memoria de esos héroes de Cristo que nos precedieron, y que siguen siendo luz y ejemplo para los sacerdotes españoles de hoy.
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JMI.-Bendición +
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